martes, 16 de septiembre de 2008

LUZ QUE AGONIZA (1944), de George Cukor


Un guante que contiene la infantil admiración de un niño que se enamoró de una voz. Una joya desaparecida que sólo quiere encontrar un hombre sin corazón. Una luz que disminuye cuando la búsqueda, poco a poco, va tornándose en el oscuro abismo de la locura. Una mujer que desea ser feliz después de no llegar a ningún puerto en una vida desperdiciada. Un intruso que sabe quién necesita una amistad en la niebla. Un cuadro movido de sitio. Un regalo que se evapora. Un ambiente opresivo. La maldad acecha. El alma que se quiebra. El hombre que vigila. El descuido al volver la esquina. Una casa que parece que empequeñece a quien se adentra en ella. El amor es un espejismo. El amor es un traidor. El amor está ahí, pero no delante…puede que aguarde en un rincón para volver a recoger el guante que un día guardó un seguidor incondicional y que nunca olvidó que dentro de un amor, siempre hay una joya. Un Oscar para Ingrid Bergman. Ella es Luz que agoniza.
Basada en una excepcional obra teatral de Patrick Hamilton, George Cukor dirigió con aires de guiñol victoriano una historia de misterio en la que brilla por encima de todo una Ingrid Bergman de impresión, de amplísimo registro y que eclipsa por completo al un tanto sobreactuado Charles Boyer y al inevitable y lejano Joseph Cotten. Para ello, Cukor mimó al máximo la interpretación de Bergman, cuidando los matices, limando aristas, cincelando motivaciones, esculpiendo en celuloide el mito de una de las mejores actrices del séptimo arte. El resultado es una obra maestra del cine de misterio, situado en una época invadida por el puritanismo que condena la pasión y exalta la mesura y las estúpidas reglas sociales impuestas por la rigidez colectiva de un tiempo en el que no hubo nada más allá del interés. Pero yo, cada vez que veo esta fantástica película, no puedo evitar un deseo desconsolado de ayudar a una mujer cuya mirada; incluso cuando atisba la crueldad, cuando se asoma al barranco del enloquecimiento provocado; me acoge y me suplica, me susurra y me entristece, me sobrecoge y me enamora. Ingrid era así: con una leve caída de sus ojos, me conquistaba como un sueño que sólo los espectadores, los que somos mortales, tenemos el privilegio de articular.
Y es que todo es un sueño, una pesadilla de valor, un agobiante moverse en las tinieblas que hace que se dude de los actos convencionalmente aceptados. Una mujer destruida puede llevar el amor inscrito en sus escombros. Y lo sentimos con intensidad, lo intuimos con precisión, lo queremos por necesidad. Todo funciona como un exquisito mecanismo de terror y pasión, desde la impecable adaptación de John Van Druten hasta la inquietante fotografía de Joseph Ruttenberg; desde la exquisita dirección artística de Cedric Gibbons hasta la odiosa aparición de la jovencísima Angela Lansbury. Y es que muy a menudo no hace falta desplazarse para visitar los bajos fondos. Es posible que nosotros seamos el barrio donde se amontona la mugre y la pobreza de espíritu. Y, por cierto… ¿creen que ustedes han leído un artículo sobre Luz que agoniza? Miren bien lo que están sujetando entre las manos…Es posible que la luz haya bajado su intensidad y lo que han leído sólo sea un producto de su propia imaginación…


3 comentarios:

Anónimo dijo...

A mi madre le encanta esta peli y la vi por primera vez con ella siendo yo una cría. Recuerdo que ella me iba diciendo que me fijara en tal o cual escena. Me transmitió ese misterio y ese miedo, porque recuerdo que esta peli me daba miedo. Luego la he visto más veces, pero siempre recordando esa primera vez que la vi con ojos de niña. Describes de maravilla ese ambiente misterioso, opresivo como tu dices. Me has ido recordando alguna escena que tenía olvidada y sí, la luz ha bajado de intensidad.
Un beso.

César Bardés dijo...

Mis padres también hablaban de "Luz de gas" un buen montón de veces y consiguieron que casi supiera cómo era la película antes de verla. Hay películas que se sueñan antes de verlas y ésta fue una de ellas. Me alegro de haberte recordado escenas, de hacerte revivir días de inocencia y de que la luz nunca baje de intensidad cuando lees una mera impresión de una película.
Gracias.

Anónimo dijo...

Perdona, soy Gema. Se me olvidó ponerlo.