miércoles, 6 de mayo de 2009

LA BALADA DE CABLE HOGUE (1970), de Sam Peckinpah


Tal vez encontrar agua en el desierto sea como hallar un sueño en la vida. En el árido erial de la nada se puede ver pasar el final de una época que, sin darte cuenta, ha pasado por encima de ti diciéndote adiós. La alegría de vivir queda enterrada en la novedad del olor a gasolina y así amar se queda en una simple broma y la aventura, la verdadera aventura, es no dejarse arrollar por el avance de unos tiempos que ni te mirarán al pasar. Al final, la historia será una balada y la ensoñación te llevará tan lejos que creerás haber vivido…cuando lo que realmente has hecho es morir lentamente…
Atípica película en la filmografía de Sam Peckinpah que cuenta con un trabajo fuera de serie de Jason Robards, La balada de Cable Hogue se presenta como un ejercicio de estilo que se aleja de lo habitual en su director pero que ahonda en su temática crepuscular en donde se arrincona a seres que perdieron su destino igual que el tiempo se extravía en algun lugar de una vida sin mucho sitio. Aquí no hay tomas en cámara lenta, ni violencia desbocada, ni héroes en contra de la corriente. La cámara lenta la impone la misma historia y Peckinpah coquetea con la comedia más amarga que, en algunos momentos se convierte en la amargura más cómica sin dejar de pasar por lo grotesco con oportunas paradas en la espiritualidad, en el romance, en la locura, en el final... Y aún así consigue que la sonrisa se nos quede helada en la boca con estalactitas de arena colgando de nuestros colmillos. Para remate final, la llegada inevitable del destino no registrado quedará como la herida abrasadora y sedienta de algo que debió ocurrir pero que nunca pasó.
Y es que quizá somos los que soñamos y no lo que hacemos. Somos los que sentimos y no lo que construimos. Somos polvo entre el polvo y no lo que queremos ser. El sol juzgará, y sin duda, ahí mismo, apoltronados en el sofá, armados con un mando a distancia que busca agua para la visión y que será gozosa para quienes la encuentren, ustedes también lo harán. Y en esta ocasión, el veredicto será difícil porque está película no es un western aunque ocurra en esa época y deberán entrar en un alto en el camino para beber un trago del agua que les sirvan y algunos no podrán. Si es así, cojan el coche y váyanse a dar una vuelta por ese desierto de asfalto que nosotros mismos hemos creado. Quizá encuentren una balada que quiera ser soñada y escuchada…

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tiene Cable Hogue, la peli, un halo poético.
Como varías de las pelis de Peckimpah muestra a un antihéroe ya casi fuera de su tiempo, sin futuro, recién salido de un pasado que probablemente fue todavía peor.
Qué pocos personajes de Sam resultan tipos de éxito caídos en desgracia, al contrario, suelen ser gente de mal vivir y no sólo en el sentido ético del termino. Gente que ha llevado mala vida, que han tenido que buscársela de mala manera y que no han conseguido otra cosa que sobrevivir. Si Huston estaba especializado en perdedores, Peckimpah se especializó en la mísera vida de los miserables, no llegan a perdedores porque no tienen nada que perder, salvo la vida...y a fe, que en la mayoría de las películas de este director, pocos llegan a conservarla.
Adorna Peckimpah generalmente sus films con el feísmo, sus personajes salvo honrosas excepciones ( Mcqueen y McGraw en “La huida”) están feos, sucios, desaliñados, los escenarios también ( incluyendo el mugriento hotel de “La huida” ), el paisaje es desolador, triste, desértico. Se podría decir que el director es cruel con sus personajes, fijemonos en varios detalles.El desierto o casi es donde se desarrola la acción de “Cable Hogue”, “Quiero la cabeza de Alfredo Garcia”, “Grupo Salvaje”, incluso “La huida” o “Mayor Dundee”. El amor en Peckimpah es desalentador, en “Grupo Salvaje” la novia prefiere a un gordo general mejicano, en “La huida” la esposa consigue la liberación de su marido a cambio de acostarse con otro, en “Cable Hogue” el objeto de adoración de Jason Robards es una prostituta que no necesita dejar de serlo, en “Quiero la cabeza de Alfredo García” la novia de Warren Oates es violada por Kris Kristoferson por expreso deseo de ella…
El único escape que les deja el director a sus personajes finalmente es la muerte, la mayoría han tenido una vida tan perra que la muerte es su redención, su final es la oportunidad de sonreír por fin, de aliviarse de tanto polvo y tanta miseria, de haber estado y no haber sido, de ganar a la derrota. Por eso, pese al feísmo que inundan los films de Peckimpah, sus finales nos dan sosiego, nos dejan respirar. Comprendemos y nos emocionamos con el final de “Grupo Salvaje”, son el final de una época, mejor así, mejor para ellos. Entendemos que Warren Oates sólo tiene como alivio que morir matando. Incluso aceptamos que el bueno de Cable Hogue cuando por fin parece haberse repuesto de todas sus derrotas pierda la vida tras un estúpido y vergonzante accidente, es mejor así, su éxito era inestable y abocado a desparecer.

Esa es la poesía de Cable Hogue, una elegía, una balada, triste, un blues, no hay finales felices porque los inicios tampoco lo fueron,. Nos hemos reído de un grupo de personajes mezquinos, ruines, cobardes, traiciones, desleales y a los que sin embargo hemos cogido simpatía, tal vez porque nunca serán como nosotros, tal vez porque nunca seremos como ellos, o tal vez, porque nuestra hipocresía no nos deja ser realmente así. Tal vez seamos feos, como ellos…y es probable que nosotros no seamos capaces de sonreír al final de nuestras derrotas.

Jason Robards está inmenso como casi siempre, pero también mejor que nunca.

Gran peli, gran post.

Abrazos, Carpet

César Bardés dijo...

El universo de Peckinpah siempre está dominado por los atardeceres de una época. Son despedidas nostálgicas y elogios hacia unos hombres que, por muy violentos que puedan llegar a ser, formaron parte del tiempo que se va como un traidor que vuelve la espalda a quien le dio vida.
Es cierto que, incluso en sus películas ambientadas en la época contemporánea, sus historias de amor son crónicas de una decepción (ahí está su última película "Clave: Omega" para demostrarlo) y la muerte es esa salida por la puerta de atrás ante el incendio que provoca el sol cuando se esconde. Tal vez cogemos simpatía a esos personajes porque, de alguna manera, sí que muchos de nosotros nos consideramos los últimos de una estirpe, o los meros supervivientes de algo que, como el viento, se fue entre las manecillas del reloj. Lo que sí es cierto es que todos sus personajes asumen sus derrotas como una hazaña final, como un entregar la existencia en aras de los años a los que realmente han pertenecido.
Has resumido fielmente el espíritu de un hombre al que William Holden calificó de "un loco tras una cámara", que tenía sangre india en sus venas, que era un apasionado de la Naturaleza (era un alpinista consumado) y que, sin embargo, fue tremendamente infeliz que se hundió en el infierno del alcohol y de las drogas...Quizás porque él también sabía que era un hombre destinado a ser un clásico y llegó demasiado tarde al arte de hacer cine.