viernes, 4 de septiembre de 2009

EL LIBRO DE LA SELVA (1942), de Zoltan Korda


¿Quièn no conoce los secretos de esta historia del niño que se crió en medio de las tierras vírgenes? ¿Quién no se ha extasiado ante la lección moral que Rudyard Kipling destiló al escribir el destino de un niño que creció entre animales y quiso madurar entre los hombres? ¿Quién no se acuerda de una de las múltiples versiones que se han hecho sobre esta extraordinaria novela? No hay mucho más que añadir salvo que, quizá en estos días en que el sol nos está diciendo adiós y la lluvia hace su aparición de verano, es agradable volver a ver esta película. En cierto modo, es como si, al volver al filtro de la luz gris que traspasaba las ajadas persianas de casas de nuestros padres cuando veíamos aquellas “Sesiones de tarde” de los sábados, volviéramos a sentirnos jóvenes, regresáramos, por unos breves instantes, a nuestra sangre joven y a nuestro mirar repleto de una curiosidad que nunca se daba por satisfecha. Tan sólo por eso, por esa sensación de nuestro universo particular tan alejada del arte de hacer cine, merecería la pena volver a ver esta película. Y yo no puedo evitar imprimir mi propia banda sonora de nostalgia cada vez que alguien me cuenta en imágenes el magnífico relato de Kipling.
No hay ninguna duda de que El libro de la selva es la gran historia que la Literatura nos brindó sobre animales y que el cine se encargó de poner un cerco de realidad fantaseada a tal relato. Y sí, se hizo para niños...¿y qué? A mí no me importa volver a ser un niño que se abre paso en una jungla que se puede convertir fácilmente en la parábola de la propia vida que cualquier ser humano tiene que vivir. ¿Qué más da que sea rodeado de las raíces del asfalto o de la aridez impía de una selva que se empeña en tragarte? Tampoco se queda atrás en el descubrimiento de las claves que diferencian a los seres humanos de los animales...y, sin embargo, cada vez parece que nos estamos acercando más los unos a los otros. Es un cuento, una fábula moral, sí....pero ojalá se realizaran más cuentos y fábulas morales para aprender cuál es nuestro sitio en la complejidad del equilibrio natural.
La película por sí misma es brillante, hecha con cuidado y mimo, con una memorable sabiduría en la dirección artística que se estudia en algunas escuelas de cine del Reino Unido y que, además, retiene un poder considerable en sus exóticas imágenes, en su excepcional puesta en escena bajo la supervisión de hombres que amaban al cine por encima de cualquier otra cosa.
Y es que, seamos sinceros, en algún lugar de nuestro corazón de niños, la jungla tiene un carisma que hace que seamos incapaces de mirar hacia otro lado mientras nos hablan de osos, panteras, monos y ciudades perdidas y sólo entonces es cuando hay algo en nosotros que desea saber hablar con los animales, conocer la senda de los elefantes y comprender que los sentimientos y las sensaciones no son patrimonio exclusivo del hombre. Hay que abrir bien los ojos si no queremos dejarnos cegar por unas tierras vírgenes que nos atrapan al más mínimo descuido...y hay que tener mucho cuidado porque la selva está repleta de serpientes, incluso si sólo queremos cruzar al otro lado de la calle.

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