miércoles, 12 de enero de 2011

UNA BALA PARA EL DIABLO (1967), de Burt Kennedy

Ciudad de Malos Tiempos. Un tipo aterroriza a toda la pequeña población asesinando a varios habitantes, incluido al fundador de la ciudad. Después sólo queda el viento. Un hombre promete reconstruir la villa pero los intereses creados intentan poner límites a su propósito. Todo cambiará cuando el tipo regresa. Regresa desde el infierno. Regresa como el diablo.
Y así se puede resumir la historia que cuenta esta bala que está deseando ser disparada. Mientras todo se desarrolla, se puede asistir a cómo un hombre no es capaz de ver por qué tiene que tomar una responsabilidad ante el miedo; o también al placer que otorga el puro sadismo; o, cómo no, a un montón de asuntos relativos a la complejidad humana, que viene y va como el rodal que se ve arrastrado por la arena del desierto.
Lo cierto es que estamos ante un western bastante inusual, basado en una novela de E.L. Doctorow y que remueve conciencias, conmueve actitudes y mueve determinaciones. A destacar la composición absolutamente psicopática que realiza de su personaje Aldo Ray en contraposición con la debilidad que subyace en el de Henry Fonda. Un duelo que huele a derrota, no importa quién gane. No hay que sentarse delante del televisor pensando en que vamos a ver la típica película del Oeste en la que hay buenos y malos, todo se resuelve con un tiroteo y venga, la siguiente. Es un relato fuertemente narrado en tono menor, muy anticlímax, muy cercano a la realidad de un territorio que estaba en manos de quien fuera más fuerte, con la ley lejos y el revólver muy cerca. Eran vidas llenas de polvo en paraísos para la soledad. Si no elegías ser débil, más valía que disparases sin pensar porque el miedo es el mejor acicate para la supervivencia.
Y es que el caldo de cultivo para la desolación, la moral empequeñecida y el espíritu acongojado es la maldad gratuita. Ahí es donde crece, se desarrolla, se reproduce y, a veces, donde nunca muere. En esta película es donde se abrió la veda para esa galería de personajes que no eran héroes porque rehusaban el disparo como forma de imponer su voluntad pero que, por otro lado, tenían una gran vida interior que era la mejor manera de resistir a la dictadura del fuego. El resultado, como no podía ser menos, es una historia que se mueve por las laderas de lo impredecible. La brutalidad nos deja el mensaje de un cuento moral para aquellos que no saben definirse cuando llega la hora de tomar cartas en cualquier asunto. El coraje existe,  solo que suele estar escondido en los pliegues que nos quedan de humanidad. Luchar contra la maldad siempre es muy difícil y hay que encontrar el momento oportuno, la fibra justa que haga saltar los resortes de la calma. La furia puede estar detrás del hombre más relajado. Las sombras que pueblan a una ciudad son los detonantes necesarios para que la bala para el diablo salga del cañón a velocidad de venganza. Todo el mundo es bienvenido a la ciudad de Malos Tiempos. Ya lo verán. Incluso aquél que no tiene otra cosa que decir salvo un discurso de ruido, de sangre y de odio.

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