martes, 25 de mayo de 2010

ACUSADO A TRAICIÓN (1949), de Richard Fleischer


Un primerísimo plano del rostro de un hombre. Un par de manos que invaden su espacio vital para hacer de la estrangulación un espectáculo al que queremos asistir…y el despertar de un coma que resulta ser una entrada con billete sólo de ida hacia el infierno con una acusación de traición sobre la conciencia espabilada. Richard Fleischer, ese director tan apreciable que nunca llegó a ser querido, antes de lanzarse hacia obras más ambiciosas que dieron comienzo con la maravillosa The narrow margin, estaba confinado a la realización de películas de serie B pero, sin embargo, en esta caso es serie B…de Buena. Para ello, hizo una pesadilla cuidadosamente dirigida en torno a un hombre que se ve envuelto en algo que no comprende justo cuando regresa de la nada. Hay tópicos que salpican la corta y trepidante historia pero la dirección de Fleischer consigue hacernos ver que alguien muy competente estaba detrás de la cámara. Y ahí, justo enfrente, nos muestra la lucha de alguien que no recuerda nada contra un enemigo invisible. No hay estrellas en el reparto que nos cieguen (aunque destaca la presencia de un futuro y excelente director que acabó sus días suicidándose, como fue Richard Quine) pero hay unos buenos pedazos de arte esperando a ser devorados en una pequeña gema de acción e intriga que aguarda con impaciencia a ser descubierta en la jungla del cine olvidado.
Hay ocasiones en los que uno teme los conflictos bélicos pero, de alguna manera, ésta película (muy bien escrita por Carl Foreman, autor de guiones sobradamente reconocidos como los que dieron lugar a El ídolo de barro, de Mark Robson; Hombres, de Fred Zinnemann; Solo ante el peligro, también de Zinnemann o El puente sobre el río Kwai, de David Lean; y a la sazón, uno de los perseguidos encarnizadamente por el Comité de Actividades Antiamericanas) también nos está diciendo que la paz puede ser terrible porque en tiempos de paz, la tranquilidad se vuelve sospecha y la tensión es invisible. Descubrir quién te ha metido en un lío que puede significar tu muerte sólo tiene la solución de la prisa. Y eso Fleischer no lo olvida. Imprime un ritmo fantástico a una película que tenía que terminar cuanto antes porque así se lo habían impuesto. Y el director, con un tacto magistral nacido de las mismas entrañas de la escuela de rodaje rápido que era la serie B, lo consigue, sin llegar a hacernos creer que acababa de realizar una obra maestra pero sí con la seguridad de que lo que nos está contando es condenadamente bueno.
Así que es tiempo de ir modelando con cierta premura la verdad que envuelve algo tan frágil y delicado, tan resbaladizo y embarrado como una paloma de arcilla. Quizá ése sea el lugar donde está escondido el corazón de la verdad que se nos escapa mientras dormimos el sueño de los muertos.

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