miércoles, 7 de marzo de 2012

COMPAÑEROS MORTALES (1959), de Sam Peckinpah

La primera película como director de Sam Peckinpah es ya de por sí toda una declaración de intenciones de un hombre que quiso romper las reglas del western que, hasta su aparición, habían fijado creadores tan inmortales como John Ford y Anthony Mann. Como primera muestra, es absolutamente chocante ver cómo Maureen O´Hara, una actriz modelada como si fuera estatua viviente en las manos de ese gran escultor en el tiempo que era John Ford, aquí es dueña de una sorprendente sensualidad, faceta que domina a la perfección y que sirve como instrumento rompiente para un Peckinpah que, después de esta película, daría ya un serio aviso de maestro con la maravillosa Duelo en la alta sierra.
No en vano, en esta primera incursión tras las cámaras, nos encontramos ante una historia que, sí, está ambientada en el Oeste, pero que no habla más que de cicatrices de la emoción y tiene una puesta en escena que nos hace ver que las balas que más duelen son aquellas que se sueltan con el diálogo. No nos engañemos. No es una película fácil de ver. No nos dejemos arrastrar por propagandas fáciles. Peckinpah no quiere sólo una ensalada de tiros y un par de momentos líricos, quiere calar, llegar allí donde hasta ese momento, no había llegado nadie, dibujar el crepúsculo de épocas que se acaban y donde sus personajes no saben ya vivir porque lo único que resta, tal vez, es morir. No deja de ser un trabajo de aprendizaje para el que, luego, sería el gran realizador de esa obra maestra que es Grupo salvaje pero tiene un interés que para sí quisieran muchos primerizos. De hecho, los primeros compases de la película son sorprendentemente confusos y pillan a contrapelo del espectador avezado, pero Peckinpah, sospecho, ya sabía muy bien lo que se estaba haciendo al intentar buscar un ritmo que luego sería marca de fábrica.
Sin duda, también es una película que tiene los defectos propios de alguien que quiere dominarlo todo sin tener todos los resortes necesarios, como una música que se repite con machacona insistencia y que no está en consonancia con el gran poderío visual de un cineasta que ha sido pieza de referencia para otros grandes directores como Martin Scorsese o Quentin Tarantino pero hay que tener una cierta valentía para atreverse a contar la historia de unos personajes que se unen sin tener nada en común e intentar romper, aunque en esta ocasión se atenúe con cierta timidez, todo lo que hasta ese momento se había hecho en las imágenes de una época que no tenía tanta leyenda y que, si fue historia, lo fue para unos pocos valientes.
Quizá dentro de lo arrebatadoramente romántico en su violencia, Sam Peckinpah nos hizo ver cuál es el tamaño del odio y, lo que es aún mejor, supo pintarlo sobre unos cuantos fotogramas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Malísima peli, se pongan como se pongan.

César Bardés dijo...

Pues por mucho que leo y releo el artículo...no se dice en ninguna parte que sea buenísima, ni una obra maestra, ni nada de eso. Quizá habría que leer todo antes de dar una opinión tan docta y respetar un poco el trabajo de los tan despreciados críticos de cine.
Gracias y bienvenido a este blog. Un placer contar con fundamentos como los tuyos.