martes, 21 de febrero de 2012

EL ROSTRO IMPENETRABLE (1961), de Marlon Brando

El enorme ego de un Marlon Brando en plena efervescencia dio como resultado una película como El rostro impenetrable. En su única película como director, Brando hizo suyo el juguete de los sueños para llevar a cabo la larga historia de una venganza que se convierte en una epopeya de motivaciones salpicada de un cierto manierismo y que no fue más que el capricho de una estrella que quiso controlar todos los aspectos de su carrera con un producto demasiado caro y aún más prolijo.
El director previsto en un principio para adaptar la novela de Charles Naider fue Stanley Kubrick. Como no pudo ser menos, el choque de vanidades fue tan estrepitoso que seis semanas antes de comenzar el rodaje, Kubrick fue despedido por un Brando que, a la sazón, también era productor de la cinta. El último encuentro entre ambos fue tan simple como éste:
-. Marlon, llevo seis meses trabajando en la película y aún no sé de qué va.
Brando, enfadado y quisquilloso, le espetó a Kubrick:
-. Va de que cada día que pasa tengo que pagarle una millonada a Karl Malden (coprotagonista de la película).
Kubrick, con su habitual impasibilidad, replicó sin pestañear:
-. ¿Sí? Pues entonces creo que te tendrás que buscar otro director.
Brando tomó las riendas de la película sin saber muy bien qué hacer con la cámara. Cuando acabó el largo rodaje de seis meses, había rodado treinta horas de celuloide que, en un primer montaje, dio como resultado una historia de seis horas y veinte minutos. Y, de hecho, Karl Malden cobró tanto dinero que, con él, se compró un fabuloso rancho al que, con cierta ironía, le puso el nombre de “One-eyed land” en clara alusión al título original “One-eyed jacks”.
Bajo su montaje actual de dos horas y veintitrés minutos El rostro impenetrable describe el arduo camino de una venganza dirigida por el abismo de la duda y del sendero del no saber qué hacer con una vida truncada por una traición. Brando está perfecto en algunas secuencias, con su legendario sentido de la improvisación ejercido de manera brillante, pero también cae en el narcisismo exasperante de alguien que se sabe grande en una profesión que desprecia, y bello ante una cámara a la que no le hace falta mucho para enamorarse de él. Karl Malden se erige en un actor ajustado en su papel, sin salirse ni un ápice de su personaje siempre creíble y siempre amenazante. Así mismo, hay secuencias de innegable hermosura y originalidad al borde de un mar que siempre ha sido desierto en los westerns pero aquí aparece como reflejo de turbulencias y tempestades.
En cualquier caso, El rostro impenetrable es una de esas películas de interés histórico que cabalgan hacia nosotros con la lentitud de quien no supo desenfundar aunque, tocado por una mano divina, nos regalara algunas de las más extraordinarias interpretaciones que el cine quiso darnos. Y, eso sí, coman algo frío mientras la ven porque la venganza está en el buffet.

2 comentarios:

dexter dijo...

Además de disfrutar de una prosa excelente, en este blog aprendemos un montón de cine. Desconocía yo esa anécdota que cuentas, pero es que menudos debían ser don Marlon y don Stanley (de éste último conocía por ejemplo el rifirafe que manturvo con Douglas durante todo el rodaje de "Espartaco"). Qué bien que de vez en cuando te salga esa vena de abuelo cebolleta de la que tanto te quejas que abusas en el conversacines. Para nada lo creo. Este blog debería llamarse "docere et delectare".

Abrazos, tomando notas

César Bardés dijo...

Me alegro mucho de descubriros cosas que por alguna razón yo he llegado a saber por casualidad. El diálogo entre ambos parece ser que fue tal cual y, efectivamente, el carácter de ambos era demasiado "genial" como para acometer cualquier proyecto juntos. Gracias por la alusión a mi prosa. Menos mal que he tomado la pastilla "Vanitas" que previene de subidones de tensión provocados por el engreimiento. "Docere et delectare"...hummmm...no es ninguna tontería para una película de romanos...
Abrazos sincerae et cum amica intencionis.