martes, 9 de diciembre de 2008

EL CONFIDENTE (1962), de Jean Pierre Melville


Un larguísimo travelling hacia atrás nos abre el camino de la delación. Un asesinato nos adentrará en el miedo. Un golpe que se convierte en tiroteo se convierte en la evidencia. Un hombre no dudará en utilizar la violencia para desentrañar la trampa que hace que, según sigamos los acontecimientos, estemos más y más seguros de que quien habló de más fue él. La muerte le persigue tan de cerca que parece una lengua pegada al paladar pecando con un silencio que es más cómplice de lo que nos imaginamos. Todo cuanto hace tiene un objetivo. Las apariencias, malditas apariencias, harán que creamos que quien está en el centro de toda la telaraña sea el culpable de atraer la traición. Y es que el camino de la sospecha está empedrado con adoquines de un código ético no escrito. Abrigos largos y sombreros grises son el atrezzo que esconde las intenciones. Por medio, la ambición por el dinero, la palabra que nunca debió ser pronunciada, la atracción rechazada, la sangre desperdiciada. Es el instante en el que debemos mirar a nuestro lado para saber si esa persona que nos tiende la mano es quien dice ser o es sólo el saludo del diablo.
Al final, los esfuerzos se quedarán ahogados en unos cuantos agujeros de rabia. Nadie se acordará de quien fue leal y nadie, salvo la muerte, sabrá quién fue el confidente. Es el precio que suelen pagar los que burlan a la verdad, aunque sea una verdad manchada de rojo e ira.
El éxito y culto que despertó “El silencio de un hombre” quizás ha ensombrecido un tanto el resto de la carrera de Jean Pierre Melville y, sin embargo, “El confidente” (al igual que otras obras suyas de altísimo interés como fueron “Crónica negra” o la impresionante “El ejército de las tinieblas”) es una película que supera en muchos aspectos a la radiografía del samurai que lleva su profesionalidad hasta sus últimas consecuencias. Aquí, Melville contó con un excepcional Jean Paul Belmondo que confiere una inusitada dureza, al mejor estilo Bogart, a un personaje fascinante, que sabe guardar sus cartas hasta el final guiándonos por el sendero de una traición que puede asomar en cualquier momento (también sorprende ver en los títulos de crédito como ayudante de dirección a un tal Volker Schlöndorff que apenas cuatro años después alcanzará notoriedad con la excelente adaptación de la novela de Robert Musil “El joven Törless”). Y es que adentrarse hasta las mismísimas entrañas del cine negro nos puede deparar un largo camino tomado en un travelling hacia atrás. Un retorno hacia la verdad que parte de una mentira mal contada. Quizá como este artículo.

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