miércoles, 23 de septiembre de 2009

EL TEMIBLE BURLÓN (1952), de Robert Siodmak


“¡Cazad la verga! ¡Desplegad todo el velamen! ¡Acercaos, chicos! Venid a la última travesía del Crimson Pirate. Ocurrió hace mucho tiempo en el lejano Caribe. No olvidéis: un barco pirata, en un mundo pirata...¡No preguntéis! ¡Creed lo que veáis!...No, creed sólo la mitad...¡Guarneced los cañones! ¡Rápido! ¡Moved el lomo!”Así comienza una de las más maravillosas aventuras que el cine ha querido regalarnos. ¿No es un comienzo atractivo? Es más que eso. Es la promesa de la acrobacia en la escena, del triple salto mortal en el argumento, de la picaresca llevada hasta el límite del peligro, de la risa del resabiado, de la risa del villano, de la risa del espectador. Es una película realizada con sentido del humor, sentido del ritmo, sentido de la puesta en escena, sentido común...es una increíble excentricidad de la que no creemos nada pero tiene tal frescura, tal inventiva, tal descaro, tal elegancia que no nos importa impregnarnos del agua del mar, del sabor a sal y a ron y meternos de lleno en las vicisitudes de un grupo de piratas que ayudan a la justicia porque es lo que impera en su código sin hogar, en su casa de olas, en su mundo de jarcias y amarras.
A la categoría de obra maestra ayuda el impresionante oficio de Robert Siodmak tras las cámaras, a la agilidad sorprendente y casi insultante de un Burt Lancaster que quiso ser primero héroe para luego intentar la hazaña del drama, la fotografía que mueve nuestros ojos por los hábiles y escurridizos terrenos de la fantasía desbocada. Ah, y sobre todo, esa pelea final, una de las mejores que se han rodado nunca en cine, salpicada con la espuma jovial del humor, zarandeada por el palo mayor de la inventiva más brillante y escorada hacia la originalidad más admirable. El pirata rojo nos hará saltar, reír, nos pondrá en vilo con chistes que se integran en la trama como si fueran balas de fragata. Es una alegría de cine. Es un gozo de historia.
Me gustaría tener las palabras suficientes como para poder transmitir el entusiasmo que esta película es capaz de despertar. Tanto es así que, al finalizar, uno siente que ha asaltado la bodega de un rico mercante inglés y que somos dueños de un botín de valor incalculable. El peso de cada fotograma es oro. El papel en el que estuvo escrita es valor y agudeza. La dirección plena de agilidad con la que se realizó es arte que no se subasta. La interpretación, siempre pasada por la quilla del jolgorio y del desenfado, es cielo en piel, es nube rojiza en los rostros curtidos por el levante, es lluvia resbalando por las arrugas de las manos encallecidas de tanta cuerda áspera y tanta fina espada.
Así que es el momento de disfrutar. De ponerse bien cómodo enfrente de una aventura que es, ante todo, visual; bajo todo, divertida; en medio de todo, una extraordinaria película que no debe perderse ninguno de los auténticos amantes del cine. Rumbo Nornoroeste, señores, las velas se inflan para llevarnos a la isla de la imaginación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, a mí sí has conseguido transmitirme el entusiasmo que esta peli es capaz de despertar. Al menos veo el entusiamdo que ha despertado en ti. Es una peli llena de vida. Y nadie como Lancaster para representar a ese temible burlón. Sin tener nada que ver una con la otra, su personaje se asemeja al de El fuego y la palabra. Igual de temible con esa palabrería, e igual de burlón aprovechándose de las personas con su desparpajo.

Gema

César Bardés dijo...

Esta película siempre ha formado parte de mis aventuras preferidas y, de niño, me encerraba en mi habitación saltando del sofá a la mesa y de ahí a la cama intentando emular las piruetas de Burt Lancaster y de su compañero Nick Cravat. Es tanta la diversión que produce que a mi me parece que es puro arte.
Está muy bien traída el símil con "El fuego y la palabra" aunque ahí Lancaster, en un alarde de inmensidad interpretativa, se coloca entre los más grandes actores de su generación con esas piruetas, sí, verbales que tienen como único fin el embaucar y el engañar aprovechándose de la fe ciega de algunas personas. Estupendo y atinado comentario, Gema.