miércoles, 9 de junio de 2010

CINTIA (1958), de Melville Shavelson


Una casa flotante en medio de un río es la semilla para que unos seres de cariño desperdigado comiencen a sentir el significado de lo que es una familia. Tal vez porque falte un toque de encanto en mujer, tal vez porque un hombre sabe cuál es su rumbo a seguir porque se resistía a soltar amarras. Aún así, en ese cauce quieto, plácido y expectante se construye un hogar, algo parecido a un principio de vida que no será más que una enseñanza de la felicidad que siempre viene después.
Concebida inicialmente por Betsy Drake, por entonces esposa de Cary Grant, y con la idea de que ella misma interpretase el papel principal, el amor nunca avisa cuando llega y Grant perdió los huesos por Sophia Loren. Ella misma reconoció que “ningún hombre me ha querido tanto como Cary Grant” y, quizá, cuando dos personas enamoradas se ponen delante de la pantalla, hay algo que traspasa la frontera entre espectador y actor y empezamos a sentir que sí, que ahí había química, que había miradas, que había otra historia detrás de la historia. El resultado es una comedia amable, con encanto, muy discreta pero, sin duda, con una complicidad a la que merece la pena asistir. Tanto es así que, a pesar de tener todas las papeletas para convertirse en una comedia romántica superada por los años, ha aguantado la prueba del tiempo con admirable cariño. Y lo necesario para vencer a ese temible enemigo se halla en la pareja protagonista, en sus diálogos al filo de lo divertido, engarzados con la fluidez de un río que nos lleva directamente hacia el descubrimiento del verdadero amor. Por supuesto, la fórmula está más trillada que un campo de girasoles, pero el espectador siempre cae en esa sensación de bienestar que desprenden algunas películas que fueron hechas sin genio, pero con sabiduría; sin excesivo talento, pero con unos buenos centímetros de clase a la medida de cualquiera.
Así que hay que prepararse para unas cuantas ondas de agua originadas por una piedra que, suavemente, cae con ligereza; para una mirada comprensiva hacia las cosas bonitas que tiene la vida (no crean, las tiene, lo que pasa es que no siempre sabemos verlas); para sentirse bien y ladear un poco la cabeza dejando que el corazón sea el guía y que la mente descanse en la popa. Hay Cary Grant para dar y tomar, con ese estilo tan increíble que hizo que todos, alguna vez en la vida, quisiéramos ser como él. Es una personalidad que cautiva con el abrazo de una sonrisa que no se tomaba demasiado en serio. Él es la razón de que el cinismo que siempre está presente en nuestros interiores vaya a tomarse unas cañas al bar e, incluso, vuelva algo borracho. Eso sí, que la emoción esté bien serena porque tampoco se nos va a hacer un nudo en la garganta. Lo que van a sentir es cómo los ojos se entornan levemente, igual que si cayeran a un colchón de nubes y cómo la amargura se acurruca en un rincón para dejar paso a una suave, casi imperceptible, esperanza. Esa es la magia de un momento suspendido en el ocio de nuestros sentimientos.

2 comentarios:

Scarlett dijo...

Me siento como Cary Grant en aquella película (¿cómo se llamaba?)... creo que era los Bladings (o algo así) ya tienen casa, y como Tom Hanks en esta casa es una ruina. Cada mañana les pregunto a los albañiles que cuánto les queda, y me dicen que 10 días (a Tom Hanks le decían que 2 semanas), y lo que iba a costar cuatro duros (como le pasó a Grant) ya va valiendo 8. Y los albañiles tan contentos, con sus cantos matinales (igual que en todas las pelis de albañiles), y yo con los nervios de punta...

César Bardés dijo...

Sí, era "Los Blandings ya tienen casa". Una estupenda comedia de ruinas y construcciones. Yo también he tenido algo de eso este año, pero ya hemos terminado porque estaba encima de ellos cual tigre presto a saltar sobre su presa.