viernes, 15 de enero de 2010

ESMERALDA, LA ZÍNGARA (1939), de William Dieterle


La cámara se aleja ofreciéndonos un plano general de una de las más impresionantes catedrales del mundo. Y allí, en un saliente, parece que un ser deforme se confunde, como una piedra tallada más, entre las figuras de las gárgolas que son espectadoras de una maldición rota, de un enamoramiento perverso, de una tragedia a traición, del poder de la poesía cuando las letras se unen para formar frases de protesta. La sordera no inhabilita para apreciar a la misma belleza cuando se tiene delante. La humillación puede destruir pero también fortalecer a aquél que ya nació con todo en contra. Y entonces la leyenda nace y parece que una iglesia cobra vida porque un ser despreciado, torturado y perseguido, que apenas oye, que casi no habla pero que siente más que toda la multitud, salva una vida y hace despertar del letargo a muchas otras.
Estamos ante la mejor adaptación que se ha realizado nunca de El jorobado de Notre Dame, de Víctor Hugo y recogemos el corazón con la forma de un badajo que no tiene metal donde golpear cuando vemos la extraordinaria interpretación de Charles Laughton en el papel de Quasimodo...Casi Hecho. Él es el detalle, la inteligencia en escena, la inferioridad genial, el centro de una aventura que supura venganza y que sacude las letras de París con campanadas de libertad. En este actor de talla tan grande que es casi imposible asir la cuerda de su personaje, se dan cita la fantasía, el misticismo, lo grotesco, lo tierno, lo natural, el mito, la intriga, el encanto, la inocencia, la amargura, el rey de locos, el plebeyo desfigurado y extrañamente bello...Con su presencia, admirablemente secundado por la indiscutible hermosura de Maureen O´Hara, la insuperable sabiduría de ese actor que fue Thomas Mitchell y el debut de un intérprete de intensidad felina como fue Edmond O´Brien, Laughton consigue que la película se eleve hasta contrafuertes de obra maestra, hasta arcos de medio punto labrados con la paciencia del artesano que, poco a poco, va prefigurando la escena que quiere representar. Es la grandeza de un actor que convierte en héroe al que todos hemos visto como bufón y entonces, como si un hechizo se apoderase de las imágenes, nos damos cuenta de que los sentimientos son la fuerza más incontrolable que posee el ser humano. Incluso el ser humano que sólo está Casi Hecho.
En el eco sobrenatural del vacío de un templo, está la inteligencia de un hombre recluido en una atmósfera que tan sólo incluye la soledad, el ruido de las campanas y la compañía, no siempre suficiente, de Dios. El romanticismo fluye de entre las piedras donde han quedado incrustadas las oraciones de tantos fieles que, en la conjunción de todas ellas, surge el monstruo que será testigo y parte, héroe y prisionero, ternura y piedad. Las grandes almas puede que estén construidas a partir de retazos de hombre y, desde allí, desde las alturas, puede que una gárgola se fije en nosotros muy detenidamente esperando un aplauso que no puede escuchar.

2 comentarios:

Zabaltegi dijo...

Humildemente condisero demasiado grandilocuentes los elogios que le brindas a la interpretación de Laughton en Esmeralda la Zíngara, máxime cuando la única parte de su cuerpo que realmente actúa sin el pesado maquilaje es tan sólo uno de sus ojos. Siempre me parecieron facilonas las interpretaciones de composición, esas en la que el maquillaje y el vestuario constituyen el 90% del personaje. También siempre me pareció mucho más sencillo interpretar el patetismo que, por ejemplo, la dignidad. Laughton me gusta en dos películas nada más: Tempestad sobre Washington y Testigo de cargo, curiosamente realizadas ambas por dos alemanes. Sin embargo, lo que siempre he lamentado es que no se pusiera más a menudo detrás de la cámara que delante de ella, pues su única película como director es una absoluta obra maestra.

Dieterle estaba rodando "Esmeralda" justo en el momento en el que estallaba la II Guerra Mundial, lo cual influyó mucho en ella. Él, como emigrante que era, quisó remarcar en su adaptación del clásico de Víctor Hugo todos los aspectos relacionados con la libertad de expresión y la persecución de las razas. Cuando a los gitanos que llegan a la ciudad de París se le deniega el acceso, la respuesta del gitano no puede ser más elocuente: "Vosotros llegasteis ayer y nosotros llegamos hoy".

La interpretación más afortunada de la cinta me parece sin duda la de Cedric Hardwicke, que dibuja un Frollo espléndido. El fulgor de sus centelleantes ojos hace que nos demos cuenta de que bajo esa máscara de aparente pasividad le atormenta el irresistible deseo que siente por la bella Esmeralda.

Lo más bello que se dice en la película es la frase final que Sonya Levien y Bruno Frank ponen en los labios de Quasimoso mientras se lamenta y se rebela ante Dios cuando está junto a una gárgola: "¿Por qué no me hiciste de piedra como a él?"

César Bardés dijo...

Es una pena que no consideres que Laughton hace un extraordinario papel en "Esta tierra es mía", por ejemplo o en "El reloj asesino" o como el diabólico Capitán Bligh de "Rebelión a bordo" o en su increíble interpretación del estado germinal del demócrata que acepta una república razonablemente corrupta antes que una dictadura en "Espartaco", claro que tu opinión cuadra claramente con lo que a comentaste anteriormente sobre el "over acting". Es evidente, pues, que tampoco es muy valorable la interpretación de John Hurt en "El hombre elefante", o la de Robert de Niro en "Toro salvaje", o la de Kirk Douglas, un actor marcadamente tendente a la sobreactuación en "El último de la lista", de John Huston aparte de todos los compañeros que están detrás de auténticas máscaras en esa película o, si nos pasamos al lado femenino, a la interpretación que hace durante prácticamente toda la película detrás de sus gafas de sol Anne Bancroft en "El milagro de Ana Sullivan". "Esmeralda, la zíngara" también está curiosamente dirigida por otro aleman como Dieterle y para mí, es uno de los mayores activos de la película. Es más, la película estoy seguro que no sería igual sin la interpretación de Laughton y sólo habría que compararla con la que hace Anthony Quinn en "Nuestra Señora de París", de Jean Delannoy o en la de Lon Chaney, aún más cargado de maquillaje en la versión de 1923 de Wallace Worsley.
Yo quisiera destacar la inclusión de Gutenberg en la película a modo, casi, de prólogo como un símbolo de una libertad de expresión que no es que fuera precisamente algo habitual en tiempos de la vida de Victor Hugo.
Buena interpretación también de Cedric Hardwick, sí.