viernes, 16 de diciembre de 2011

MI QUERIDA SECRETARIA (1948), de Charles Martin

Desde luego, no deja de ser chocante que un actor con tantos recursos dramáticos como Kirk Douglas apareciera en una comedia ligera, muy cercana a la screwball comedy, como Mi querida secretaria. Bien es cierto que en la época de la realización de la película, aún no era una estrella aunque había dado ya ciertos aldabonazos de talento en la desconocida y excelente Al volver a la vida, de Byron Haskin y en El extraño amor de Martha Ivers, de Lewis Milestone. Sin duda, su siguiente película, Carta a tres esposas, de Joe Mankiewicz fue la que le abrió las puertas del gran cine. Pero en esta ocasión, Douglas tiene que debatirse en una guerra de sexos y sale airoso de un trance que, años más tarde salvo una rara excepción, rehusó a volver a pisar. Aún así el que se lleva los honores en esta ocasión, como en tantas otras, es Keenan Wynn interpretando al mejor amigo del protagonista y que posee los momentos culminantes de una comedia, cuando menos, sorprendente por un ritmo más que aceptable y una trama que coquetea con cierta clase alrededor del ingenio.
De hecho, el propio Douglas en su excelente autobiografía El hijo del trapero, expresa una descriptiva falta de afecto por esta película. Quizá porque es una historia que se hizo cuando el género de la screwball comedy estaba en franco declive o porque creía que era una historia que deberían haber interpretado Cary Grant y Rosalind Russell pero, en efecto, es una película que, sin llegar a entusiasmar para dar saltos y ponerse a escribir sobre ella libros enteros, llega a la altura del entretenimiento, lo cual no es poco. Su director, Charles Martin, guionista también de la película, no tuvo demasiado éxito en su carrera y probó muy pocas veces detrás de las cámaras lo cual puede explicar algunos de los defectos que puede arrastrar. Eso sí. Puede ser un magnífico retrato sobre la decepción que, en clave irónica, puede calar en nosotros al conocer de cerca a algún reputado novelista (o similar) que puede caerse desde la altura de su ego. Hasta tales cimas el talento de Douglas podía llegar sin ningún esfuerzo. De todas formas, la historia funciona casi en su totalidad y no cabe duda de que la risa hace mucha falta en un mundo como este que hace que nos sintamos decepcionados y hundidos demasiadas veces al cabo del día.
Así que, tranquilamente, cogen ustedes un vaso de la copa que les guste (en mi caso, whisky), ponen tranquilamente los pies en alto y, relajadamente, dejen que el movimiento del abdomen al reír agite ese vaso que sujetan con la mano…y echen un trago en aquellas partes que no les convenzan demasiado. El resultado será estar un poquito achispados y con la sonrisa un tanto floja. Atrayente. ¿No? ¿O los amantes de lo políticamente correcto me van a acusar de incitar a la bebida?

No hay comentarios: