miércoles, 15 de febrero de 2012

EL PRESTAMISTA (1966), de Sidney Lumet

Los fantasmas nunca se van de una mente torturada. Cuando el sufrimiento va mucho más allá del dolor, entonces la muerte puede ser una amiga esquiva. En el fondo, ese prestamista interpretado de manera irreprochable por Rod Steiger, es un cobarde carente de v alor en todos los sentidos de la vida. Es incapaz de matarse y por eso busca la muerte. La muerte redentora que le haga encontrarse con su mujer, preciosa y amada, y con sus hijos, vejados y exterminados en el holocausto. La muerte redentora que abra vacío en la eternidad pero que, al menos, deje de hacerle sufrir porque el prestamista, el hombre que tiene el dinero y una inesperada capacidad de supervivencia, no tiene nada. La vida es cero. Es un continuo caminar cansino. Es la cansada soledad forzosa. Es la desaparición de cualquier ilusión. Es el estigma nunca brotado más que con un pinchapapeles que le hace apagar el dolor de dentro con el sufrimiento de fuera. La mutilación como medicina y, otra vez, el sordo alarido de quien sobrevive una y otra vez y es incapaz de salvar a quien le rodea.
El prestamista, de Sidney Lumet es una de esas películas pequeñas que no describen situaciones, ni es una interesante sucesión de acontecimientos. No. Es una historia que nos hace descender hacia el inmenso dolor, hacia el infinito sentimiento de la culpabilidad, hacia la decepción del alma aplastada por el peso de una existencia sin sentido, hacia la mirada a una vida que tiene contraída una deuda de abultados intereses con un hombre que la perdió un día en el campo aunque siguió respirando en la inercia de su propia prolongación. Es una película llena de dolor. De dolor. De dolor. No hay otra expresión para definirla. No hay otra expresión para sentirla. Es un dolor que se escapa a la razón, pues no hay más que razones para sufrir y no hay hueco para nada más.
El propio Rod Steiger dijo que ésta había sido la mejor interpretación de su carrera y que el rodaje fue un viaje en un vagón de ganado hacia el dolor más intenso. Y nosotros, los espectadores, vamos con él porque el cine siempre nos lleva hacia el sueño y en los sueños no hay dolor ni sufrimiento...pero, de vez en cuando, el cine también nos recuerda que hay que remover y agitar un poco nuestros corazones para que no seamos nosotros los que apretemos el gatillo, o los que exterminemos vidas aún cuando sigan viviendo.  

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