jueves, 21 de enero de 2010

LA CINTA BLANCA (2009), de Michael Haneke


Blanco es el color que simboliza la pureza del espíritu. Blanco es el paisaje de preguerra de un pueblo que se parece a tantos otros. Blanco es el amor cuando se presenta con la intención de quedarse para toda la vida. Blanca es la tiza de una pizarra que intenta repartir cariño entre el saber. Blancas son las voces de los niños cuando entonan una canción. Blanco también es el preludio del negro.
Y así, en blanco y negro, es la historia que nos propone Michael Haneke para desvelarnos que los orígenes de la crueldad infinita que se desató con los horrores del nazismo parten de la educación estricta, de la regla tomada como estilo de vida, de la degeneración moral que emerge imparable con el castigo. No en vano, el director ya nos había sumergido en la sangre de una violencia brutal con sus anteriores películas pero en ésta opta por ultrajar la sensibilidad de nuestro carácter de meros espectadores, por forzar la brutalidad que se esconde en la responsabilidad de los que somos padres y por decirnos bien a las claras que de nuestra conducta, nacen los monstruos.
No cabe duda de que la metáfora de Haneke se dirige directamente al mismo corazón de la semilla de un fascismo que no tuvo piedad de los inferiores y que practicó la disciplina como estilo de vida haciendo posible que todos fueran culpables. Los abuelos porque hicieron de la severidad, una norma. Los padres porque solamente supieron transmitir valores a través de la vara de medir y de la humillación. Los hijos porque aprendieron de espejos en los que nunca se debieron mirar. Y lo único que deseas es perderlos a todos de vista, que se extravíen en el discurrir del tiempo y no volver nunca la mirada atrás porque fueron capaces de construir un futuro repleto de oscuridad, de exterminio, de rigidez justificada, de anulación del ser humano.
Para ello, Haneke se sirve de una maravillosa fotografía en blanco y negro de Christian Berger y emparenta temáticamente la historia con la que ya nos contó Volker Schlöndorff en 1965 con El joven Törless donde también se hablaba de la crueldad inherente de una generación que dio lugar a la autoridad del propio horror. Sólo que, mientras en aquella ocasión, el protagonista conseguía una puerta de escape honrosa; en ésta se cierran todas las salidas con siete cerrojos de hipocresía. La falsa moralidad agazapada tras las muestras de bestialidad se completa con la alienación de una religión inoperante, el acomodo de la clase dirigente que había que derribar para que todos se sintieran piezas imprescindibles de un engranaje de ruedas gamadas y la rendición incondicional de los que son capaces de ver algo de belleza en el límite de la actitud.
Bien es cierto que, en algunos pasajes, Haneke tira por caminos demasiado evidentes para hacer comprender lo terrible del relato que ha salido de su cámara pero no cabe duda de que ha hecho una cinta blanca que nos marca y nos incomoda. Y sólo dos palabras se repiten una y otra vez cuando se sale del cine: El horror...El horror...

8 comentarios:

dexter dijo...

Ya me estaba yo empezando a preocupar, que llevaba todo esto que llevamos de 2010 sin poder ir al cine - Lisbeth Salander me tenía muy ocupado- y no era cuestión de perder las buenas costumbres. La espera mereció la pena pues el viernes acudí a ver esta verdadera joya cinematográfica. Nunca he sido muy hanekiano, he de reconocerlo. Me cuesta mucho entrar en sus historias y en sus juegos, y una vez que entro me quedo como diciendo bueno y qué, en parte al ver que el muchacho se repite más que el ajo a fuerza de introducir en todas sus películas la misma estrucutura y en parte de estar contándonos siempre la misma historia. A saber, un entorno o comunidad en los que aparentemente no pasa nada y de repente, zas, un fenómeno anómalo viene a perturbar la paz de los lugareños. Aquí la historia se repite aunque evidentemente esto es otra cosa. Me gusta esa idea de sugerir, sólo sugerir, una trama que se desarrolla en un tiempo y en un lugar concreto. Me gusta el uso espectacular del blanco y negro sin el cual esta película no sería la misma y que en ocasiones te obliga a preguntarte si realmente era necesario que el cine inventase el color. Me gusta haber podido entrar al fin en una película de Haneke porque quién sabe si repasando ahora parte de su filmografía anterior no voy y descubro nuevos códigos desconocidos.
Y es una película en la que no entrará todo el mundo a pesar de que su lenguaje narrativo es singularmente llano. Tenga presente que Bergman es uno de los referentes fundamentales del film y la sóla mención del nombre del sueco ya asusta a muchos. Yo es que no sé si seré un poquito raro pero nunca me ha costado especialmente entrar en las películas de Herr Ingmar - bueno en algunas sí. Y aquí además de salir del cine diciendo El horror, el horror, salgo también diciendo La culpa, la culpa. Porque en efecto como bien se dice aquí la represión y el sentimiento de culpa no pueden generar más que violencia y dolor.

César Bardés dijo...

Bueno, no cabe duda de que la película es excelente y que la referencia a Bergman, sí, está muy clara, especialmente en lo que se refiere a la severidad empleada por el "pastor de almas" que recuerda a varios que el propio Bergman retrata en algunas de sus películas, como el de "Fanny y Alexander" sin ir más lejos. Es evidente de que no es una película para todos los públicas (para mí, creo que es la gran favorita para el Oscar a la mejor película extranjera y, ojo, no sé si entrará por cuestión de fechas de estreno en Estados Unidos, pero la fotografía merece estar entre las nominadas). También es cierto de que no soy fan de Haneke, sus películas me parecen excesivamente crueles y, a veces, innecesariamente crueles. Sin embargo, aquí, toda la crueldad está justificada por la sombra de lo que viene después. Disiento en parte de lo que dices sobre la culpa. Yo creo que, aparte el personaje del labriego Felder, nadie tiene un sentimiento de culpa en esta película. Ni siquiera prologa una culpa posterior. La culpa pertenece aún a la siguiente generación que se pregunta cómo sus anteriores pudieron llegar al extremo radical de valorar en nada la vida humana y de hacer de la represión un arma política para imponer voluntades con ríos de sangre de por medio. Sospecho que Haneke ha acudido a la producción austríaca de la película porque ellos tienen menor sentimiento de culpa (bastante falso, por otra parte) de las razones del horror. No creo que en Alemania hubiera hecho mucha gracia esta película ni en fase de producción, ni en fase de exhibición. Lo que sí es cierto es que es una película importante, muy certera, sin trasfondos. Haneke es evidente y eso hace que, en parte, el impacto sea mayor en un espectador que sale bastante acongojado del cine.
Buen análisis, Dex.

dexter dijo...

Ahí le has dado, innecesariamente crueles. De hecho me negué en redondo a ver La pianista por el comentario general de que había gente que se salía de los cines ante lo desagradable de la cosa (a mi ya la Huppert me parece de lo más desagradable)
Y bueno, en La cinta blanca puede que nadie tenga sentimientos de culpa pero estos mismos sentimientos son los que se están tratando de inculcar constantemente. Acuérdate por ejemplo del discurso que le suelta el pastor al pobre crío nada más descubrir que éste por las noches hacía cosas que todos hemos hecho a esa edad.

César Bardés dijo...

En eso sí te doy la razón. He reflexionado un poco más sobre la culpa y el sentimiento de tal y sí que se intenta inculcar la culpa, no sólo en esa escena, sino también en la cinta blanca que lucen los hijos del pastor. Lo que pasa es que ese intento de inculcar la culpa por la fuerza queda diluido porque esos mismos niños no se sienten culpables de nada. Es más, yo te diría que lo que siente el niño cuando el padre le reprocha los demonios del sexo a esas edades es más humillación que culpa. Especialmente descriptiva es, también, la escena en la que el niño pasea por la barandilla del puente, el profesor le grita y el niño contesta que iba por ahí para darle a Dios la oportunidad de matarle y que si no lo ha hecho es porque él está allí para algo. Me retracto de mis palabras y te doy la razón. Rectificar es de sabios, aunque te diré que éste ha sido siempre un argumento que me ha gustado más bien poco para justificar los errores.

Unknown dijo...

El viernes me dio la sensación de estar en medio de una isla cinéfila. Sentado en mi butaca de un viejo cine de Sevilla donde se respiraba ambiente de sala de los 80 (por el diseño de la misma) me encuentro con una película que bien podría haber sido filmada en los años 50.

Haneke lo consiguió, consiguió hacerme sentir fuera de las imposturas del cine de las décadas precedentes a la nuestra y con su habilidad narrativa y el claro concepto de "ritmo" llenaba por momentos la pantalla de auténtico cine.

Imagen tras imagen, se iba cocinando un caldo en su punto justo de cocción. Sin prisas, sin pausas.. sin aturullar al espectador con las típicas ganas de decirte lo que se quiere rápido y vorazmente.

La cinta blanca es un claro ejemplo de que para contar las cosas se necesita tiempo y estrategia de narración.

Todo eso aderezado con unas cuantas gotas de homenaje a Dreyer (uno de los cineastas que mas presente estaba en mi mente en cada fotograma con esos maravillosos planos de mas de minuto y medio; y con la aplicación de la toría Dreyeriana del ojo entretenido por leves movimientos).

Una isla cinéfila en medio de un inicio de siglo inundado por cultura videoclipera.

No estamos solos.

César Bardés dijo...

Hola, Chus. Por supuesto que también remite al cine de Dreyer (en el fondo, si vemos a Bergman, por detrás tenemos que ver a Dreyer, es una referencia inexcusable) y, desde luego, he tenido la desgracia de leer por ahí comentarios que ni siquiera se han preocupado por entender lo que quiere decir la película. Así que en cierta medida, como diría Postman con sus teorías, sí estamos solos. Todo esto lo digo con la mayor de las modestias.
Por otro lado, no cabe duda de que Haneke ha acertado de lleno por una vez y cuando llega a lo que tu llamas "punto de ebullición"...me sorprendió extraordinariamente su falta de énfasis en ese instante. Cualquier otro hubiera acentuado todo lo que ocurre con innecesarias tildes para dejarlo todo bien clarito. Él no. Él coge y sigue con el mismo "tempo" narrativo con el que te ha contado todo el resto de la película. En ningún momento hay precipitación. Tan sólo ira contenida, rabia ahogada, oscuridad en el blanco.
Por cierto, por fin tuve tiempo y he podido escuchar en vuestro blog un par de las conversaciones de cine que habéis tenido. Aunque no esté de acuerdo (sobre todo en términos históricos) en algunas de las cosas que decís, tengo que reconocer que la iniciativa es enormemente atractiva y que conseguís que el que os escuche lo haga con atención, cariño y cierta dosis de camaradería. Gracias por pensarlo tan bien y por hacerlo de una manera tan estupenda.

Unknown dijo...

Gracias por leer y escuchar el blog.

Somos concientes de que metemos la pata en mas de una ocasion con algun dato que se nos escurre y con errores que en algunos casos son de bulto (Aaayy la juventud!!). No en vano.. no somos estudiosos del tema y tampoco pretendemos sentar catedra con ello, solo hacer participes a todos de la pasion que sentimos por el cine, e intentar darle alguna vuelta que otra relacionado con nuestra otra pasion, la arquitectura.

Ademas intentamos solventarlo con la posterior edicion del blog incluyendo las fechas correctas y los datos reales que hayamos podido gambar. Todo es fruto de la inmediatez de la conversacion.

De todas formas, siempre estamos dispuestos a que nos corrijais con la lectura del blog, ya que aprender es una de las cosas mas maravillosas que tiene esta vida.

Con todo estamos encantados con la cantidad de apoyos que nos estan llegando por parte de todos los que participan del blog. Una gozada.

Pd: No he acentuado este texto porque el teclado de mi ordenador no me deja...jeje. (Estos chismes)

Gracias por el comentario Cesar, y por haber dejado entrar conversacines en tu vida aunque fuera un ratito. Para nosotros... todo un honor.

César Bardés dijo...

El honor es mío, Chus y he dicho mi comentario de los errores históricos con la mejor de mis intenciones, más que nada porque me parece una iniciativa preciosa, digna de estudiantes de verdad, que orientan un poco la charla hacia la arquitectura (dicen que los mejores directores artísticos del cine son siempre grandes arquitectos porque, aunque tienen nociones de arquitectura, deben ser unos expertos en el uso del espacio, en la ambientación y en dejar sitio a las luces de los directores de fotografía con los que tienen frecuentes enfrentamientos). Es una idea estupenda, asumiendo que no sois expertos en cine pero sí en arquitectura lo cual os faculta para expresar un temperamente claramente artístico y, por supuesto, para opinar sobre cine o sobre cualquier otra arte con algo más que conocimiento de causa. Creo que es una iniciativa que merece mucho la pena..y quién sabe, puede que hagáis un libro que merezca ser oído.
Completaré vuestras conversaciones en breve y espero con impaciencia la visión de "El hombre que mató a Liberty Valance".
Un abrazo muy sincero.