lunes, 19 de abril de 2010

EL DIABLO A LAS CUATRO (1961), de Mervyn LeRoy

Un preso se da cuenta de que hay razones honestas por las que dar la vida. Un sacerdote problemático, excluido y desterrado en una isla olvidada, sólo quiere salvar las pocas huellas que ha ido dejando. Cuando el diablo tiene una cita con ellos, ambos se unen para una esperanza, para un ideal trasnochado que, por momentos, es un río de fuego. El precio es la vida. La vida de los demás.
Dos personajes fascinantes que sienten el horror de la Naturaleza desatada y que corren para hacer algo por los que se ven amenazados. La insignificancia del hombre es el verdadero sentido del mal y ellos se rebelan con violencia, siempre intentando escalar un poco más alto, un poco más lejos, con la fuerza que ni siquiera saben que poseen. Es esa extraña energía que aún tienen los corazones agotados. Y ellos llevarán la historia hacia el suspense, hacia el heroísmo y hacia la tragedia.
Muchos son los detractores de esta película y, sin embargo, hay algo en ella que yo no puedo olvidar. No sé si será ese magnífico duelo de miradas y de conciencias que continuamente entrecruzan Spencer Tracy y Frank Sinatra. O tal vez sea ese bonito y enigmático título que tiene, que sugiere una cita con el maligno en la que se dilucidará quién entrega su alma a cambio de una huida tan necesaria como pequeña. Lo cierto es que en ambos actores hay una cierta sinceridad emanada de su interpretación, hay como un íntimo deseo de hacerlo bien, de impresionar, de ganar al diablo en su cita.
También ha habido los que, injustamente, han situado a El diablo a las 4, como una película de género catastrofista, una de esas precursoras de aquellas tramas corales e imposibles que proliferaron en los años setenta. En realidad, siempre he creído que es una aventura dramática, cuyas virtudes están muy próximas porque se hallan en el interior de las actuaciones de Tracy y Sinatra. Hay las necesarias e inevitables dosis de fe pero distribuidas en dos direcciones muy distintas. El sacrificio y la redención. Darse o recibirse. Marchar o morir.
Lo cierto es que es una película mejor de lo que parece. Es como un volcán dormido que, de repente, comienza a rugir su furia roja y escupe piedras ardientes. Son letras escritas sobre el rostro de dos actores muy diferentes, muy sólidos y, al mismo tiempo, propietarios de un carácter tan extrañamente poderoso que hacen que la aventura pase a un segundo plano y el gozo esté en admirar sus expresiones, sus vacilaciones, sus decisiones, sus profundidades intensas. No hay mirada que sea casual. No hay gesto que pase por allí. Son dos caballeros combatiendo en la justa de la interpretación. Y no hay más ganadores que los espectadores que asistieron al espectáculo. Quizá también porque las manos se agrieten al roce de las piedras calientes. O tal vez porque el rostro se deje abrir en las arrugas de ese infierno. Al fin y al cabo, es duro para un hombre ser valiente cuando sabe que se va a encontrar con el diablo a las cuatro.

2 comentarios:

Carpet dijo...

No tengo muy claro haber visto esta película, aunque me sonaba haber visto en la infancia una película sobre un volcán y me sonaba Spencer Tracy. Lo que es cierto es que no la asociaba con las pelis de catástrofes al uso, ni con las del boom de los 70, 80, pero es que la forma de contar estás películas dista mucho de lo clásico y catástrofes hubolas antes.
En general, hay una cosa que marca las películas de catástrofes de los 80 para adelante, aparte de los efectos especiales cada vez más logrados y cada vez más utilizados, hasta el punto de llegar a ser un montón de espectaculares explosiones, destrucciones, incendios y destrozos enlazados por algunas conversaciones de los actores de turno. El modo recurrente de contar estas historias es crear un buen número de subtramas con personajes muy estereotipados, el malo malísimo, el cobarde, el absurdo temerario, la pareja con problemas, el héroe con pasado traumático, etc. Cada tramilla, tipo episodio de vacaciones en el mar, se va solucionando (muchas veces con la muerte redentora o liberadora de alguno de los personajes) a medida que la tensión ( si existe ) aumenta y finalmente una decisión de arriesgada ejecución del héroe y cabeza de cartel logra que unos pocos elegidos sobrevivan al desastre.
Sin embargo, hay películas anteriores, películas clásicas que no responden a estos modelos, fundamentalmente porque son películas CON catástrofes y no DE catástrofes. Este hecho es de importancia principal, por cuanto se nos cuenta una trama centrada en un número de personajes, en general, reducido. La pareja principal, el tercero en discordia, un par de amigos…Ellos, sus pasiones, sus odios y sus amores, sus actos son la historia, la película nos cuenta lo que les pasa y la amenaza de la catástrofe o no se conoce o es telón de fondo, y finalmente cuando sucede soluciona la trama principal y como mucho se adorna en mostrarnos lo que ha pasado con algún personaje secundario.
Recordaba para la ocasión, otra película clásica con volcán, “Los últimos días de Pompeya” cutrecillo péplum hispano-nosequé (salía Fernando Rey ) en el que importaban más los romanos y los cristianos que las lavas y las erupciones. Con terremoto sufrieron Clark Gable y Spencer Tracy además de los gorgoritos de Jeannette McDonalds en “San Francisco”. Otra ciudad con catástrofe es la de Tyrone Power y Don Ameche, con chica cantante también en “Chicago”, incendio monstruoso incluido. El mal tiempo también da muchos disgustos, que se lo pregunte a John Ford y a Dorothy Lamour en “Huracán sobre la isla”, o en dos versiones el dramón de “Las lluvias de Ranchipur” con Burton y Lana Turner o “Vinieron las lluvias” con Tyrone Power y Myrna Loy, aunque estás dos tienen un problema grave y es considerar el Monzón como una terrible catástrofe natural. Si podemos considerar así por ejemplo, las hormigas que estropean el piano afinado de Charlton Heston y Elleanor Parker en “Cuando ruge la marabunta” y por similitus, incluso “La Senda de los elefantes” con John Finch y Dana Andrews peleándose por la Taylor. Incluso si salimos del cine americano podíamos hablar de el primer Godzilla nipón y en el cine patrio no encuentro yo ningún ejemplo del género si excluimos “El último cuplé” o las pelis con niños prodigio.
Un abrazo.

César Bardés dijo...

Tu comentario complementa a la perfección todo lo que yo he querido decir y no puedo estar más que de acuerdo con esa definición diferenciada sobre las películas de catástrofes y las películas con catástrofe. Por otro lado, sí que hemos co-producido alguna película de catástrofes con resultados, naturalmente, catastróficos. Son todas aquellas que protagonizaba ese gran actor que se hacía llamar Frank Braña, que en realidad era asturiano y se llamaba Francisco Brama. Los títulos incluían "Los diablos del mar" (ballenas muy, muy malas), o "El misterio de la perla negra" (también con el mar muy malo, malo), película que, por cierto, me encargaron que comentase y dirigí un mail al encargado de programación para decirle que, por favor, cambiara el chip y el título. O "Las alimañas", terrible título en que las fieras se vuelven hacia el hombre y causan caos y destrucción...Lo cierto es que el género, en España, ha sido lamentable, olvidable y totalmente prescindible. Más vale analizar más detenidamente todos los títulos que nos propones.