miércoles, 21 de octubre de 2009

EL RASTRO DE LA PANTERA (1954), de William Wellman

Muchachos, imaginad por un momento que el mundo está poblado del blanco y negro. Blanco de nieve. Negro de bosque. El único color que vaga por las laderas del drama es el de vuestra cazadora rojo sangre y dentro de vosotros hierve la obsesión por cazar una pantera. Una pantera que nunca se ve, que sólo se siente. Que asedia y agobia. Que asesina y ensombrece. Una pantera que, bajo nuestros jóvenes ojos, tan sólo es un símbolo de todos los males del mundo. Y el mundo, como ahora, es la familia. Una familia que mira hacia adentro, que no se abre, que no deja entrar. Y el miembro más discordante de la familia siempre es el más combativo. Es justo ése que tendrá la impaciencia por matar y la tranquilidad de seguir con calma las huellas de la fiera. Si vosotros fuerais ese elemento discordante pero abrumadoramente terco en su meta (...apuesto que más de uno que quiera leer estas líneas, lo es...), ¿seguiríais hasta el final el rastro de la pantera? ¿querríais realmente acabar con ella? ¿sería eso más importante que cualquier otra cosa?
Esos son precisamente los interrogantes que plantea esta película que, a pesar de que puede parecer atípica, nos muestra un universo cerrado, agotadoramente claustrofóbico a pesar de hallarse en medio de la naturaleza. Quizá, en ocasiones, la persecución de un objetivo ciega la humanidad del que lo persigue y se convierte en otra fiera roja que camina a rebufo de la bestia negra. Es como si uno se transformara en los lentos movimientos del león cuando está a punto de saltar sobre su presa. Los dientes afilados. Las babas descontroladas. Los ojos ceñudos. La sangre en la boca. El miedo en la sangre. La vida que se escapa en adrenalina...
Al fin y al cabo, no todo en la vida son aventuras llenas de color y de optimismo. También hay que dejar un sitio al drama psicológico para ser más humano, para saber ser, para no dejar de saber. Así, quizás algún día, uno llega a comprender determinadas reacciones de la gente porque, de una manera inconsciente, recordamos que una vez vimos una película que hablaba sobre motivaciones y no sobre acciones, que escarbaba en las simas del espíritu, que intentaba bajar a las profundidades más oscuras de un alma que todos podemos llegar a tener. Para ello, hace muchos, muchos años, un fotógrafo llamado William Clothier nos regaló todas estas bellísimas imágenes; un director al que todos sus amigos le llamaban El Salvaje y que respondía al nombre de William Wellman quiso hacer una película desnuda que nos deja con la piel a tiras y los arañazos escociendo; y un actor que era duro como una roca y que era conocido como Robert Mitchum nos mostraba hasta qué punto el odio puede devorar; el desprecio puede herir; la vanidad puede atacar y la duda puede matar. No podemos quedarnos sólo con los espectáculos de tiros y explosiones. También hay que seguir rastros de pantera.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Confieso que no recuerdo haber visto esta película, ganas me han dado.
Sin embargo y tal como comentas, aun a riesgo de entender mal, esa caza, esa busqueda como objetivo, ese odio que se va formando a medida que se avanza, recuerda al Capitan Ahab de "Moby Dick" una obsesión destructiva.

Hay muchas, demasiadas, personas pendientes de la busqueda del enemigo, tan atentos a la caza de la fiera que pierden gran parte de su humanidad en tan terrible empeño. Hay incluso quienes consideran que las fieras son los que piensan distinto, los que tienen otro color o los que aman de otra forma. Malo es cuando ese mal afecta a un sólo individuo, peor aun cuando los cazadores son númerosos, convertidos en jauria humana, despiadada y sin control.

Otro gran post. Saludos, Carpet.

César Bardés dijo...

Puede que tenga algún punto de contacto con "Moby Dick" pero mientras la historia de la ballena tiene un componente místico muy acusado, lo que aquí prima es que la pantera (a la cual nunca se ve, salvo al final) representa al mal del mundo y, lo que es peor, es perseguida por alguien cuya naturaleza también es malvada.Salvo unos primeros minutos de introducción en la situación familiar del protagonista, la mayor parte de la película se desarrolla en el agreste paisaje con el cazador como único personaje, obsesionado por matar lo que él considera que es el mal y, en el fondo, también es una búsqueda de sí mismo.
La película no es para todos los paladares. Es difícil y está muy lejos de ser una película de aventuras pero tiene un halo de modestia atrayente además de una fotografía en la que parece que todo es blanco y negro salvo la cazadora de Mitchum. A mí me parece una pequeña joya que, por otro lado, es bastante difícil de encontrar porque no se llegó a estrenar comercialmente en España. Yo tuve la suerte de verla en la Filmoteca-Cine Doré hace unos diez años.
Gracias por adular mi insaciable ego.

M.I. dijo...

El salvaje Billy. Leí eso en la silla de director, en una fotografía del rodaje de La Reina de Nueva York. Y yo, en mi afán de buscar respuestas, te preguntaba: ¿salvaje?, ¿y eso?, ¿le llamaban salvaje con esa pinta de tío buenorro que tiene? (era una época en la que me daba por fijarme en esas cosas).
Tú me contestate: Le llamaban el salvaje porque este artesano era capaz de adentrarse en cualquier género y de abordarlo con mucha dignidad. Un todoterreno, pensé yo.
En fin... la de cosas interesantes que he aprendido contigo.

Y no. Mi respuesta a que si yo perseguiría a la fiera es que no. No hay más que leer El viejo y el mar para darse cuenta de que luego no satisfacen las persecuciones, jajaja.
Yo, de vez en cuando, me dedico a joder a algún antiguo enemigo, pero así una persecución a saco, sin tregua, babeando.... como que no ;)

César Bardés dijo...

Qué bien sacado está eso de "El viejo y el mar" como el lado contrario de "El rastro de la pantera". Las persecuciones más necesarias, como la que nos relata Hemingway y que tan poderosamente interpretó Spencer Tracy son las que menos satisfacción pueden traer. Es totalmente cierto.