martes, 11 de noviembre de 2008

A QUEMARROPA (1967), de John Boorman


Los pasos de Walker resuenan con el eco de la rabia, son reverberaciones de impotencia que pretende superar. Ha sido traicionado, disparado, abandonado, saqueado y ha muerto, pero Walker es el primero que sabe que los muertos vuelven siempre para llevarse lo que es suyo. Y él regresa para disparar a quemarropa, para dejar un rastro que nadie olvide con la única meta de llevarse lo que le pertenece. Le sobra inteligencia. Le sobran arrestos. Y si hay que humillarse para conseguirlo, no hay ningún problema. Cuando se mata a un hombre, no sólo le quitas todo lo que tiene, sino también todo lo que puede llegar a tener. Y él no tiene dudas. Dispara con saña al lecho que le convirtió en un ciego. Utiliza sin escrúpulos a quien sea con tal de conseguir lo que se ha propuesto. Y también sabe que le están utilizando para rematar una jugada sucia pero a la hora de entrar duro, él lo hace más duro que nadie porque así tiene que ser si, por una vez, quiere vencer.
La línea de la vida de un hombre va hacia adelante y hacia atrás, intentando encontrar amarras en la que atar cierta coherencia con todo lo que hace de él un ser humano, aunque en su camino de venganza haya justicia; aunque en su sendero repleto de ajustes de cuentas haya un casi imperceptible de ética profesional. En el mientras tanto perderá parte del corazón que ya tiene roto pero encontrará consuelo en destrozar todo un mundo que había acabado con él. La misteriosa red de organizaciones, corporaciones, cabecillas de maldad y colas de león dormido sucumbirá ante el empujo de un entorno que Walker maneja con la facilidad con la que aprieta un gatillo implacable. En realidad, es como si supiera exactamente cómo moverse en medio de espacios en blanco, de unos puntos suspensivos que hay que rellenar con el fogonazo de la sangre a bocajarro. Y él sigue caminando, imparable por un largo pasillo que, a cada zancada, le recuerda el enfado, el desprecio, la desesperanza que siente en medio del vacío, la terrible inutilidad de la descarnada furia que siente y que, sin embargo, no dudará en soltar cuantas veces haga falta. Él es esa bala que entra a quemarropa y que, además de matar, chamusca la ropa que atraviesa, dejando la negrura de un agujero por donde escapa la vida en un pozo de sangre seca y rencores sustraídos.
“A quemarropa”, de John Boorman, basada en la magistral novela de Donald Westlake y en su creación en serie del personaje Parker (rebautizado Walker), película clave en el género negro, marca un punto de partida en el cine que, algunos años después, Martin Scorsese pondría en práctica con la desestructuración de un relato que mantiene una asombrosa unidad convirtiéndose en una obra indispensable del cine contemporáneo. Más allá de eso, Quentin Tarantino aprendió a quebrar en cristal las líneas narrativas de lo cruel, escritas con sangre interrumpida y fragmentada, rompecabezas de coherencia pertrechada que hurga en las razones de la ilógica, condena de trizas finiquitadas en lo que puede ser la última alucinación de un hombre que agoniza, acribillado, entre las paredes de una celda abandonada.



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2 comentarios:

Anónimo dijo...

Uf, menudo películón. Para los que todavía se creen que Tarantino ha inventado la pólvora. Y bueno, qué me dice usted de Lee Marvin. Y de Angie Dickinson, pura sensualidad. Me encanta esta peli. Muchas gracias por recordarla.

César Bardés dijo...

Sí, es una gran película. La primera vez que la vi me impactó a quemarropa. Su estructura totalmente desfragmentada me obligó a trabajar y a unir las piezas del puzzle criminal. Y las interpretaciones son una pura delicia. Rara vez Lee Marvin se ha adueñado de la función como con este título. Y Angie Dickinson está perfecta, sensual, sexual, dramática y perdida aunque dé la sensación de que sabe a dónde va. Una película que se debería poner en las facultades de cine para estudiar la estructura de los guiones. Genial.