miércoles, 31 de diciembre de 2008

LA CONDESA DESCALZA (1954), de Joseph L. Mankiewicz


Varias personas están empapándose bajo la lluvia en un cementerio. El cielo llora porque la belleza se ha ido. Y cada uno de ellos recuerda…recuerda y no quiere dejar de recordar lo que significó ella en sus vidas. Para unos fue el renacimiento y el reencuentro con el éxito. Para otros fue el vehículo para una falsa libertad. Para aún más fue el símbolo inalcanzable de lo perfecto, de lo hermoso, de todo aquello que un hombre puede desear en una mujer. Y mientras, la lluvia cae, castigándoles porque todos fueron erosionando, con pincel de lujo, la imagen misma de una mujer que quiso volar, quiso amar y ya sólo quiso morir.
Bajo esa extraordinaria forma de narrar bajo distintos puntos de vista que es marca de la casa del gran director Joseph L. Mankiewicz, vamos parando por los mojones del camino de la existencia de una mujer que fue nada, que fue orgullo, que fue estrella, que fue polvo enamorado, que fue todo y que volvió a ser nada porque se dio cuenta de que todo por lo que había luchado se podía esfumar delante mismo de sus ojos, simplemente porque su belleza era tal que todos deseaban poseerla y amarla pero nadie deseaba darse a ella. Quizá sólo ese director de cine que ya ha llegado al declive, espléndidamente encarnado por Humphrey Bogart, sabe que el pensamiento de esa mujer a la que siempre le gustó ir descalza pasa por el mármol de una diosa que también sufre y que también muere cada vez que alguien sólo mira por su propio egoísmo. Y ella es una mujer que camina entre lobos, que sólo quieren explotarla, pasearla, exhibirla, amarla y que ella se dé sin esperar nada a cambio. Y cuando ella decide darse…entonces es cuando no recibe nada a cambio por culpa de un egoísmo disfrazado de amor, de un amor trastocado en crueldad, de una crueldad expresada en caricias, de unas caricias que no son más que la salida de la frustración y de la misma impotencia.
El día cae y la lluvia no cesa de golpear. Edmond O´Brien, otro actor como la copa de un pino, recuerda que tuvo que lamer muchas suelas de zapato para salir adelante y convertirla en una estrella. En su memoria, enterradas bajo demasiadas losas de vergüenza, hay muchas ocasiones en las que no supo comportarse como un hombre y muy pocas en las que no supo comportarse como el pelele que realmente es. Él sirvió y tampoco recibió nada a cambio, salvo una vida de servilismo que le rebaja a la condición de gregario bien pagado mientras tenga la boca cerrada y el pañuelo en la mano para secarse el sudor. Él sabe, en ese rincón donde guarda la hombría, que ella fue una gran mujer.
El cielo sigue llorando y Rossano Brazzi pena por este desierto de sentimientos que se ha quedado entre los mortales porque la amó tanto que no supo amarla. Quiso hacerla tan feliz que sólo la hizo desgraciada. Y nosotros, simples mortales, asistimos al adiós que siempre quisimos recordar en una película que nos ha dejado para siempre el suave rastro de la belleza. De la única belleza. De la mayor belleza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Recuerdo ser un renacuajo de no más de 10 años supongo, y ver en la televisión de mi casa unas imágenes en las que había un grupo de personas reunidas mientras caía un chaparrón impresionante, resguardadas bajo unos paraguas entre los que podía distinguir a un tipo que lo había visto más veces por la televisión, evidentemente con esa edad no sabía que respondía al nombre de Humphrey Bogart, sólo conocía un poco su cara.
Todos estos datos permanecieron en mi mente y se quedaron archivados, está claro que se quedaron ahí junto con otras tantas películas que vi por aquellos años como "Blade Runner", "Toro salvaje", "Érase una vez en América" o "El cazador", películas demasiado espesas para ser canalizadas y entendidas por un niño, pero poseedoras de algo que despertó en mí la curiosidad de ir revisándolas a medida que cumplía años hasta darme cuenta de que es una de las cosas más bonitas y gratificantes que he hecho en mi vida, todo ello añadido a tres palabras mágicas que me decía mi padre cuando le pedía su opinión sobre las pelis de la tele: "Es un peliculón" y cuando escuchaba yo esa frase, abría los ojos dirigiéndolos hacia la caja mágica, una Vanguard en color, menudo lujazo, y entonces el mundo se paraba porque me metía dentro de la historia.
"La condesa descalza" pertenece al grupo de películas que me hicieron amar el cine, quizás no sea una película redonda, pero ni puñetera falta que le hace con los ingredientes que la conforman: Mankiewicz, Bogart y una Ava Gardner que se pasaba de guapa y que aquí se interpreta a sí misma en muchos matices.
Quizás el único que no veo en la onda de calidad interpretativa sea Rossano Brazzi, que chirría un poquito rodeado de tantas leyendas, pero da igual, como decía muy bien mi padre: "Es un peliculón".
Gracias por este maravilloso regalo que nos haces de manera desinteresada, César, es un placer levantarse, encender el ordenador, y leer todos estos comentarios mientras me tomo el café y desde aquí te insto y animo a que sigas en la misma línea, gracias de verdad y Feliz Año, un abrazo.
Alberto.

César Bardés dijo...

Estoy totalmente de acuerdo contigo en que "La condesa descalza" no es una película redonda pero está rodeada de una especie de aureola de magia y mito que la hacen única. Quizá sea la belleza de Ava Gardner, o el desencanto de alguien que aún le queda mucho que perder como Humphrey Bogart o el pedazo de actuación que hacía un actor de la talla de Edmond O´Brien, nunca suficientemente valorado, pero es cierto que esa lluvia cayendo sobre un montón de personas que recuerdan quién fue María Vargas forman parte del recuerdo de los que descubrimos el cine. También es verdad que aunque Rossano Brazzi no daba la talla en su atormentado personaje y el fallo de "casting" ahí es muy importante, Mankiewicz es uno de esos hombres a los que no importaba hacer películas que no fueran del todo redondas porque respondía siempre a un esquema, muy en desuso hoy en día, basado en la solidez. Y quizá sea eso lo que tiene "La condesa descalza", destila solidez por sus cuatro costados. Es una historia tan condenadamente buena que perdonas todos sus fallos. Sí, y no me desdigo. Mankiewicz hizo "Cleopatra" y, sin embargo, a mí me parece una película excepcional. Mankiewicz hizo "El americano tranquilo", que ya comenté en el blog, y sin embargo me parece de una inteligencia que para sí quisieran muchos. Mankiewicz era el apóstol de las historias sobre el arribismo, sobre el temible advenedizo que siempre escalaba posiciones en el orden social y, con esas obsesiones, construía historias que sorteaban los obstáculos con suma habilidad. Hay pocos directores con tanta solidez en su filmografía como Joe Mankiewicz, seguro que comentaré alguna más en este blog porque es uno de los más grandes.
Por otro lado, te contaré un secreto, Alberto. Mi padre me decía exactamente esas mismas palabras: Recuerdo "La diligencia" en una sesión de tarde y cómo decía con una cara de importancia tremenda: "Es un peliculón". Recuerdo "Vive como quieras" y cómo me dijo por la mañana de un día de verano: "Hay que verla. Es un peliculón". Recuerdo "El tren" y cómo me susurró: "A tu madre no le gustan estas películas, pero es un peliculón, quédate a verla". Y yo hacía como tú. Abría los ojos y me quedaba hipnotizado con esas historias tan increíblemente bien construidas, obras maestras en medio de la época del Renacimiento de un arte como era el cine.
Gracias por desayunarte todos los días conmigo y con estas letras tan pequeñas que sólo se engrandecen cuando gente como tu saben leer todo lo que quiero decir. Feliz año, Alberto, que sean 12 meses repletos de cine y un abrazo de cinéfilo, de esos que sólo dos personas con algo tan fuerte en común pueden darse