miércoles, 22 de septiembre de 2010

UNA AVENTURA EN MACAO (1952), de Josef Von Sternberg

Allí donde el fin del mundo nos captura con sus redes, se esconde un señor de la maldad y del odio que merece ser atrapado por un tipo que quiere la redención que le corresponde. Y tiene que ir a buscarla allí, allí precisamente, donde las islas son promontorios del deseo por una mujer que resultará para él joya y camino entre las aguas. El compacto drama criminal exótico desarrollado en una tierra que nunca existió es tan atractivo como incompleto, tan hechizante como problemático, tan inusual como maldito.
Y es que la película fue empezada por un hombre que sabía recrear ambientes en los que nunca había estado como Josef Von Sternberg, uno de esos directores malditos de Hollywood que no pudieron desarrollar una carrera brillante por capricho de esos productores que le acusaban de malgastar el dinero o de ser demasiado artístico y aquí, por supuesto, no pudo ser menos y fue sustituido de forma fulminante por otro maldito genial como Nicholas Ray. Aún así, esta historia tiene suficiente magia como para atrapar. Entre otras cosas porque dentro de ella se mueven nombres tan fascinantes como Robert Mitchum, aquel tipo que transmitía verdadera violencia con su aire adormilado, como Jane Russell, aquella chica que propuso convertir el cine en una curva ondulante y sugerente y como Gloria Grahame, aquella otra chavala que en su rostro había tantas promesas escondidas como sueños depravados. Lo cierto es que podemos tocar la energía que desprende la historia y el estilo que derrocha con algunos planos extraordinarios, de impecable realización que hacen que no sea otra película más de aventuras con serios tintes negros. En algunos momentos, su virtuosismo roza lo magistral.
En los entreactos, no deja de haber algunos toques de humor que sitúan a la trama en su exacto lugar emocional, no tomándose demasiado en serio pero no dejando de tener una cierta ambición en la narrativa. Hay frases brillantes y lapidarias, muchas visitas al cinismo, algún que otro estereotipo manido, picardía, agudeza y dulzura. Al fin y al cabo, en muy pocas ocasiones podemos encontrarnos con una chica que recuerda a otra que se llamaba “La Esfinge” ¿no? Hay que acodarse bien en la barra mientras el aguardiente se acumula en las venas para contener miradas y pensamientos. Nada es lo que parece cuando la aventura es en Macao.
Sitúense ahí mismo, detrás de las redes de los pescadores para no caer asesinados con la mirada de una mujer de esas que dejan huella en el aire tras su paso. El paisaje de los muelles de una tierra lejana no son más que los escapes que dejan los sueños. Y eso sí, vigilen la espalda porque si creen que un tipo les está observando, lo más seguro es que sea un fulano más duro que el granito, con puños de hierro,  algún que otro tejido blando donde se producen sus latidos y un par de sonrisas que les desharán a fuerza de ironía de acero. Es lo que tienen las tierras exóticas, hay olas, chicas, mosquitos, tiempo, corrupción y hombres que no esperarías encontrar.

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