miércoles, 4 de noviembre de 2009

EL VUELO DEL FÉNIX (1965), de Robert Aldrich


Un avión se estrella en medio del desierto. Su acero se quiebra y sus pasajeros se preparan para vivir de inútiles esperanzas. Entre ellos, un hombre vuelve a casa porque él también se rompió interiormente en algún pozo de petróleo. Otro quiere pasar unas tranquilas vacaciones. Un capitán del Ejército británico es trasladado y le acompaña un sargento cuyo sentido del deber es sólo una obligación que nunca ha querido cumplir. Un médico intenta poner algo de cordura como bálsamo de supervivencia. Un ingeniero que fabrica aviones es fiel esclavo de su mentalidad teutónica. El co-piloto intenta hundir su mediocridad en las misma garganta de una botella. Y el piloto es un veterano que sueña con tiempos pasados y vive de una gloria que hace mucho, mucho tiempo que se marchitó. Todos ellos son náufragos de la arena, pieles resecadas al sol que, implacable, no deja de lanzar su martillo de luz contra ellos para quemar sus huesos y su espíritu. El avión, como una ballena varada en la playa, sólo espera el abandono. Demasiadas horas de vuelo. Demasiado aire cortado. Demasiados elementos aliados en contra de sus viejos motores.
Las individualidades no importan cuando todos tiran de las cuerdas. Andar es sólo dejar unas cuantas huellas tostadas en medio del calor asesino. Beber agua es un lujo y aún así...cuando el hombre se siente parte integrante de algo parecido a un equipo hecho de retales, entonces, al menos, siempre quedará la satisfacción de no haberse rendido, de no haberse tumbado en la hostil arena y convertirse en víctimas de la nada. Si no hay algo, la derrota será total y no restará ni el orgullo que también se estrelló con el avión. El fénix renace de sus cenizas y los retales, de repente, se convierten en sólido acero que persiguen el sueño tras la catástrofe.
No faltará la inoportuna visita del escepticismo, la desesperación como asidero, la tragedia inesperada, la sangre vertida sobre unas fotos hechas de cariño, la decepción como compañera, el fallo como algo permanente que persigue hasta aplastar, la terquedad como justificación, la risa histérica nacida como un oasis en el polvo, la venganza contra la autoridad, la verdad como juez...Las dunas ofrecen la cuesta arriba como horizonte y la pendiente como escondite en la noche. Y no hay nada más. Sólo cenizas esperando una resurrección para un último vuelo, una última hazaña, un último giro de hélice.
Retrato de personajes en una situación desertizada, El vuelo del Fénix es una película que absorbe nuestros sentidos y los deja bien tendidos al sol, gracias a un reparto extraordinario y a un sentido de la aventura interior que otorga profundidad al abismo arenoso de la desolación. Tal vez porque nuestro paso por el mundo aspira a algo más que el dejar nuestro nombre escrito en la arena.
"La ciudad le iba cuajando paisajes de cine en planos superpuestos (era la despedida que le ofrecía, el mejor obsequio) en los que podía advertirse un temblor levísimo, una palpitación irreal. Nunca se había sentido en un mundo tan superado. Los colores se apagaban, unos en dirección al negro, otros al blanco, patéticamene distribuidos para un ajedrez eterno. El viento arrancaba notas y pájaros dormidos a los árboles, los despeinaba para el duelo, impulsaba los navíos lentos caídos en los charcos".
El artículo de hoy va dedicado con profunda admiración a don Francisco Ayala. No hay mejor homenaje para él que reproducir algunas de las letras que dedicó al cine en su relato corto "Polar, estrella", donde rinde un sentido homenaje a Greta Garbo. Hace unos cuantos años, charlé con él en la cafetería de la Filmoteca de Madrid, Cine Doré, precisamente de este relato mientras esperábamos que se hiciera la hora de entrar a ver una antología de cortos de Charles Chaplin. Era verano y yo estaba sobrecogido por la tremenda vitalidad y lucidez de un hombre que, por aquel entonces, ya contaba con ochenta y ocho años. Además de un escritor único, era un cinéfilo de los de verdad y aquella conversación, que duró unos veinte minutos, fue la reproducción exacta de una clase acelerada de un maestro hacia un alumno poco menos que torpe. Gracias por prestarme veinte minutos de sabiduría, profesor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues hay que sumarse otra vez a la tristeza por la pérdida de otro gran hombre. esto es así, un día nos apena la falta de uno y al día siguiente le sustituye otro en nuestro duelo. Una prueba más de que la humanidad está repleta de gente importante, interesante, inteligente, bondadosa, talentosa, afectiva, honesta, creativa, capaz, buena. Las virtudes existen porque algunos las lucen. Cuando muchos hablan desengañados de los males del ser humano siempre se puede ofrecer ejemplos que nos hacen pensar en lo contrario...Algunos de esos ejemplo son públicos, pero no son menos los privados. DEP Don Francisco.

Sobre “El vuelo del Fénix” hay un libro que he mencionado más de una vez, “Carta abierta de Woody Allen a Platón” (creo que ese es el título) y que utiliza esta película para explicar los diversos tipos de autoridades sociales que se presentan en un grupo. En realidad es una película de aventuras que no busca, ni abusa de la acción, pero que aun así te mantiene inquieto, alerta y en tensión mostrando las miserias y grandezas del alma humana. Hubo un par de veces que creí que por ahí iban a ir los tiros de una serie de televisión que causa sensación “Perdidos”, sin embargo, aquello comenzó a desbarrar en sucesos inexplicables, en situaciones incomprensibles y misterios ocultos que me dejaron de interesar al poco tiempo (que soy mu raro yo). El remake reciente no resiste comparación, aun a pesar de ser una peli entretenida no conserva ni de lejos las virtudes de la autentica. Es como comparar a Dennis Quaid con James Stewart...lo que decíamos hace poco, otra liga.


Carpet

César Bardés dijo...

Pues sí. Hay que reconocer que la impresión que me causó Francisco Ayala fue la de un humanista lleno de interés por las cosas, uno de esos que, como decía Goethe, "Dios tiene que concederles otra vida porque se han dejado todavía mucho por hacer". Fue tremendamente cariñoso y creo que disfrutó de nuestra conversación porque quiso pagar el café con hielo que nos tomábamos. Yo no le dejé y rogué que me dejara invitar. Me dio las gracias con agrado y me dijo que esperaba verme por allí otra vez. Nunca nos volvimos a ver y bien que lo siento. Supongo que se sintió algo intrigado por un tipo que rondaba la treintena y que ya conocía su "Indagación en el cine", el primer libro de cine publicado en España y se había leído "Polar, estrella", su particular homenaje a Greta Garbo. Fue otro momento para el recuerdo.
Sin duda, "El vuelo del Fénix" es un estudio de personajes lleno de acción moral y que hace que, a través de las actitudes de los protagonistas, tengas esa especie de inquietud un poco agobiada que no te deja ni un momento durante la película. Y en cuanto al "remake", mejor no hablar. Sólo hace falta comparar lo incomprensible del personaje de Giovanni Ribisi y lo tremendamente coherente a la manera más germánica con la que se comporta el personaje de Hardy Kruger. Robert Aldrich lo curró mucho, muchísimo más.