lunes, 22 de noviembre de 2010

EL VERDUGO (1963), de Luis García Berlanga

Nos reímos pero no es divertido. Creemos que todo eso no ha podido pasar aquí. No, no. Esto no es más que una fábula del tipo ése, de Berlanga, que sacaba punta a todo y luego quitaba la mina. ¿A quién se le va a ocurrir, hombre? Un tipo se hace verdugo porque así tiene casa y vida asegurada mientras se la arrebata a otros. Un asesino nace, no se hace. Claro que si pensamos un poco, es que somos así. Somos capaces de lo que sea con tal de ir a lo nuestro. Nos importa bien poco que el vecino de al lado esté con los hierros al cuello. El caso es que nos salga la cuenta. Trabajar poco, cobrar bien y tener un ataúd por cerebro. Es fácil. Todos, al fin y al cabo, somos verdugos de nuestra propia cultura. La cercenamos creyendo que la muerte es justa. El autoengaño funciona a ritmo de marcha fúnebre. Bah, sólo es apretar bien unos cuantos tornillos, tomarse un coñac bien cargado y adelante con los faroles. Y encima, viajas. ¿Qué más quieres?
El obstáculo principal es la dignidad, dejarla a un lado como si fuera un maletín ajeno y seguir adelante por Carmen, por el niño, por el abuelo y por la madre que los parió a todos. Total, es tan sólo pasar de ser el tipo que lleva la caja a ser el tipo que mete a los tipos en la caja. Tampoco hay tanta diferencia. Nooo, si no se quiere hacer daño a nadie. Con irse a Alemania, todo listo. Allí no hay pena de muerte. Eso para el abuelo, que lleva cuarenta años de experiencia. Cuarenta años. Vaya, en la República también había pena de muerte, a lo mejor es que no eran tan demócratas como piensan algunos. Para algo el protagonista de esta película, como una admonición de la indolencia, se llama José Luís Rodríguez.
Todos somos verdugos, sí. Cortamos cabezas para conservar y avanzar. Si a eso se le puede llamar avanzar. Avanzar apoyado en los guardias y en la iglesia, eso sí, pero avanzar. Berlanga, coño, que me estás haciendo reír con Isbert calculando la talla del cuello del yerno con un simple vistazo. Si es que somos paletos hasta decir basta. La cuñada metijona e irritante. El hermano indiferente y diletante. La boda por tres cuartos porque no se paga nada. Una cervecita en la futura terraza. Eso, eso. Somos los de la cervecita. ¿La silla? No, no, estoy mejor de pie. Un arroz de turista y unas extranjeras más ricas que unas gambas. Al final, el mundo sigue. No pasa nada por haber apretado unos tornillos y haber partido una vida. La gente baila, disfruta. Son verdugos del pensamiento. Más vale no pensar porque si lo piensas… ¿Qué vas a hacer? Nada. Somos ese pueblo al que no le importa nada salvo lo que le ocurre a uno mismo. En ningún otro país hubiera convivido con tanta naturalidad el horror con el sainete. Y lo que es aún peor es que no nos avergonzamos de ello. Tiramos hacia delante a ritmo de castañuelas. Nos ponemos sotanas y ensayamos la bendición pero lo de ayudar, no sabemos conjugarlo bien. No, no, este país es un pozo de indignación que nunca se escribe. Este país entero es un verdugo para la libertad, para la verdad, para lo que importa. Coge tus cosas, verdugo, y vete. Vuélvete a Madrid, al Polígono Sur y disfruta de tu casa. ¿Qué más da quien mande? Dedícate a lo tuyo. Lo tuyo es matar y vivir.

2 comentarios:

Eme soy dijo...

Hola César,

Hay un parrafo de tú critica que me ha gustado muchisimo.., y que con tú permiso y beneplacito pues me gustaria incluirlo en mi blog, evidentemente con tus reseñas.

Como siempre, certero y con esas palabras haciendo calibrar nuestra sesera..

Un saludo.

María

César Bardés dijo...

Por supuesto que tienes mi permiso y mi beneplácito. Gracias por el implícito halago que me haces diciendo que "hago calibrar nuestra sesera" porque esa es una de las intenciones que no sé si alguna vez llega a escaparse por los bordes del folio.
Un saludo, María, y gracias en todo caso.