miércoles, 4 de febrero de 2009

LA VENTANA (1949), de Ted Tetzlaff


Estamos ante una de esas auténticas desconocidas que nacieron para la serie B y se convirtieron en oro puro con el paso del tiempo y de la mirada. Homenajeada brevemente por Pedro Almodóvar en su flojísima Kika, esta película, de director de segunda fila e intérpretes en los que sólo cabe destacar el siempre sólido trabajo de Arthur Kennedy y el muy refinado trabajo de Paul Stewart, recién salido de la factoría de Orson Welles y la muy inteligente Ruth Roman; es un film lleno de una extraordinaria riqueza al aportar un cuento de horror urbano a través de los ojos de un niño de diez años al que nadie cree. El pánico hará su aparición en una noche de soledad en la que los monstruos cobrarán vida con forma humana y entonces todo desencadena una serie de acontecimientos que pueden presentarse fácilmente como el reverso de La calumnia. Allí, la mentira de una niña, trae fatales consecuencias al ser creída. Aquí, la verdad de un niño, trae fatales consecuencias al ser ignorado…
Como buena serie B, la película tiene un planteamiento vertiginoso, además de un muy original comienzo, y se describe con singular acierto el modo de vida de la clase trabajadora americana allá por finales de los años cuarenta. Las casas son antiguas, testigos de muchos callejones oscuros, y el único teléfono del barrio se encuentra en la tienda de la esquina y todo ello, bajo una dirección que nunca volvió a estar a esta altura, se convierte en un apasionante thriller, que hace que no apartemos nuestra vista de la pantalla, de ritmo perfecto durante los 73 minutos que dura. No en vano, la película está basada en el relato de un hombre obsesionado sobre lo que se ve a través de las ventanas, Cornell Woolrich, responsable también del que dio pie a esa obra maestra llamada La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock. Pero aquí, el blanco y negro utilizado con una sabia mano (no olvidemos que Ted Tetzlaff, el director, originalmente fue director de fotografía de, por ejemplo, Al servicio de las damas, de Gregory La Cava o El asunto del día, de George Stevens o, esta sí, de Encadenados, de Hitchcock) hace que la visión de la película casi se convierta en un personaje más por el brillante uso de los claroscuros, de las escaleras intrincadas que conducen al pánico o de los rincones en penumbra que forman un siniestro cuadro de un escenario para una verdad que nadie cree.
Así, pues, háganme caso…Si se deciden a verla después no se asomen por la ventana, puede que vean lo que nadie quiere ver y aún peor…puede que vean lo que nadie quiere creer…


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