martes, 12 de julio de 2011

LA NOCHE DE LOS GENERALES (1967), de Anatole Litvak

Cruel. Sanguinario. Embebido del poder que otorga el decidir sobre la vida y la muerte de miles. Arrogante. Mucho. Sin embargo, cree que la mente es una fortaleza inexpugnable si sabes esconder las debilidades. Y no es así. Se está quebrando por momentos. Se ha acostumbrado tanto a la muerte que ya no puede vivir sin ella. La fatiga de guerra, la tensión de la responsabilidad, la presión por la victoria a cualquier precio. Aplastar no es vencer. Por eso, dentro de la ingenua complicación de su pensamiento, el asesinato de miles de inocentes sólo puede lavarse con la muerte del que es prescindible. Una prostituta. Un subordinado. Un molesto mosquito que se atreve a sospechar de él. Matar es el instrumento del bienestar y las manos manchadas del rojo de la sangre no son más que piel tatuada que se torna prolongación de las rayas encarnadas de su pantalón de mariscal para encontrarse cara a cara con la locura pintada y que destroza su equilibrio puesto que a cualquiera nos turba vernos encerrados en un marco de arte y realidad.
Culto. Adorable. Cansado. Cobarde. Humilde. Sabe que es sólo un peón totalmente prescindible de la enorme maquinaria de guerra. Prefiere librar sus batallas en las trincheras del amor porque considera que ya ha sufrido bastante. Atiende sus obligaciones burocráticas y serviles con la mera esperanza de verse recompensado con un permiso para amar durante un día. Es un soldado, aunque no es un cualquiera. Y como tal, es utilizado. Coartada perfecta para un asesinato. Pero hay demasiado amor dentro de él, demasiada pasión por el arte, demasiada admiración por lo grande que puede llegar a ser la humanidad a pesar de las púas que el mundo pone para que no esté con el equilibrio de la razón. Y tiene miedo. Porque tener miedo, también es de hombres. Retrato del Cabo Hartmann (estupendo y desesperado Tom Courtenay).
Perseverante. Verdadero. No gusta hacer uso de la autoridad y hasta cierto punto la desprecia. Puede aplazar, no suspender. Persigue a su presa con la tenacidad de un perro de caza. Y no le importa servirse del enemigo para agarrar al culpable. Más que nada porque considera que en un mundo liado a bombas siempre tiene que haber una isla, una ciudad o un hombre que luche por hacer justicia, sea quien sea el asesino. Tiene paciencia. Sabe esperar. Incluso hasta después de la muerte. Las balas no acallan la verdad cuando la lealtad, la amistad y la honradez son estelas que se dejan al paso. ¡Firmes! ¡El Mayor Grau! ¡Omar Sharif!
La noche de los generales, de Anatole Litvak, mejor película de lo que la historia ha tenido a bien reconocer…tal vez porque siguen estando ahí…entre la clase dirigente, germen de locura con síntomas de desprecio por la vida de los demás…

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