miércoles, 20 de mayo de 2009

LAS NORMAS DE LA CASA DE LA SIDRA (1999), de Lasse Hallstrom

Sentir que se es rey cuando no se tiene nada. El regocijo de la risa ahogada en la almohada. El vacío llenado con el dolor de unos puños mordidos. La alegría de unos ojos posados sobre ti. El regalo de un corazón enfermo fotografiado en blanco sobre negro. El descubrimiento homérico de un mundo más cruel que un buen montón de fetos abortados. La seguridad de que se hace el bien por encima de la más infecta de las chapuzas sanitarias. Engancharse al éter para olvidar que nacer es morir y que morir es no nacer y que la muerte suele ser una esencia de cristales rotos. Aprender, no dejar nunca de aprender, que las normas no suelen estar escritas, que lo correcto no suele ser ley y que actuar contra ti mismo no es sinónimo de derrota. El amor, a menudo, es una puta caprichosa que te hace subir a una nube para hacerte caer de golpe. Dickens. “Si mi vida es digna o no de ser contada, es algo que sólo estás páginas podrán aclarar…”. Nada muere si no muere la ilusión. Por eso, esa despedida principesca en el preludio de la oscuridad, allí donde los pensamientos comienzan a ser certezas y los reyes se dan cuenta de que el cariño no se hizo para ellos en un mundo que prefirió abandonarlos. Niños abandonados. Almas que vagan por la nieve a la espera de un bolazo en plena cara. Ojos que buscan por qués y cuándos pero nunca quiénes. La paz es el dominio de los párpados cerrados mientras un día más se escapa. La sidra de la vida se escancia en la experiencia, se bebe, se degusta, se enfurece, se tranquiliza…viaja por el paladar del descubrimiento y se introduce en el camino para llegar a la encrucijada de lo que hay que hacer aunque ello no sea legal. La norma. Las normas. Lo normal.
John Irving escribió esta novela sobre la ética de la verdad y de la norma que no siempre sirve. Años después, Lasse Hallstrom la llevó al cine con el título de “Las normas de la casa de la sidra” y allí donde sólo los actores inmortales pueden llegar, Michael Caine fue niñera y orfanato de nuestro corazón siempre abandonado…y lo hizo para tranquilizarnos con ese “Good night…you, Princes of Maine…you, Kings of New England” que hizo que la lágrima tirara de nuestros labios hacia arriba para dibujar la sonrisa de quien se siente grande tan sólo por unos instantes. Y así fue cómo yo me sentí cuando comprobé que siempre hay un relevo para quien construyó los cimientos de unos cuantos corazones eternos.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Llevamos ya varios post alabando el gran hacer de Michael Caine y probablemente nos queden muchos más. Su personaje en esta película se eleva por encima de todo, avasalla con su presencia, apaga el resto de las luces...y cuando él no está, a mi particularmente, la película hasta entonces maravillosa se me descuelga un poco.

Se me descuelga entre otras cosas porque Tobey Maguire no me gusta nada, que será probablemente fobia o que será que no es buen actor, pero no me lo he creído nunca, ni en Pleasantville donde su cara de niño bueno asombrado podía resultar, ni como guerrillero sudista en esa nada vestida de mucho de Ang Lee llamada "Cabalga con el diablo", y me parece el peor de los prodigiosos "Jovenes prodigiosos" y no lo veo ni como jokey en "Seabiscuit" ni como Peter parker en "SPider-man".

Y claro, si quitamos la inmensa y magnética y brillante presencia de Caine y dejamos que ocupe el centro del tablao a Tobey...se descuelga hasta el cuadro de "Las Meninas".

Ilumina un poco, bastante no nos engañemos, una bellisima Charlize Theron que vuelve a caer en un error impensable por segunda vez( (en realidad por primera), intentar hacer creíble que se va a enamorar de Tobey Maguire o luego de Woody Allen en "La maldición del escorpión de jade" (otra obra "menor", según algunos, de Allen y a mi me parece mayor y muy cercana a "Scoop")

En todo caso un apelícula preciosa y preciosista, un horfanato, una clínica abortiva que parece casi un paraiso. Donde la bondad se vive, donde el amor se siente, donde la ternura nos cala hasta el tuetano. Los principes de Nueva Inglaterra nunca pudieron tener mejor caballero que Sir Michael.

Maravilloso post Wins.

Saludos, Carpet.

M.I. dijo...

¿Llevamos?
Me reconforta saber que, además de periodistas frustrados, hay críticos de cine frustrados, blogueros frustrados... todo un mundo de frustraciones ahí fuera.

César Bardés dijo...

Pues sí llevamos varios artículos intercambiando impresiones sobre un actor irrepetible. Tengo que darte la razón en cuanto al reparto descompensado que hay en la película pero en cualquier caso, es una historia que me emociona, me hace llorar, me hace reír con esos niños a los que Tobey Maguire les vuelve a desear buenas noches como su padre adoptivo hizo antes. En realidad, la historia es tan potente, tan completa, tan sobrecogedora a flor de piel, que la presencia de Maguire no me molesta. Estoy absorbido por lo que me está contando la película y, eso sí, estoy absorbido por ese Michael Caine que llora tras la puerta después de que muere el niño asmático y ha tenido que mentir a los demás diciéndoles que ha sido adoptado...El orfanato no es un paraíso...El médico intenta que los niños no vean que es un infierno.
Lo siento, escribo esto y se me ponen los pelos como escarpias.

Anónimo dijo...

Cierto, tu lo has dicho, como siempre mil veces mejor...No era un paraiso, Caine, el médico que Caine interpreta, busca que casi lo sea para los niños y efectivamente logra que no sea el infierno...o viceversa.
Bueno, que me lio, que a mi también se me atragantan las palabras con esa escena...que lo que tu has dicho era lo que yo queria decir...ostis, me recuerdo a alguien.

Abrazos, Carpet