viernes, 10 de mayo de 2024

DESDE EL INFIERNO (2001), de Albert y Allen Hughes

 

El infierno está empedrado con pavés. Sus calles son húmedas y lóbregas. Y, de vez en cuando, una bocanada de calor sale de alguna puerta furtivamente abierta de un bar. El olor a sexo y a basura se amontona en la nariz mientras se hiere la niebla de la medianoche. El frío se instala en los huesos porque se prostituyen en busca del mejor cliente. La noche parece interminable y el día no es mucho mejor. El aliento a cerveza rancia y alcohol inunda el vaho de los transeúntes. La sangre va a correr en ese infierno que ha emergido en un rincón de Londres y que se llama White Chapell. El diablo no va a ser otro que Jack el Destripador. Y allí, donde la perdición se pierde en un callejón sin salida abocando a todos a un final de desesperación, todo parece fundirse en una extraña mezcla de verdad, alucinación, sueño y crimen.

Quizá un inspector con pequeñas visiones de horror tenga la llave para detener las infernales carnicerías que se llevan a cabo en esas calles llenas de suciedad física y moral. Puede que a su lado, también haya un fiel amigo que, al fin y al cabo, será el único que derramará lágrimas cuando nadie más esté cerca. Puede que no se realizaran todos los asesinatos que han pasado a la historia. Puede que Jack el Destripador fuera un individuo que mataba en nombre de evitar males mayores. En su opinión, claro. Las víctimas sólo pudieron disfrutar de un racimo de uvas frescas, la expectativa de ganar un dinero fácil y salir durante unos instantes de esas calles impregnadas de miseria. Lo demás fue sólo muerte y ensañamiento. Así es como matan los caballeros. Sacando las entrañas. Con guante blanco y bisturí. Y, si es necesario, colaborando con la policía.

Con muchos puntos de contacto con la aún superior Asesinato por decreto, de Bob Clark, con Sherlock Holmes investigando los crímenes de White Chapell bajo el rostro de Christopher Plummer, los hermanos Hughes hicieron una valiosa película con su descripción de ambientes, su atención a los actores, especialmente en la contención de Johnny Depp y en la profundidad entrañable de Robbie Coltrane. El resultado es una película inquietante, algo amarga, atractivamente misteriosa y con ciertos elementos policíacos en los que se introduce la capacidad de anticiparse a los horrendos crímenes que tuvieron lugar en 1888. Incluso, en un homenaje espectacular, los hermanos Hughes se detienen en la figura de John Merrick, personaje que John Hurt interpretó de forma magistral en El hombre elefante, de David Lynch. Así se completa el retrato de una época de humillación y búsqueda con el telón de fondo más sangriento.

Así que, tal vez, sea el momento de mirar siempre al otro lado de la esquina, de no dejar que se acerquen los caballeros bien vestidos que bajan del coche por un estribo muy particular, de aumentar la vigilancia policial porque las prostitutas, aunque no son nada, también merecen algo de protección, de darse una vuelta por los callejones donde abundan tantos perdedores y de creer que el hecho de que nunca se capturase a Jack el Destripador obedeció a razones estrictamente de seguridad. Sí, a veces, los encargos llegan demasiado lejos...

jueves, 9 de mayo de 2024

MISIÓN HOSTIL (2024), de William Eubank

 

Todos los que nos hemos acercado alguna vez a una sala de cine podemos enumerar las veces en las nos ilusionamos con el inicio de una película, con su desarrollo, hasta que, en determinado momento, toda la historia cae en picado porque contiene un giro bastante increíble, que no tiene nada que ver con lo que se ha visto antes. Es como si los guionistas se hubieran cansado de escribir y, con la anuencia del director, se torpedeara todo con premeditación y alevosía, dejando algo que era, cuando menos, aceptable en algo bastante despreciable.

Eso es lo que le pasa a esta película de William Eubank. Comienza bien, con una acción de comando basada en un rescate que sale rematadamente mal por un imprevisto y que, de alguna manera, en su primera mitad se parece bastante a la notable El único superviviente, de Peter Berg y a la excelente Bat 21, de Peter Markle. Sin embargo, desde el mismo instante en que el protagonista cae prisionero, todo deja de tener interés porque se introduce una escena bastante insospechada y la historia desanda sus pasos y vuelve hacia atrás sólo para introducirse en lo sórdido y en la algo torpe creación de un suspense basado en el segundero.

Sin duda, los momentos más brillantes no están en las escenas de acción, aunque hay algunas de mérito y otras resueltas de forma notablemente mediocre. Pertenecen a Russell Crowe en la piel de ese capitán que se convierte en los ojos del cielo que presencian la huida del superviviente de la misión del título. Por supuesto, con su cobertura correspondiente y su insubordinación preceptiva. No obstante, la película se queda en apenas nada con toda esa segunda mitad oscura, desagradable y menos que regular que contrasta notablemente con algunas escenas a cámara lenta de mérito, con sentido estético y narrativo y con un desarrollo coherente que se va todo hacia el caos sin más razón que la falta de inspiración.

Así que no olviden ser competentes en las tareas encomendadas, por mucho miedo o vacilación que anide en su interior. Sólo de ese modo es como se obtiene el respeto de los que comparten misión y objetivo. Comuníquense, hagan lo necesario para que nada puede truncar el alcance de la meta. Los profesionales, generalmente, están en la sombra, esperando un elogio que no llega, creyendo que alguien, en algún lugar, está apreciando lo que hacen. Al final, un baile será algo alegre en un día de emboscadas en el que sólo se ha apreciado el cambio y corto de unas órdenes dadas de forma breve, pero enormemente precisa. Puede que los que se opongan a la consecución del éxito sean aplastados por otros aún más temibles. Puede que una explosión sea la caballería que se espera como el aire en el agua. Puede que nada sirva de nada o que sea algo cínico la contraposición entre lo que se vive y lo que se sobrevive. ¿Qué más da? Todo dependerá de un segundo, de una carrera, de estar en el sitio adecuado en el momento más oportuno, de tener la palabra justa para sentir que no se está solo en medio de la jungla, o sintiendo el calor de unas bombas incendiarias. Cambio y corto. Cambio y corto. Coordenadas de ataque. Apártense, la juerga va a ser de campeonato.

Y allí, en algún lugar de ninguna parte, con los cuerpos magullados y la moral maltrecha porque la vida se ha encargado de entregarse a la muerte, habrá un saludo para alguien que no se conozca sólo porque ha sido capaz de hacer todo para que no ocurra nada. Todo tiene mucho sentido. Incluso la estupidez de una misión hostil en medio de una guerra que no se reconoce.

miércoles, 8 de mayo de 2024

LA CENTINELA (1977), de Michael Winner

 

Lo anunciaré con más detalle en cuanto tenga la invitación preparada por la editorial, pero presentaré mi libro "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)" el próximo día 22 de mayo, miércoles, en la Librería Ocho y Medio. Los copresentadores serán Gerardo Sánchez, director de Días de Cine, y Alejandra Herranz, gran periodista y presentadora del telediario del mediodía de la 1. La cita es a las 19 horas. Os espero a todos allí.

Una modelo de alta costura se muda a un apartamento en pleno centro de Manhattan. En un principio, todo va bien. El barrio es bueno, algo bohemio, con ese ambiente tan particular de unas calles que parece que hemos vivido siempre a través del cine. Sin embargo, la realidad se tuerce. Extrañas visiones. Algún que otro problema físico. Pesadillas. Sus vecinos comienzan a parecer monstruos. Y recuerdos que nunca existieron parecen estar aflorando en una memoria que parece que no es la suya. Es todo muy raro. Como si esa realidad que tanto le había gustado, le enseñase el lado más oscuro, más feo de todo. Es como, si de alguna manera, ella viviese en las mismas puertas del infierno.

Puede que la frustración para vivir en pareja tenga algo que ver y esa carencia hace de ella la candidata idónea para el puesto de centinela. Lleva dos intentos de suicidio a cuestas y ha dejado cualquier atisbo de fe atrás porque siente que está sola, aunque haya alguien que quiere vivir con ella a toda costa. Un sacerdote ciego es el único que comparte vivienda en todo el edificio y una fiesta de muertos con la excusa de un gato es un aviso de lo que puede estar esperando.

Notable película que quedó eclipsada en los años setenta por el éxito incomparable de El exorcista, de William Friedkin; y La profecía, de Richard Donner, quedándose como la hermana pequeña de estos títulos a la que nadie ha hecho caso cuando, en realidad, tiene un reparto impresionante que incluye nombres como Ava Gardner, Burgess Meredith, Chris Sarandon, Arthur Kennedy, José Ferrer, Sylvia Miles, Beverly D´Angelo, Eli Wallach, Martin Balsam, Christopher Walken, William Hickey, Tom Berenger, Jeff Goldblum y el inquietante clérigo interpretado por John Carradine. El protagonismo es para una excelente Christina Raines en el que es el mejor papel que ha hecho nunca para el cine. La dirección corre a cargo de Michael Winner y el resultado es una película enormemente inquietante, a la que le cuesta trabajo coger ritmo, pero que llega a tener momentos realmente oscuros, alejados del susto, pero enormemente incómodos, con multitud de elementos psicológicos que parecen saltar alrededor del entendimiento y, quizá, con un final que no está demasiado en consonancia con la sobriedad del resto de la película.

La tensión se nota en las piernas en determinadas situaciones y, en ellas, siempre suele estar el hombre que lleva el alzacuellos y no ve. Éste apartamento puede ser uno de los mayores portales de entrada en el infierno, pero el cura, por mucha inquietud que llegue a despertar, tiene una misión muy importante que cumplir. Los diablos y los arcángeles se agolpan al otro lado de la puerta. En esa atmósfera bizarra se pueden apreciar espíritus del otro lado del océano como los de Mario Bava o Darío Argento y en algún momento se mezcla la realidad con la fantasía, fruto, en la mayoría de las ocasiones, de todas las frustraciones y traumas que todos llevamos encima, porque, al fin y al cabo, esas deben ser las maldiciones que el Diablo descarga sobre todos nosotros, redactando una carta muy personal para cada caso. El Diablo es tan sabio que adecúa el mal a las características de cada uno.

martes, 7 de mayo de 2024

LA IRA DE DIOS (1972), de Ralph Nelson

 

Quizá, en algún lugar del México más pobre, haya un sacerdote que lleve una navaja dentro de un crucifijo. Intentar arrebatar el poder a los terratenientes sólo con una sotana, se antoja como algo casi imposible porque, por supuesto, los más ricos son los que más hacen gala de una doble moral. Sin embargo, ahí está el Padre Oliver Van Horne, un individuo extraño que utiliza la violencia y también la piedad. Se alía con gente extraña para lograr sus objetivos y no tiene ningún problema en derramar sangre si la ocasión lo requiere. Al mal se le combate con el mal…y una parte de bien. El poder es el camino más corto hacia la locura y esa sotana implacable va a poner las cosas en su sitio con la ayuda de un par de aventureros. Misa, comunión y balas. Todo junto. Sólo así se podrá entender su mensaje.

No cabe duda de que la película es entretenida, aunque, en algún momento, se note una cierta prisa por hacerla debido, muy probablemente, a limitaciones presupuestarias, pero no deja de ser atractiva la idea de colocar a un sacerdote que reparte bondad y ánimo con una pistola al cinto. Robert Mitchum, desde luego, es el actor ideal para llevar a cabo tales tareas sin resultar ridículas y podemos ver a la devota Rita Hayworth en su último papel para el cine arrodillándose y rezando para que acabe la tiranía de los de siempre. Ralph Nelson, que, sin duda, tiene un puñado de películas muy competentes, no ahorra crítica hacia la iglesia, a la que considera aprovechada e inoperante y, por el camino, construye una cinta de aventuras que consigue el aprobado, sin llegar en ningún momento a algo más.

Y es que, como dicen las Santas Escrituras, “mía será la venganza” y a ello se aplica el Padre Van Horne porque, al fin y al cabo, la Biblia es un libro santo, pero también está repleto de sangre, de promiscuidad, de rencores, de días teñidos de malas ideas. Es establecer un reino con la ira de Dios y, en algunos lugares, hace bastante falta. Allí, en un pueblo repleto de polvo y beaterío, también es necesario que Dios se aparezca de alguna forma y que dé su merecido a los que tanto mal causan porque eso, se quiera o no, consuela a los afligidos. Más tarde, recibirán su castigo divino en los cielos, pero que algo se lleven de este valle de lágrimas que cada vez se inunda más con la pena y la impotencia.

La revolución, en muchas ocasiones, no está exenta de humor aunque no sea más que una fulana que se va con el primero que pasa. Y la irreverencia es una debilidad humana que debe ser tolerada porque, al fin y al cabo, el desenfado es algo que agrada a Dios, aunque sea a su costa. Nada mejor que un alzacuellos para guiar los destinos de la gente humilde, por mucho que sea algo equívoco en sus acciones y reacciones. Se trata de acercarse a los que ruegan y dejar que algo de satisfacción se guarde en ese alma que, con tanta paciencia, Dios espera.

martes, 30 de abril de 2024

EL ESPECIALISTA (2024), de David Leitch

Debido a los festivos con puente incluido, se cierra el blog hasta el martes, 7 de mayo. Id al cine. Y si os aburrís en casa, no olvidéis que ya podéis reservar mi libro "Imprimir la leyenda (500 anécdotas de cine)" editado por RBA y que está en preventa en Amazon, El Corte Inglés, FNAC y Casa del Libro. Lanzamiento el 22 de mayo. Abrazos para todos. Y uno extra si lo compráis.

No es la primera vez que el cine se ocupa de la profesión más peligrosa entre todas las que emplea. Ahí están Hooper, el increíble, de Hal Needham y, sobre todo, Profesión: El especialista, de Richard Rush. En esta ocasión se trata de homenajear a todos esos hombres y mujeres que ponen su cuerpo en las escenas de acción para que los héroes parezcan más héroes. No importa demasiado que el argumento sea bastante delirante y que, en algún que otro pasaje, el asunto se convierta en un circo demasiado pasado de vueltas. Se trata de articular un espectáculo de acción con dos intérpretes de categoría como Emily Blunt y Ryan Gosling.

El resultado es divertido, un punto por debajo del entretenimiento y dos de la calidad. Hay saltos, persecuciones, explosiones, caídas, peleas, fuegos, cámara lenta, cristales rotos y coches destrozados, lo cual asegura un rato que se pasa en un suspiro y medio. Gosling y Blunt son muy competentes y hacen frente a lo que se venga encima, aunque sea un alud. La trama pretende, en algún momento, tener apuntes de cine negro, pero se olvida rápidamente porque lo verdaderamente importante es ver cuál es la siguiente pirueta mortal en un entuerto que no deja de ser algo ingenuo. Habrá espectadores que lo pasen bien y otros que saldrán con una sensación de una más. Y tan respetables unos como los otros.

Y es que entre tanto fuego de artificio hay un sitio de honor para el romance, auténtica espoleta de bomba, que actúa por debajo como si fuera el típico truco que el espectador conoce y los protagonistas, no. Algún golpe de humor, para completar los físicos, para que el paquete tenga su ligereza de peso. Ah, y que no se me olvide. Hay secuencia tras los títulos de crédito. Fui el único en la sala que sabe lo que realmente pasó con Tom Ryder, estrella que pone la cara, pero no el peligro.

Hasta ahí se puede leer. El resto es que son detalles, como los continuos homenajes a secuencias míticas de especialistas, o el impresionante aspecto que exhibe Ryan Gosling después de muchas horas de gimnasio en las que las pesas han sido compañeras inseparables. Ya se sabe. En el fondo, el cine de hoy se nutre de todo esto. Algo fácil, digerible, sin complicaciones, sin más cera que la que arde y con esa supuesta originalidad que consiste en que los dobles de acción utilicen sus habilidades como si fueran auténticos mamporreros de cualquier película en la que intervienen. Al final, como no podía ser menos, son un ejército al que es muy difícil de batir porque, si actúan coordinados, son los matones más preparados del mundo del cine.

Por otro lado, Emily Blunt está encantadora, además de excelente actriz, y el director David Leitch lo sabe, porque acerca la cámara sin pudor y la retrata enamorándose de ella a cada minuto, con esos ojos que parecen buscar respuestas y que tantos buenos ratos dramáticos nos ha hecho pasar. En el tercer lugar del reparto, aparece Aaron Taylor-Johnson, ya saben, el chico ese que han propagado a los cuatro vientos como que tiene más de dos o tres papeletas para ser el nuevo Bond. Sólo que aquí está en las antípodas de eso porque, hay que reconocerlo, tampoco es un mal actor.

Así que, damas y caballeros, vamos a primera, hay que repetir la toma porque no ha habido suficientes vueltas de campana con el coche. Al igual que este artículo, que habría que hacerlo de nuevo para hacerlo más atractivo porque el negro que escribe en lugar del crítico titular lo ha hecho regular. Hay que poner más alma, chaval. Tú no eres el protagonista, así que empieza de nuevo y vamos a hacerlo todo desde el principio. Prevenidos. 

lunes, 29 de abril de 2024

FUNDIDO A NEGRO (2006), de Oliver Parker

Danny Huston conoció a Orson Welles. Sabía cuáles eran sus manias y sus mentiras. También sus debilidades. Sin embargo, no se parece a Welles ni de lejos. Probablemente, de las caracterizaciones que ha tenido el actor y director en el cine, que han sido varias, el premio, sin duda, se lo lleve Vincent D´Onofrio por su breve aparición en Ed Wood, de Tim Burton. Sin embargo, es algo seguro que la figura de Welles resulta fascinante para cualquier guionista, libretista o autor porque, amparados en la extraordinaria inteligencia que demostraba, se han urdido las más diversas historias a su alrededor.

En esta ocasión, nos encontramos a Orson Welles rodando en Europa, tratando de superar el divorcio con Rita Hayworth e interviniendo en una vergonzante producción que, en sus propias palabras, fue de “lo peor que he hecho en toda mi carrera”. Se trataba de La máscara de Cagliostro, dirigida por Gregory Ratoff. Con esta excusa, Welles se convierte en una especie de avezado detective cuando uno de los actores es asesinado. A partir de ahí, en las intrincadas calles de algún lugar de Italia, Welles baja a los infiernos, se mezcla con gente poco recomendable, husmea en cada rincón y resuelve el misterio.

La película no está bien dirigida porque desperdicia un punto de partida realmente interesante y se entretiene en retratar el ambiente en el que se tiene que mover un hombre a solas con su inteligencia antes que en narrar la resolución de un motivo que, ya de por sí, es suficientemente fuerte. Aún así, tiene momentos de cierta calidad y, por supuesto, aunque no se parezca a Welles, Danny Huston es un intérprete esforzado, que trata de hacer honor a uno de los grandes amigos de su padre, John Huston, y que trata de ofrecer más un parecido espiritual que físico con el gran director.

Y es que no es fácil destacar por encima de todos los que te rodean y no parecer un pedante insoportable. “Oh, sí. La Segunda Guerra Mundial fue un desastre para la pobre Italia. Su horrible líder fascista, Mussolini, se alió con Hitler y creyó que tenía el billete ganador. Pero, Benito fue fusilado por los partisanos y arrastrado por las calles…Ahora, en 1948, el país no tiene líderes, está arruinado, sumido en el caos. Los ricos siguen siendo ricos. Si no tienes hambre, no tienes ropa. La gente está derrotada y desilusionada y cada vez tiene más hambre. Mientras tanto, el mercado negro está experimentando un auge tremendo. Con un puñado de liras, puedes conseguir lo que quieras”. Y así, se desliza la crítica, se describe lo que no se quiere ver, se desea la verdad entre la miseria. Welles investiga.

Mientras tanto, Orson trata de ganar algún dinero para afrontar sus propios proyectos. Algo que, por otra parte, resultaba bastante difícil teniendo en cuenta que poseía un carácter netamente aventurero, arriesgado, inquieto y complicado. Sólo alguien como él podría haber visto una posible conspiración política en un simple asesinato. Es un error en el que suelen caer los asesinos. Menosprecian a esas estrellas de Hollywood que sólo vienen a probar la dolce vita, hincharse de spaghetti a la bolognesa y escuchar música de mandolina. Orson era cualquier cosa, menos eso.

viernes, 26 de abril de 2024

MEMENTO (2000), de Christopher Nolan

 

Escribir. Artículo. Película. Nolan.

Debo hacer memoria, si es que se puede llamar así. Vi esta película y quedé impactado por la tremenda originalidad de sus premisas, pero me olvidé rápidamente de ella. Tal vez porque había muchas otras películas que ver. O puede que fuera porque la vida y su rodillo pasaron por encima de mis recuerdos, siempre veloces, inaprensibles y fugaces.

Memoria. Película. Impacto. Recuerdos. Vida.

No es fácil narrar una película de atrás hacia adelante, en tramos de diez minutos porque la huella del pasado vuela como el aire invisible. Cierto es que las sensaciones duran un poco más. Uno siempre se acuerda de lo que sintió aunque no se acuerde de por qué lo sintió. Es la tiranía de la permanencia. Es la dictadura de lo etéreo. No hay vida si no hay recuerdos. No hay recuerdos si lo que más se quiso, se evaporó.

Pasado. Aire. Sensaciones. Permanencia. Etéreo. Recuerdos. Recuerdos.

La noche cae, y el sueño se erige como amo y señor de la mente. Al día siguiente, todo será un velo negro, sin tramos que revivir, sin experiencias que marquen. Alguien muere. Y eso es lo que queda. La muerte. La ausencia. La nada. La misma que se presenta cada mañana, cada diez minutos, con su apisonadora de aplastamiento. Somos lo que recordamos. No se recuerda nada. No somos nada.

Noche. Sueño. Experiencias. Muerte. Ausencia. Nada.

Christopher Nolan, sí, se me aparece su nombre. Y me dice que quiso romper fronteras con esta película. Quiso romper de otra manera la estructura narrativa, creada para dar saltos hacia atrás hasta llegar al mismo origen del problema. Guy Pearce, otro nombre que pasa rápido por mi memoria, parece estar a sus órdenes con diligencia, con cierta entrega, con la certeza de que tiene que interpretar a alguien que no sabe interpretar porque no recuerda el texto. Algo así como un crítico de cine que no tiene mucho que decir.

Fronteras. Estructura. Problema. Profesionalidad. Yo.

Y así, con cierta pasión por romper la línea de narración y volverla a juntar como se pueda, Nolan realiza una película que acaba por dejar huella en el recuerdo, a pesar de que se trata de no recordar nada. A veces, lo sabemos, la mente posee esos mecanismos de autodefensa para no tener que enfrentarse con lo que es demasiado horrible para su entendimiento. Desde el primer momento, Nolan consideró al espectador alguien inteligente, y dejó en sus manos la facultad de recordar o de olvidar. Todo depende de la calidad que se demuestra en cada película, en cada nueva historia que, al momento, se convierte en viejo recuerdo.

Pasión. Huellas. Mecanismos. Películas que se olvidan. Películas que se recuerdan.

La vida está contenida en la siguiente letra que se deja impresa. La vida es todo aquello que deja constancia y que, luego, se puede contar. Por eso el cine posee tanta vida. Por eso la letra es el testimonio de lo que somos capaces de hacer, de dar, de recibir, de transmitir, de impulsar, de idear, de crear, de embellecer. Y, también, es la declaración definitiva de la verdad.