miércoles, 1 de septiembre de 2010

NOCHE Y DÍA (2010), de James Mangold


A veces, huir de la trascendencia es un sano ejercicio de puntería. Eso siempre ayuda a buscar una objetividad que escasea por mucho que se tenga mira telescópica. Se ve una cosita de éstas, se respira, se sanea el ambiente y luego, con fuerza y vanidad, se analizan intentos más o menos serios de hacer algo parecido al cine.
En este caso tenemos a un agente secreto que es un remedo de James Bond solo que más bajito y con más retranca, una chica que no sabe por dónde van los tiros y ya está, ya tenemos un filetito poco hecho, vuelta y vuelta. No demasiado sabroso, con algún que otro nervio de punta intragable, con una música de fondo más que aceptable y un rato que se ha pasado como quien corre en un encierro de los sanfermines.
Precisamente, el mayor error de la película es toda la secuencia que se ha rodado en Sevilla, con esa mezcla de Andalucía con un encierro que no se cree ni Cañita Brava cantando a tres voces. Lo demás, se deja ver porque tiene su acción, sus risitas de aquí y de allá, sus protagonistas que abandonan peligrosamente la piel tersa, peleas impensables, un argumento que importa muy poco y explosiones de toma y zaca.
Y el caso es que la gente parece que se lo pasa bien hasta la susodicha secuencia que arranca las risas del respetable poniendo en ridículo todo lo que está sucediendo. Tal vez porque, hasta ese momento, la película no se había tomado demasiado en serio y ahí radica una de sus mayores virtudes. En ese momento aparece ya algo que parece el sum sum korda de la más trepidante de las acciones y, en realidad, es peor que El Príncipe Gitano cantando In the ghetto.
Por lo demás, es que hay muy poco que contar. El tipo que está detrás de las cámaras, el tal James Mangold, ya perpetró un atentado con cierta premeditación en la versión contemporánea de El tren de las 3,10 y, aunque parezca mentira, arrancó una más que notable interpretación a Sylvester Stallone en la fenomenal Copland y, con dos cámaras de valor, le puso al lado de Harvey Keitel y Robert de Niro. Aquí no aporta otra cosa más que un tanto de profesionalidad en una cinta rodada con cierta habilidad hasta que nos vamos a Pamplona, digo a Sevilla, bueno lo que sea.
En cuanto a Tom Cruise, pobrecito mío, desde que rompió su asociación con Paula Wanger lo intenta una y otra vez, pero cada vez se le ve más gnomo y más talludito y eso que es un buen actor que ha tenido interpretaciones sobresalientes (y le aplaudo con ganas en aquella Algunos hombres buenos, de Rob Reiner) e intenta enseñar musculillos y tal, pero comienza a entrar en una madurez que puede ser preocupante si no empieza ya a hacer papeles algo más serios, más asentados y con menos licencia para matar.
¿La chica? Cameron Díaz ni es actriz, ni lo ha sido nunca. Mangold, con extrema habilidad, intenta que nos enamoremos de sus ojos azules, agua en la mirada y doblez del mar mecido, pero es que la chica tiene una boca que parece un buzón y, por mucho que intentes concentrarte en sus ojos, la cuestión es que la cara comienza a tener unas preocupantes arrugas que, sospechosamente, también son de color azul.
Teniendo en cuenta que la aparición de Jordi Mollá es meramente anecdótica, que el rumbo que ha tomado la carrera de una actriz como Viola Davis es francamente desconcertante y que Peter Sarsgard sigue sin tener ni idea de lo que significa actuar, hasta es una película que ha salido medianamente entretenida. Pero ni Cruise es noche, ni Diaz es día (por cierto, pésima traducción del original Knight and day) así que para jugar a los imposibles, me quedo en casa y le enseño el carnet de conducir a mi hijo diciéndole orgullosamente que soy agente de la CIA. Lo mismo cuela. Como esta película, vamos.

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