lunes, 1 de febrero de 2010

ROBIN Y MARIAN (1976), de Richard Lester


La inquietud del hombre que gusta de la aventura tanto como amar es un síntoma de la madurez más furtiva. Siempre en movimiento, el simple motor del corazón no es suficiente como para tranquilizar el espíritu y un guerrero vuelve de las Cruzadas para vivir su momento de gloria al lado de una mujer que amó con la fuerza de su espada en pleno duelo. Así es "Robin y Marian", de Richard Lester.
"Te amo más que al amor", le dice Lady Marian a su amado Robin, y sabemos que es verdad, que su amor sólo puede ser atado por la fuerza del destino y no por empecinamiento de la resistencia porque vivir sin lucha no tiene ningún sentido. La flecha caerá donde la fuerza deje de empujar y donde al fin podrán estar juntos. Flecha que cae en la eternidad y que rasgó en dos al cielo y a la vida, íntima herida mil años guardada en la esperanza nunca esperada, miedo punzante a la partida y a la nada, en épocas de acero, banderas y rebeliones que, como de esas, hay millones y no siempre se atiende al amor y a sus razones, días de gloria pasajera en algún lugar de una tierra extranjera mientras juglares cantan hazañas estelares y ella...espera y espera...El crepúsculo es un lugar demasiado hermoso para rehuirlo por mucho que las cicatrices del tiempo nos encorven la espalda y no podamos cabalgar hacia él si no es andando despacio. Quizá por eso los colores son más tenues, no hay tanta luminosidad en el encuentro de unos labios cuarteados por los años de soledad y por el viento frío que corta la pasión en la distancia insalvable. Ojalá no hubiera espacios de aire entrometido entre tu boca y la de la mujer que amas, el deseo llega en lecho de hojas que se empeñan en acariciar lo que, por minutos, se te escapa, blanca piel en la que desearías perderte y descubrir que la corteza de la manzana ya no es tan tersa y tan hermosa pero que su sabor sigue siendo el mismo si el cáliz impávido y macizo de la unión infinita permanece quieto y a rebosar.
Perder dos veces a quien más se ama es aún más amargo que la muerte que, en este caso, es victoria. La desmitificación de la gloria no importa porque lo que, de verdad, sostiene nuestras vidas es el amor. Ese amor único, amor sin copia, amor de historia, amor de perdón. El amor de colosos en tierra de mortales, amor apartado de los males por la fuerza del dolor. Ojalá sentir así se volviera inspiración para escribir palabras que ya fueron escritas pero que en cada letra, como un camino de baldosas de tinta, se apareciera la figura de quien nunca puede abandonar el corazón atravesado por una flecha caída del cielo.
Cuando llega la hora de las leyendas, lo mejor es callar y colocar un punto final. Que el ruido de las espadas cese, que el amor sea el arma, que la vida se detenga y que el tiempo sea el cuadro en el que pintamos la ausencia.

5 comentarios:

Scarlett dijo...

Oye.... el papel pintado de tu blog es igual, igual que el de El Orfanato (el de las paredes del caserón donde las pasa canutas la prota).

Na, por decirte algo. Es que no sé apreciar la belleza lingüística de tu artículo. Pero leche...qué bien suena... Como solía yo decir de algunos de mis artículos "qué bien entra".
(no es un ataque, es lo de siempre, que me tengo que leer varias veces una frase tuya para "caer". creo que se llama "falta de sensibilidad" -la mía, claro-

Y ríete, joder, que con la crisis que nos amenaza es lo más inteligente que podemos hacer. Fíjate si serán malditos bastardos, que nos han subido el sueldo un 0,3 a los funcionarios, y 4 puntos el IRPF. Es decir, que yo, por ejemplo, cobro al mes 60 euros menos que en 2009. Esto sí que es leyenda épica ;)

Anónimo dijo...

A veces uno se siente ciego en el país de los linces, a veces uno encuentra sabores donde otros encuentran alimentos. Hace poco leí sobre “Robin y Marian” un par de críticas que me hicieron más daño que ver a Belén Esteban de estrella en el carnaval de Tenerife, una de ellas decía que la película era puro entretenimiento para desconectar durante 100 minutos, la otra que era una floja continuación del “Robin de los bosques” de Michael Curtiz.
Decir que hay cosas que no están hechas para todos los paladares es una perogrullada clásica, pero hay veces que uno se pregunta si en realidad todos los seres humanos somos iguales. Robin y Marian es una película de una belleza tan delicada, suave y sutil que sólo es apta para aquellos que tienen conectado el corazón con los sentidos.
No es fácil expresar el amor a partir de una edad, ya lo comentamos hace algún tiempo, cuesta encontrar el punto de pasión de personas que llevan más andado de lo que les resta de camino. Puede uno encontrar amor viendo a una mujer avejentada mirando con ternura a un abuelete meando sobre las hojas del bosque. Lester nos lo muestra, Hepburn y Connery nos lo demuestran.
Dicen que las mujeres maduran y los hombres envejecen. Envejece Robin, eterno Peter Pan, juguetón, aventurero, vive mientras exista un lio donde meterse, más cercano a Don Quijote que a la leyenda del arquero de Sherwood, viejo con corazón infantil. Madura Marian, menos arrebatada y más maternal, cuidando de su amado, ahora si resuelta la pasión, la pulsión y sus distorsiones, sólo amor, querer al otro sobre todo, o dicho con sus palabras:
«Te amo.
Te amo más que a todo,
más que a los niños,
más que a los campos que planté con mis manos,
más que a la plegaria de la mañana o que a la paz,
más que a nuestros alimentos.
Te amo más que al amor o a la alegría o a la vida entera.
Te amo más que a Dios».
Uno entiende que ese es el final que todos, tal vez mejor decir muchos, deseamos, luchar cada día por aquello que nos hace sentirnos vivos, vivir apasionados, en los brazos de quien amamos, sintiendo que lo último que hacemos es clavar una flecha en algún sitio y descansar para siempre con nuestro/a amado/a.
Lester nos dejó una maravilla, tus palabras, Wolf, son otra.
Muchas gracias. Carpet.

César Bardés dijo...

Es papel pergamino, así está en consonancia con la vejez de mis gustos.
Suena bien el artículo porque está, en su mayor parte, realizado en prosa poética, técnica literaria donde las haya que sirve o no sirve, allá cada cual con su opinión.
Y sí tienes sensibilidad, lo que no quieres es mostrarla.
En cuanto a esas dos críticas que relatas, Carpet, huele de lejos a que están hechas por personas que ni siquiera han visto la película (eso abunda). En cuanto al resto de tu análisis, cómo no estar de acuerdo contigo. Todo lo que dices lo suscribo y, si me dejas ser el pequeño Juan de esas letras, seré muy afortunado.
Gracias a ti por tu comentario que pone una rúbrica tan excepcional al mío.

Anónimo dijo...

No me atrevía a escribir en esta entrada. Ya lo he comentado otras veces que cuando una película me gusta mucho pienso que cualquier cosa que diga sobre ella va a ser pobre. Me he leído varias veces tu artículo, César lo mismo que el comentario de Carpet. Ambos maravillosos. No sabeis cómo os envidio esa sensibilidad que sabeis traducir en escritura. A mí esta película me parece una de las historias de amor más bellas que se han llevado al cine. Amor sereno, amor cómplice, amor paciente. El de Robín algo infantil el de Marian más inteligente.

Robín es la flecha, Marian el arco que lo impulsa.

Gema

César Bardés dijo...

Muchas gracias por tu comentario, Gema. La verdad es que hay películas que se te meten por debajo de la piel y te erizan los sentimientos. Unos lloran, otros tienen una sonrisa que oscila entre la amargura y la emoción, aún otros ridiculizan lo que han visto con tal de no mostrar lo que han sentido. Tal vez Carpet y yo, lo escribimos y dejamos un trocito de nuestra mirada en unas cuantas letras mal ordenadas.
En todo caso, gracias por ser, tú también, un arco que motiva para seguir escribiendo.