martes, 17 de mayo de 2011

LOS INVASORES (1941), de Michael Powell

En 1940, una patrulla de alemanes desembarca en Canadá para la búsqueda de unos suministros para su submarino. Mientras están en tierra, la nave es bombardeada y hundida. A partir de ahí, los seis hombres lucharán por llegar a la frontera de los Estados Unidos, por entonces país neutral en la guerra. Pero su viaje no será una odisea de heroísmo, sino más bien un rastro de sangre, un reguero de odio, un intento de propagación del hedor nazi, un camino que siembran de trampas y de ruido de botas hollándose en el barro, en campos trabajados, en panes horneados con la harina del cariño, en la creencia ajena, en el fanatismo propio…
Una estupenda película ésta de Los invasores, dirigida por Michael Powell con guión de Emeric Pressburger, en la que se nos retrata con hechuras de originalidad la belleza del no estar de acuerdo, la voz alzada contra lo que se cree que no es justo, el aviso del perdón, la certeza de que contra la sinrazón sólo cabe la más firme seguridad de lo que se defiende, el valor que tiene una valentía nunca probada, la hermosura de un paisaje abrupto en el que caben Picasso, Matisse y Thomas Mann, los ancestrales precedentes de la ideología de la intolerancia que son todo un insulto para el fanatismo…Los invasores es una película de crueldad ahogada en los naturales sentimientos del ser humano y del que nunca ha renegado de serlo. Y así, el paralelo 49 que separa las fronteras de Canadá y Estados Unidos es algo más que una línea política, un trazo de separación o una frontera puesta e impuesta por los hombres. También es una línea que distingue entre la fuerza y el sentimiento, entre el fanatismo y la heroicidad, entre la propaganda y la verdad, entre la libertad y la locura, entre el coraje de ser un desertor y la contaminada crueldad del nazi convencido. Es la línea divisoria entre el luchar por el algo que se ama y por algo que se teme. Es una de esas joyas que hay que redescubrir porque Powell y Pressburger nos regalaron algo con lo que tocar nuestro descreído corazón en todas y cada una de sus obras. Y ellos supieron siempre cuál fue el verdadero valor en la vida de los desembarcos repletos de hostilidad de aquello que no sabía ver mucho más allá de una cruz gamada.

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