miércoles, 25 de noviembre de 2009

UN CEREBRO MILLONARIO (1968), de Eric Till

No cabe duda de que, quizás, el mejor trabajo de Peter Ustinov como guionista lleva el insigne nombre de La fragata infernal pero Un cerebro millonario, también debida a su pluma y a su siempre interesante interpretación, puede destacarse por ser una historia de actitud muy relajada y con un sentido del humor muy inglés pero muy efectivo, tanto es así que Ustinov, en su guión, opta por ridiculizar ese sentido del humor tan manierista, afectado, particular e isleño que exhiben los ingleses convirtiendo el film no sólo en una comedia sino también en una parodia. No en vano, el sentido del humor inglés tiene tanto de fraude como la misma historia que Ustinov nos cuenta...un fraude de millones de libras.
No cabe duda de que no es un film redondo, tiene sus defectos y para los espectadores más modernizados es evidente que encontrarán ridícula la representación de los ordenadores más perfectos del mundo cuando a primera vista ya han quedado totalmente obsoletos, pero también tiene algunas virtudes como la interpretación de Ustinov (un hombre de extraordinaria cultura al que era muy difícil encontrarle una mala actuación), y de los notabilísimos secundarios Maggie Smith y Karl Malden. Incluso Ustinov hace gala de su inteligencia poniendo en pantalla dos o tres detalles que pasan desapercibidos en su primera visión pero que, en sucesivas revisiones, aparecen como guiños de notable lucidez.
El director, Eric Till, no duda tampoco en aplicar un tono decididamente satírico a la historia y consigue la que es la mejor obra de una carrera absolutamente mediocre, tal vez porque aquí (y en ocasiones, se nota) siguió con cierta obediencia las indicaciones del propio Ustinov dando como resultado una película que se deja ver con un cigarrillo en la mano (sí, no pasa nada por fumar un cigarrillo) para disfrutar de una sátira que también tiene algunas tonalidades menores en clave de romanticismo, de diversión y, por supuesto, inteligencia aderezada con algunas gotas de sorpresa subrayada por algunos ojos que deben de estar bien abiertos no sea que lleguen a perderse, incluso, unos pocos instantes de magia.
Lo más curioso de todo es que, por debajo de esa capa de aguda listeza, la historia es terriblemente simple y, lo que es más, está contada de forma terriblemente simple pero, en muchas ocasiones, cuando lo que existe es un talento natural las obras resultantes son, cuando menos, interesantes, y eso es algo que, parece ser, aún no se ha aprendido suficientemente en el cine, el arte que mayores obras de arte ha dejado en apenas cien años de existencia.
Así que tal vez ahora sea el momento en que debamos dejar que una película entable un diálogo con nosotros y averigüemos si el tipo que la creó era capaz de defraudar a una empresa de seguros a través de la incipiente informática de la época. El diálogo resultará enriquecedor, nos daremos mutuamente lecciones de cómo estafar y de cómo hacer una película. Tal vez, al otro lado, haya un tipo de apellido ruso que era mucho más listo de lo que se suele considerar a los gordos. Humor inglés. Pérfida Albión.

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