martes, 8 de mayo de 2012

TORO SALVAJE (1980), de Martin Scorsese

Un mar de bruma parece cernirse sobre esa figura que más parece un animal que un púgil. La piel de la furia se llena de sudor mientras a cámara lenta saltamos con él sobre una lona que siempre se presenta como un territorio hostil. Al fondo, una ópera nos recuerda que estamos ante un héroe que subirá hasta lo más alto para caer de la forma más dura. El blanco y negro de las calles del Bronx saturan la mirada de un hombre que tuvo que aguantar golpes inhumanos entre las cuerdas pero que no supo encajarlos tan bien en una vida que se empeñaba en mantenerlo en la mediocridad. El éxito cegador. Las cejas rotas. Las heridas abiertas. La obsesión presentada como un golpe definitivo.
Los brazos estirados del ring hicieron mella en un boxeador que solo quiso que le amaran. Como marido, como padre, como ídolo del deporte, como actor, como puro entretenimiento de una masa que le rechazaba una y otra vez porque golpeaba de forma desbocada, intentando subir rápido, tratando de humillar con una energía que parecía sacada de su propio carácter mimado, inseguro, insano y obcecado. Pudo ser alguien y lo que consiguió fue un pasaporte hacia el fracaso, una barriga de impresión, unas cuantas borracheras que solo fueron acentos sobre una vida demasiado intensa, el odio de los que le rodeaban, un muñeco que exhalaba pena y, tal vez, una simpatía demasiado hundida como para hacerse evidente.
La sangre salpicó las primeras filas con puñetazos de una violencia salvaje. Jake La Motta tuvo un gran problema y era que siempre perdía, incluso cuando ganaba. Le costaba asimilar el triunfo porque, en el fondo, era un perdedor nato que aguantaba muy bien las palizas. Sus combates con Sugar Ray Robinson fueron pura épica en la que no había más que el demonio de la revancha separando a los luchadores. Cada vez más alto, Jake, cada vez más patético.
Robert de Niro realizó una interpretación que, muy posiblemente, sea de las mejores que se han hecho en el cine moderno. El relato fragmentado de Martin Scorsese fue potente, vigoroso, lleno de rabia que movía al espectador a querer enfrentarse contra ese púgil que no sabía cubrirse ante la vida, que solo la maltrataba una y otra vez, queriendo vencerla por K.O y cosechando una rotunda derrota. Joe Pesci, grande y único, era la conciencia y el guardián de los sueños de su hermano hasta que él también es apartado por una furia mal gastada, una tremenda obsesión sin sentido, una locura que solo puede proporcionar el sudor y el humo de demasiadas noches recibiendo puntos de sutura.
Cuando el éxito parece estar rodeando a las personas normales, siempre se debería ver esta película. Solo así podremos darnos cuenta de que arriba y abajo son conceptos tan relativos como el capricho y la popularidad. Y después de eso…no hay nada. Solo el silencio, la sombra de un gancho bien repartido, un espejo que devuelve la imagen y la certeza de que se podría haber sido alguien de no haber amasado tantas culpabilidades. Fuiste tú, Jake. Fuiste tú.

2 comentarios:

Carpet dijo...

Qué grande es esta película. No sólo es Scorsese, ni de Niro o Pesci. No sólo su blanco y negro, los kilos que engordó Robert o tantas cualidades reales, pero que parecen casi tópicas a fuerza de repetirlas.
A mi me parece que es una película clave porque sigue siendo actual, modélica y educativa. Es una película que trasciende a sus propias cualidades cinematográficas. Es una película de la que aprendes mucho sobre el ser humano. Para los humanistas es casi un tratado sociológico, porque tomando a un individuo como ente único nos muestra todos los golpes (que bueno tu post, Wolf) que los externos damos a esos ídolos-muñecas rotas.
Vemos tantos cada día, encumbrados muchos de ellos sin motivo real, por ser simpático, por ser gritón, por llorar bien, por insultar sin freno, por ridiculizarse a diario, por ridiculizar a otros...gente que ha ganado un par de combates y se creen que ganarán siempre, disfrutan de su gloria, de su brazos alzados por el arbitro tras el último asalto..., pero luego se acaba, en el vestuario duelen los cardenales, la ceja sangra, nadie te aplaude, ni gritan tu nombre...Y cuando dejas de ganar eres un chiste, una broma de bar, un don nadie que creyo que la gente le quería...Pero el público no ama, si tienes suerte, mucha suerte, lo mismo te olvida y puedes vivir una vida casi anónima con gente que de verdad te quiera. Lo dificil es aceptarlo, querer que te quieran todos, creer que te quieren todos y siempre...
Eres un toro salvaje, majestuosos, imponente, admirable, pero finalmente util para dar diversión a gente que te ignora un rato despues de haberte visto.

Que gran película, que gran post, como Martin remarcando el paralelismo entre los golpes del ring y los de la vida...

Grande Wolf.

Abrazos desde la esquina

César Bardés dijo...

Bueno, después de tal comentario, tengo el ego por las nubes. Luego llegará una orden judicial y me meterán en la trena mientras golpeo la pared hasta romperme los nudillos mientras grito "¿Por qué? ¿Por qué?".
Cierto es, y qué bien descrito está por tu parte, Carpet; que es una película que educa y que educa a rabiar y siendo implacable a la hora de encajar el éxito. Y además es ese éxito con aire de falso y, bueno, realmente Jake La Motta, si nos fijamos un poco y nos adentramos en los tortuosos meandros que propone la película, obtiene el éxito precisamente cuando pierde, cuando sólo apuesta por su integridad personal. Aguantar a Ray Robinson de pie hasta el último gong. Pierde el combate, sangra por todos los poros de la cara, está destrozado y, sin embargo, aún tiene el coraje para decirle a Robinson "Eh, Ray, no me has tirado...no me has tirado". O al principio o el final, cuando tiene un show en un local de tipo medio en Nueva York y está dando los últimos toques a su aparición. Solo, rematadamente solo, terriblemente solo o desnudamente solo. En sus palabras, el diálogo de Marlon Brando en "La ley del silencio" y cuando le avisan para salir, hace un poco de sombra en el espejo. Eso es lo que tiene, su propio reflejo. Un reflejo de fracaso, un reflejo de algo grande que se fue haciendo muy, muy pequeño. Un objeto de olvido, como muy bien dices en tu comentario.
Nos vemos tras la cuenta de diez.
Grande también, Carpet, y gracias.
Abrazos desde el gong.