viernes, 1 de abril de 2011

ARABESCO (1966), de Stanley Donen

No hay ninguna duda de que la intención del director Stanley Donen a la hora de realizar esta película fue la de reeditar el éxito que tuvo unos años antes con Cary Grant y Audrey Hepburn en la maravillosa Charada que situó en el guión de Peter Stone uno de sus principales activos y que, aquí, firma como coguionista con el seudónimo de Pierre Marton. Para esta ocasión, Donen quiso contar con la misma pareja protagonista pero Hepburn no hacía la película si Grant no aceptaba y éste ya había decidido que no quería envejecer más delante de la cámara y se había retirado un año antes con la mediocre Apartamento para tres, de Charles Walters. El resultado es que en esta ocasión hay jeroglíficos, hay misterios, hay intrigas, hay un ligero intercambio de papeles y la química entre Sophia Loren y Gregory Peck no funciona con tanta perfección como la de Hepburn y Grant. Y es que es muy difícil repetir la magia aunque se tengan todos los mimbres de la calidad trabajando a la vez.
Donen, por otro lado, también se dejó arrastrar con cierta contención hacia la estética “pop” que comenzó a mandar a mediados de los sesenta y eso ha hecho que la película envejezca más de lo debido. Pero no hay que dejarse engañar. Es muy entretenida, con un suspense bien trazado, con momentos que merecen la pena, enlazados con una trama  tejida con gracia y eso hace que la historia tenga un cierto valor para quien desee pasar un rato agradable intentando descubrir qué es lo que esconde el rompecabezas hitita que tan de cabeza trae al egiptólogo interpretado por Gregory Peck.
Uno de los mayores aciertos de todo el asunto está en que hay una leve capa de humor que hace que las aventuras y desventuras de los protagonistas parezcan que no son demasiado serias, entre otras cosas, porque hay un enigma con piernas de vértigo bajo la piel irresistible de Sophia Loren, con un personaje que, en sí misma, es una charada, una broma continua, un delicado roce de erotismo para un ratón de biblioteca interesado tan sólo en la sensualidad que desprenden las hojas de papel de un tratado sobre criptografía.
Mención aparte merece tanto el vestuario lucido por la Loren diseñado por Christian Dior, como la música del genial Henry Mancini, que pone color y ambiente a las raras formas que siempre aparecen en los misterios del Oriente Medio, por otra parte, indescifrables aunque apasionantes. Así que es el momento de dejar que la belleza de una gran actriz invada el salón y que la caballerosidad de un hombre adusto e inteligente sirva de introducción a un acertijo que, con sus defectos incluidos, resulta delicioso. Estoy seguro de que, al final, se preguntarán por qué los caballeros las prefieren rubias y hasta qué punto es mejor un zarrapastroso antes que un señor que tiene cerebro, clase y educación. Se sentirán como si fueran montados en una seductora serpentina que les arrastra por el aire con levedad pero también con la sorpresa como guía. Es para mirar, divertirse y olvidarse de todo.

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