martes, 1 de diciembre de 2009

CÉSAR Y CLEOPATRA (1945), de Gabriel Pascal


Basada en una obra teatral del genial George Bernard Shaw, el director Gabriel Pascal (del cual Orson Welles hizo una acertada caricatura en la película Hotel Internacional, de Anthony Asquith) realizó una adaptación que no se aleja mucho de las bambalinas y que tiene su mayor activo en ese pedazo de actor, capaz de pasar del cinismo a la sinceridad de una sonrisa viperina, que respondía al nombre de Claude Rains. Aquí Rains encarna a Julio César con soltura shakesperiana y lo transforma en naturalidad escénica componiendo un personaje repleto de ironía y preparado para ser pasado a cuchillo. En cualquier caso, en sus palabras es donde se halla la voz de Shaw, su pensamiento y su ambición, su vanidad y su destino y esas frases tan maravillosamente construidas hacen que ponga un punto y aparte porque, de leerlas, estoy seguro de que el genial autor inglés no dudaría en asestarme unas treinta y siete puñaladas.
Acompañando a Rains y siempre con el talento grabado en un rostro inolvidable, se halla Vivien Leigh que compone también un personaje lleno de matices que transita desde los ademanes suaves y altivos de una princesa hasta la majestuosidad incomparable de quien fue reina de reinas. Ella era así, capaz de pasar de ser una niña mimada del Sur de Estados Unidos a una enloquecida mujer sin rumbo esperando al tranvía que tenía como última estación el Deseo. A pesar de que se prodigó muy poco en el cine en más de treinta años de carrera, Vivien Leigh demuestra, una vez más, la extraordinaria habilidad interpretativa de una mujer que embaucaba con los ojos mientras te cercaba con el resto de su rostro tan difícil de explicar.
Algunos autores afirman sin rubor que ésta es la mejor adaptación que se ha hecho de todas las obras de George Bernard Shaw. Quizá haya que recordar la excelente Pigmalión, de Anthony Asquith y Leslie Howard, interpretada por el propio Howard y Wendy Hiller o rescatar del olvido una pequeña maravilla, hecha con mimo y gracia y un inconfundible sabor de aventura titulada El discípulo del diablo, de Guy Hamilton con un reparto excepcional encabezado por Burt Lancaster, Kirk Douglas y Laurence Olivier. De lo que no cabe duda es que Gabriel Pascal decidió no airear los espacios teatrales y dejó que esta historia sobre un amor que fue imposible y de unos hechos que parecían imaginados se quedase en una especie de Estudio 1 de auténtico lujo en la que, además de los mencionados Rains y Leigh, destacan un excepcional Stewart Granger y una acertadísima Flora Robson, perfectos secundarios para una esfinge que supo lo que era encontrar a un príncipe enamorado.
Ah, y un último consejo...No hagan mucho caso de la historia. Shaw quería ser satírico y alteró hechos para dibujar una sonrisa en sus rostros. Así que déjense llevar, tal vez el premio sea un racimo de uvas degustado en un diván.

No hay comentarios: