viernes, 29 de junio de 2012

ULTIMÁTUM A LA TIERRA (1951), de Robert Wise

En plena guerra fría, cuando el miedo sobrecogía a una Tierra que permanecía en vilo, un extraterrestre con forma humana llamado Klaatu llega a nuestro planeta para hacer una seria advertencia: o dejamos de utilizar la energía atómica para fines bélicos o las consecuencias serán terribles. Hoy en día, este ultimátum aún parece una auténtica ficción sacada de nuestra propia realidad. Quizá esa sea la diferencia entre los seres humanos y los del espacio exterior. Los humanos jamás aprenden. Siempre habrá un peldaño más que subir en la escalada de la violencia. Klaatu convive un par de días con los terrícolas y se ríe de una raza de enorme simpleza, incapaz de aprender rápido, atascada en primitivos problemas de rencillas de poder mientras ahí fuera hay infinidad de estrellas esperando.
Pero entre todo ese bosque de absoluto provincianismo interplanetario, Klaatu aún puede observar la belleza de algunas cosas. De un niño que está en estado de permanente alerta presto a aliñar con fantasía una realidad que no acaba de gustarle…quizá porque no tiene padre. De una mujer que cree, que quiere creer que hasta el ser más gris habita este planeta por algo, que destila hermosura en un corazón que no duda en arriesgar, que desprecia el fácil reclamo de la fama ganada por oportunismo (hoy en día, esta mujer tendría mucho desprecio dentro de sí) y que ella, como el paisaje que observa Klaatu desde su nave espacial dirigida a cientos de miles de kilómetros por hora alrededor de la Tierra, también es algo que merecería la pena salvar. Igual que unas palabras de libertad. Igual que un equilibrio cósmico establecido y sujeto por las manos de la creación, antónimo de destrucción…
Ultimátum a la Tierra, de Robert Wise, con Michael Rennie y Patricia Neal, una fábula de ciencia-ficción que aún hoy impresiona por su actualidad y por intentar ver con ojos de fuera un mundo que no merece ser pisado por el ser humano. Y seguimos sin respetar ese ultimátum. Klaatu barada nykto…Un día habrá un Gort que no escuche esas palabras y entonces todo saltará por los aires por un fanatismo asesino, por una insensibilidad capitalista, por una disputa hegemónica, por la caída de un imperio o por la recalcitrante estupidez congénita de la humillante raza humana.

miércoles, 27 de junio de 2012

RED STATE (2011), de Kevin Smith

La Librería Rayuela de Málaga ha incluido en su catálogo bajo pedido el libro "El ojo privado". El link lo tenéis aquí. También en la Librería Antonio Machado de Madrid, llena de prestigio y situada en la calle Fernando VI, 17, hay ejemplares disponibles allí mismo en la tienda.

Quisiera dedicar este artículo al director teatral Gustavo Pérez Puig, director de aquel clásico televisivo que fue "Doce hombres sin piedad" y que me hizo disfrutar tanto en su etapa al frente del Teatro Español de Madrid con el montaje de obras como "La venganza de Don Mendo", con Raúl Sender; "Los habitantes de la casa deshabitada", con José Sazatornil; "Eloísa está debajo de un almendro" con un elenco extraordinario que incluía a Ramiro Oliveros, a José Carabias y a la maravillosa Paloma Paso Jardiel; "La taberna de los cuatro vientos", que me fascinó con las interpretaciones de Emma Penella y Juan Ribó; con "Misión en el pueblo desierto", de Antonio Buero Vallejo...Gracias por tantos y tan buenos ratos, maestro.

Cuesta imaginar a Michael Parks, aquel efebo inmaculado que interpretó al virginal Adán hecho de carne y barro en La Biblia, de John Huston como el implacable predicador de una iglesia imaginaria que preconizaba el exterminio homosexual y la justificación de la fe a través de las armas en esta película de Kevin Smith. Suyos son los pasajes más farragosos y burdos de una historia que coquetea peligrosamente con la basura y que termina siendo un compendio de casualidades que convierten a la fe en una pura coincidencia.
Menos cuesta disfrutar con John Goodman, intenso y bastante incrédulo con la imposible misión policial que le es encomendada, buscando con los ojos explicaciones y rebelándose con furia ante algo que es tan execrable como esa fe vendida con el envoltorio de la violencia como atractivo. Pero su sola presencia no basta como para salvar una historia que, no por haber pasado, resulta más creíble. Y es que Kevin Smith dispara en todas las direcciones intentando unir el fondo con la forma y lo que le sale es algo incómodo pero también bastante absurdo, con momentos que pretenden arrancar una carcajada malsana al mejor estilo de Quentin Tarantino. Debo comunicar, con profunda consternación que Kevin Smith no es Quentin Tarantino ni por casualidad. Soy así de categórico..
Aún es más paradójico que se utilice a un actor de probada solvencia como Kevin Pollak en una aparición de menos de un minuto, tan prescindible como inútil, quizá para evitar que el espectador pueda identificarse con alguno de los personajes puesto que todo enfila por los caminos ilógicos de unas reacciones que, siendo comprensibles, importan menos que una interminable charla sobre los principios y motivaciones de una iglesia inexistente.
Está claro que Kevin Smith, creyendo que su arte es inconmensurable, decide jugar a conciencia con el espectador, no dando tiempo a simpatizar con nadie de la pintoresca galería de caracteres dibujados. Y todo para lanzar el consabido mensaje de que los fanatismos son horriblemente malos, vengan de quien vengan, incluso de un Estado que maneja los hechos a su conveniencia tan solo para justificar su propia inutilidad, su desidia evidente, su contribución al desprecio. No en vano, todo el caso se cierra el día anterior en que el diablo cogió unos aviones y se estrellaron contra las pecaminosas torres de Babel del World Trade Center.
No cabe duda, por otro lado, de que la historia, manejada por otras manos más expertas en nudos y desarrollos que en supuestos mensajes de fe manipulada y asesinatos consentidos desde las altas instancias. Incluso siendo un tema bastante visto, hubiera admitido toques de originalidad que aquí parecen puestos como acentos para dejar bien evidente que su talento tiene ramalazos de genio. Y así se llega a la mediocridad. No hace falta ser ningún director de cine para saberlo. La fe desde el punto de vista del fanatismo solo puede llevar al odio, expansivo e indiferente, inhumano y alejado de cualquier principio noble. Y estoy hablando de la fe y no de la iglesia, de cualquier iglesia. El Estado, cuando tiene que tapar sus propias vergüenzas, se convierte en una fábrica de delincuentes y de asesinos, lo que conlleva también la aparición del fanatismo. Y al infierno con los dos. Que se quemen en la cólera de la razón. La cultura protege de la manipulación. La vida no necesita de alienaciones. Necesita de miradas certeras, convincentes, con talento, con ideas de solidaridad cualquiera que sea la procedencia. Lo demás es un invento del hombre usurpando el papel a Satanás. Lo demás es la orgía de lo que el hombre lleva persiguiendo desde el principio de su existencia: el poder que emana de nuestros propios infiernos.

LA BATALLA DE LAS ÁRDENAS (1965), de Ken Annakin

Los tanques hacen temblar la tierra. La gravilla del suelo parece que comienza a correr por la cercanía de esos monstruos de acero y fuego. En una vasta extensión de terreno se dirime la mayor de las batallas de artillería que conoció la Segunda Guerra Mundial. En su resultado pudo estar parte del desenlace final de la contienda. Aquí no hay actores, no hay interpretaciones, no hay matices. Hay el frío y metálico sonido de las orugas arrastrándose para aniquilar al enemigo. No hay espacio para quien quiera miradas tiernas en tiempos de paz. Aquí sólo hay señores de la guerra que, a través de los cañones de sus carros de combate, escupen muerte y avance. Avance hacia ninguna parte. Avance hacia la nada de la victoria.
Sí. En el reparto hay nombres de relumbrón. Ahí está el siempre eficaz Henry Fonda. Antagonista de categoría es Robert Shaw, un nazi que desprecia el hecho de que sabe que Alemania jamás ganará la guerra y por allí pululan caras tan conocidas como las de Charles Bronson, Ty Hardin, James MacArthur, Telly Savalas, Robert Ryan (es muy raro ver una interpretación suya que se pueda calificar de mediocre, por breve que ésta sea), Dana Andrews, George Montgomery, Pier Angeli (la que fue el gran amor del trágicamente fugaz James Dean)…pero todos estos nombres carecen de importancia. Aquí hay que fijarse en el feroz espectáculo de una coreografía ensayada por la muerte. Hay que detener los ojos en el corte de la línea de suministros, en la esperanza de la emboscada, en la batalla donde sólo se oye la voz de obús con su zumbido agudo cayendo sobre el campo donde ceder un centímetro es una derrota. Es una lucha a cara de perro…es una pelea a morro de tanque…
La ofensiva lanzada por los alemanes para romper la defensa aliada en varios frentes a través de la abrupta y densa región de las Árdenas en Bélgica con el objetivo de recuperar una salida al mar por el oeste aprovechando una inoportuna niebla que impide a los aliados utilizar su fuerza aérea está convenientemente novelada en esta película a través del cambio de algunos nombres y hechos para poder realizar un producto entretenido, muy alejado de algunos títulos nacidos con la misma vocación pero distinto resultado como son El día más largo o Un puente lejano. En esta ocasión quizá no haya tanta profundidad, pero los amantes del cine bélico disfrutarán viendo cómo se ganó una batalla que parecía perdida de antemano.
Así que no olviden que, desde el sofá, están manejando los mandos de un carro de combate tan letal como vulnerable. Disparen a discreción. El enemigo sólo querrá que usted retroceda y se vaya a la cama, rúbrica en sábana de una rendición sin condiciones. No lo hagan. Quizá con perseverancia, el enemigo es quien acabará retirándose con el acoso de 167 minutos de puro entretenimiento…apenas un instante en las páginas de la historia.

lunes, 25 de junio de 2012

ENCUENTRO EN PARÍS (1964), de Richard Quine

La FNAC ha tenido la amabilidad de incluir "El ojo privado" en su catálogo de venta por internet. Lo podéis consultar aquí.

Dedicado a Juan Luis Galiardo, hombre de voz impresionante que, en cierta ocasión, allá por 1990 coincidí con él en una cafetería de Madrid. Yo iba con una chica y allí le esperaba el también añorado Juanjo Menéndez. De pronto, con su chorro vocal, Galiardo entró en la cafetería y bramó: "Acabo de ver a Al Pacino en El padrino III y después de eso acabo de decidir que me voy a retirar de la actuación. Frente a él no hay nada que hacer". La cafetería no estaba muy llena y arrancó carcajadas con su forma de decirlo. En todo caso, gracias por tantos personajes inolvidables y por arrastrar todas y cada una de las palabras que envolvían nuestra fascinación. Un saludo, Juan Luis. Sigue actuando donde estés. Así la eternidad también tendrá voz.

Las ganas de volver a reunir a la pareja protagonista de la maravillosa Sabrina fueron las razones más importantes para hacer esta película. Además era una ocasión única para que William Holden y Audrey Hepburn se vieran de nuevo después de haber sostenido un romance que para Audrey fue decepcionante y para William fue insuficiente. El caso es que la idea no estaba mal y se escogió a un director altamente cualificado como Richard Quine para poner orden en el empeño. Pero el invento, sin salir del todo mal, no estuvo a la altura de las expectativas. Y es que el punto de partida es sumamente atractivo pues todo está construido en función del arte de escribir guiones para películas y de cómo la falta de inspiración es precisamente la mejor historia. Luego, el desarrollo se pierde en lo que es un desfile de estrellas de aparición breve que, sin embargo, no esconde el maravilloso encanto que desprende la pareja protagonista, encanto de hombre y mujer que se convierten en protagonistas de una ciudad de torre y arco.
Y es que, en el fondo, esta película es un dulce que se prueba por primera vez. Oscila entre el aliento fresco y la sonrisa intrascendente de un chiste divertido. Si uno se sumerge entre sus fotogramas, caerá irremediablemente enamorado nadando entre dulzuras, diversiones y encantos decadentes sin dejar de tener la sensación de que es una comedia sin demasiadas pretensiones, muy ligera y suavemente agradable, con química pero sin física y de obligada visión para todos aquellos a los que un día les gustaría poner sus ideas en letra y sus pensamientos en papel.
Lo cierto es que la película se basa en fórmulas sobradamente reconocidas, de resultado contrastado y que otorga al conjunto una orografía irregular con mucho estilo. Pero ello, lejos de ser un defecto, también puede ser tomado como una rara virtud. Al fin y al cabo, el protagonista trata de escribir también el guión de una película que se basa en fórmulas sobradamente reconocidas y que es demasiado pequeña para ser ideada en una ciudad tan inspiradora lo cual une, de manera misteriosa, el fondo con la forma de la historia. Otra cosa es que el equilibrio llegue a ser perfecto aunque le falte poco para ello a pesar de los nombres que encabezan el reparto.
Así que entre el sinsentido, la sonrisa, el riesgo, la autoindulgencia y el didactismo que desprende todo el entramado, ustedes elijan con qué se quedan. Yo, sin lugar a dudas, me quedo con la chica y con el chico porque ellos son mucho más que París. Son la luz y la mirada de una historia romántica que quiere ser simpática y que resulta ser más simpática que romántica con algún que otro toque cínico sobre la conquista y el ser conquistado. Diferencias irreconciliables entre un hombre y una mujer que encajan igual que la palabra en un guión. Una metáfora absurda si quieren pero si uno encuentra a una belleza de cristal en París, es muy difícil no caer en el absurdo de beber el vino sin tocar la copa.

viernes, 22 de junio de 2012

EL PACTO DE BERLÍN (1985), de John Frankenheimer

John Frankenheimer, sin duda, fue uno de los realizadores más importantes de los años sesenta como parte integrante de aquella afamada “generación de la televisión” que integraron también Sidney Lumet, Martin Ritt y Robert Mulligan. En esta ocasión, Frankenheimer abordó un best seller del escritor Robert Ludlum y el material de partida era francamente prometedor. Sin embargo, la película arrancó con mal pie pues el actor previsto para el papel principal, James Caan, fue despedido fulminantemente por sus profundas desavenencias con Frankenheimer el día antes de comenzar el rodaje. Mientras se encontraba un sustituto, al director no le quedó más remedio que empezar el trabajo en todas las secuencias en las que no aparecía el rol principal hasta que la solución le vino dada con la contratación presurosa de un Michael Caine que estaba pasando, en aquel momento, por horas un tanto bajas.
A pesar de contar con guionistas de renombre como George Axelrod y Edward Anhalt, la película se resiente de la adaptación de un libro extenso en el que, por razones obvias, se eliminaron gran parte de las motivaciones por las que se mueven los personajes. El resultado, en una película de espionaje, es algo confuso pero con una acertadísima dirección en las secuencias de acción (un aspecto en el que Frankenheimer era un auténtico as) y un homenaje nada velado del propio director a su película del año 1962 El mensajero del miedo que, en su día, protagonizaron Frank Sinatra, Janet Leigh y Laurence Harvey.
De hecho, en esta ocasión, Michael Caine parece algo aturdido por un papel que apenas le dio tiempo a estudiar y en el que, parece ser que ni siquiera sabía hacia dónde se podía dirigir la historia. Cabe destacar la actuación de una actriz que se diluyó en los años ochenta pero que siempre ha sabido traer a mi memoria las facciones de Janet Leigh. Su nombre era Victoria Tennant y, por aquella época, era una firme promesa del cine a la que auguraban una brillante carrera por encima incluso de las que apuntaban otras actrices como Michelle Pfeiffer. Por supuesto, cabe destacar la última aparición en pantalla de Lilli Palmer en esta película en el frío papel de la madre de Caine y depositaria de la verdad en una trama salpicada de nazis, dineros escondidos, dobles sentidos y giros sorpresivos. Técnicamente no cabe duda de que John Frankenheimer sabía muy bien lo que se hacía al introducir ángulos de cámara imposibles pero repletos de arte en la iglesia de St. Martin in the Fields pero que, por el contrario, envejece con demasiados barnices propios de los ochenta, especialmente destacables en su banda sonora que, desgraciadamente, se ha quedado antigua con apenas veinte años.
En cualquier caso, una película entretenida, que exige atención, que hace que admiremos el arte de las féminas ante las cámaras y el esfuerzo de un director por hacer algo dinámico de una historia…que quedó mejor, mucho mejor, en papel impreso…

jueves, 21 de junio de 2012

HYSTERIA (2011), de Tanya Wexler

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que en esta época en la que existe una supremacía de la educación y de las buenas maneras y, sobre todo, de las excelentes apariencias, sería toda una ofensa atreverse a afirmar que la histeria era una enfermedad que era propiedad exclusiva del sexo femenino. Razonamientos médicos, cuando menos, ridículos, llegaban a postular que el origen se localizaba en un útero desplazado que debía ser colocado a través de un tratamiento suave, ciertamente placentero y algo íntimo.
Pero las ciencias médicas, gracias al cielo, adelantan que es una barbaridad. Pronto llegaron nuevas teorías, atrevidos experimentos y también, por qué no decirlo, algún que otro fracaso. La histeria pasó a ser tratada en casa por arte de un cansancio irritante en la mano del galeno y por su feliz unión con la mecánica uncida por la fuerza de la, entonces incipiente, electricidad. El resultado, como no podía ser otro, fue el de la aparición de rostros felices en miles de féminas que encontraron un nuevo horizonte que explorar que, por obra y gracia del progreso, se ha prolongado hasta nuestros días.
El tema, déjenme decirles, es harto delicado y aún así es capaz de arrancar unas cuantas sonrisas y alguna que otra estridente carcajada con permiso de los vecinos de butaca pues siempre es motivo de hilaridad que, en una sociedad sometida a la rigidez de las normas de la cortesía y de la apariencia, el atrevimiento y la entrada en la gloria del paroxismo por parte de todas las mujeres que padecían tan lamentable enfermedad fuera algo que chocaba frontalmente con los usos y costumbres de una época. Tanto es así que hasta la realeza llegó a probar el juguete para asombro y oscuridad de la ciudadanía quedando todo en una gentil broma realizada con elegancia y un ligero atisbo de ironía en cada escena.
No cabe duda de que si ustedes han sido tan pacientes como para leer con sentido el párrafo anterior, seguirán leyendo con suma atención las líneas que vienen a continuación. Uno de los posibles aspectos que pueden ser de su interés es que, por encima del muy aceptable trabajo que realizan la señorita Gyllenhaal, el señor Dancy y el señor Pryce, se halla el tremendo cinismo que se oculta bajo el irreconocible rostro del señor Rupert Everett, que solventa con elegancia y gracia cada una de sus intervenciones. Suyo es el toque más atrayente y suya es la arrebatadora gracia del individuo que dice las cosas sin mover ni un solo músculo más allá de una exagerada apertura de los párpados.
Así pues, estimados lectores, no cabe la menor duda de que nos hallamos ante una pequeña sorpresa, bien realizada, con un tono de comedia menor que coquetea amablemente con lo prohibido y que no es más que la narración emanada de la invención de un curioso juguete que ha sido gozo y alborozo de cientos de miles de damas a través de, aproximadamente, siglo y medio de existencia. Hay sobriedad en todo el entramado, hay perplejidad a raudales, hay agudeza en las expresiones, hay líneas de apagada brillantez y amable nocturnidad. Huelga decir que, como todo invento, hay afortunadas coincidencias y comprensibles reparos a su aplicación pero es un bonito y agradable ejercicio para los músculos del rostro esbozar una media sonrisa, no exenta de picaresca, mientras se asiste al espectáculo. Es lo que suele ocurrir cuando la originalidad y una pizca de talento aparecen como pareja en el mismo centro del entretenimiento y de la felicidad. Si me lo permiten, voy a dejar de escribir todas estas modestas reflexiones porque resulta verdaderamente incómodo hacerlo con el meñique levantado, cual sujeción educada de una ansiada taza de té que degustaré en cuanto refleje en este escrito el punto final. Espero no haberles aburrido. 

miércoles, 20 de junio de 2012

HISTORIAS DE FILADELFIA (1940), de George Cukor

Tracy Lord es una niña mimada que, simplemente, no sabe amar. Sólo quiere ser amada. Pero en su pedestal inmaculado es incapaz de presentarse como una mujer dulce y cariñosa, como una chica normal que tan sólo desea el amor para poder sentirse más mujer. Ella está en una torre de marfil de la que no tiene ni idea de cómo bajar. Ella elige y los demás obedecen. Por eso tiene a tres hombres saltando alrededor de ella. El más sabio de ellos es C.K. Dexter-Haven que sabe provocar las tormentas y dejar que pasen. Él sabe que, aunque profesa a la dama un amor eterno que ni siquiera la distancia que les separa y el desprecio que ella ha vertido sobre él son capaces de romper. Por ahí anda George, un petimetre que no puede ver mucho más allá de lo que Tracy quiere mostrarle, nuevo rico de profesión, acostumbrado a soltar zarpazos cuando alguien quiere pisarle y un hombre que suelta todo a destiempo porque, sencillamente, no tiene ni idea de lo que ella piensa, siente y vive. En el otro extremo de la mesa repleta de copas está Macanley Connor, cínico y desencantado escritor que para ganarse la vida escribe en una revista de cotilleos más infecta que la vida de la alta sociedad pero que queda deslumbrado ante la elegancia en el corazón de una chica, ante alguien a quien sabe descubrir en medio de los empujones de las alturas y los fingimientos de las cumbres y con la que no duda en bailar, de manera arrebatadoramente romántica, al borde de un estanque y dejarse el reloj en el dormitorio. Sin embargo...lo importante no es descubrir...sino mantener el descubrimiento y no idealizar, pecaminosa tendencia en la que caen demasiado a menudo los escritores...
Tal vez, el amor sea un balandro que se someta a los vaivenes del mar de vida que le rodea. La cuestión está en saber si se hunde o no, si se escora hasta volcar o si su manejo es tan grácil como el aire que inunda sus velas...No hay muchos balandros que aguanten...pero en el último momento, cuando ella va a subir a la borda equivocada, sabe reconocer la quilla que corta el mar en dos y que abre la felicidad que un día ya tuvo en sus manos pero que nunca supo apreciar...y no hay nada como bajar de las alturas para probar el sabor de lo que realmente te gusta.

martes, 19 de junio de 2012

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "EL OJO PRIVADO", DE CÉSAR BARDÉS EN LA LIBRERÍA OCHO Y MEDIO DE MADRID

A continuación, transcribo el artículo que saldrá en prensa, con toda probabilidad, mañana sobre el acto que tuvo lugar el jueves pasado. A los que fuisteis, gracias. A los que no fuisteis, gracias. En todo caso, fue un día inolvidable.

El pasado día 14 de junio, en la Libería Ocho y Medio de Madrid, sitio de encuentro habitual de cinéfilos y gente del mundo del espectáculo, se presentó el libro El ojo privado, de César Bardés. Allí estuvieron, además del autor, la periodista Laura Cristóbal y el actor Miguel Rellán. Entre los tres supieron crear un ambiente muy distendido que, en algunos instantes, llegó a rozar la emoción.
Laura Cristóbal destacó que “en las palabras de César hay amor por el cine; porque hay que amarlo mucho para verse más de dos veces El confidente y no morir durante el larguísimo travelling. O para meterte en vena El gran carnaval, y seguir concediendo entrevistas…Teniendo en cuenta de que te conozco desde hace casi  treinta años, puedo asegurar que vives en estado de película, y El ojo privado es una buena prueba de ello”. También quiso hacer hincapié en que “si a alguien le quedara alguna duda; si necesitara un empujón, no tiene más que tomar El ojo privado y dejarse llevar. Que como dice Miguel Rellán en su no-prólogo, si esto no es literatura que venga Dios y lo vea”.


Por su parte, el actor Miguel Rellán ponderó que dentro del libro “hay que distinguir a un investigador privado que se llama César Bardés, que busca lo que todo crítico debería buscar, a un crítico de cine que se llama César Bardés, que delata su amor por el cine y por todo lo que le rodea; a un escritor que se llama César Bardés y que se ha inventado un maravilloso truco para que el que va al cine no sea meramente un espectador, sino una parte implicada emocionalmente en lo que se está viendo; y finalmente, a un espectador que se llama César Bardés, que mira con ojos diferentes pero muy válidos, muy cariñosos hacia el cine, muy intensos hacia la vida. Porque al fin y al cabo, César Bardés, hablando de cine, de lo que realmente nos habla es de la vida”.
El autor fue acosado a preguntas, tanto por parte de sus invitados, como por  el público. Su hijo, de diez años, le preguntó: “¿Cuál ha sido la película que más te ha gustado ver conmigo y que aparece en el libro”. El autor respondió: Espartaco, porque cuando terminó, te volviste a mí y me dijiste: Papá, esta película habla de la libertad ¿no? Y yo, en ese momento, sentí una complicidad muy especial contigo”.


Rosa María Mateo se hallaba entre el público y quiso intervenir para subrayar las motivaciones del espectador que iba al cine en la época del cine clásico y la que domina en los estrenos de actualidad. El director teatral Luis Maluenda, intervino para matizar algunos aspectos de la emoción en el cine tomando como ejemplo el personaje de Hannibal Lecter en El silencio de los corderos. César Bardés quiso dejar bien claro que a él “no le emocionaba Hannibal Lecter, el que le emocionaba era Anthony Hopkins”.  Al acto, además de los citados, también acudieron los actores Antonio Canal, Emilio Alonso y Pepa Sarsa y la psicóloga presentadora de televisión Lorena Berdún. Todo ello dio como resultado un acto muy relajado que, en algunos momentos, se decantó por una emoción contenida que terminó con los ejemplares agotados a los pocos minutos en la Librería Ocho y Medio.

La Librería Ocho y Medio ha tenido la gentileza de subir a su propia página web una pequeña reseña del acto y sus propias fotos. Si tenéis ganas de verlas, pinchad aquí

viernes, 15 de junio de 2012

ÉXODO (1960), de Otto Preminger

Maravilloso el encuentro que mantuvimos ayer en la Librería Ocho y Medio. Contó con una asistencia de lujo que incluyó a Rosa María Mateo, a los actores Antonio Canal, José Ramón Pardo, Emilio Alonso y Pepa Sarsa, al director teatral Luis Maluenda, amén de los invitados, excepcionalmente comprometidos con el libro, Laura Cristóbal y Miguel Rellán. Fue un lujo y una aventura imborrable. En cuanto disponga de las fotos del evento, las subiré. Gracias a todos.

Tal vez, en los tiempos que corran, una película como Éxodo sea considerada políticamente muy incorrecta pues, al fin y al cabo, es una historia que nos habla sobre el derecho de Israel a convertirse en nación. Dejando aparte el hecho político, del cual es mejor no opinar, hay que decir que es un film de una gran calidad pues no sólo tiene un reparto más que destacable y una dirección de precisión matemática del casi siempre atinado Otto Preminger, sino que, también, podemos decir que el guión es de un hombre que, por sí mismo, ya era políticamente muy incorrecto como Dalton Trumbo, conocido militante izquierdista, con toda probabilidad la figura más destacada de los legendarios “Diez de Hollywood”, juzgado y encarcelado como testigo hostil que consiguió su rehabilitación en su profesión a través de la escritura del guión de esta película que hoy nos ocupa y del Espartaco, de Stanley Kubrick.
Si la pluma que escribió esta película fuera cualquier otra, comprendería las reticencias que levanta en cuanto a su clara tendencia proisraelí pero viniendo de Trumbo, es difícil de creer que su militancia activa se inclinara por dar la razón a los judíos cuando, en realidad, se la quita a los británicos y a la situación que dejaron con su ya famosa y legendaria actitud del lavado de manos ante cualquier coyuntura de naturaleza incómoda.
Atendiendo a los hechos puramente cinematográficos, tal vez haya una cierta confusión en el seguimiento del argumento si no se está muy versado en los hechos históricos de la creación del estado de Israel, pero el film es impecable, con una dirección precisa y cerrada de Preminger, sobria hasta la perfección que descolla con una singular brillantez en las corcheas escritas para su banda sonora por Ernest Gold en el mejor trabajo de su carrera. Aparte de todo eso, el elenco que suma sus nombres a los créditos es de un envidiable arte con nombres que incluyen a Paul Newman, Eva Marie Saint, Ralph Richardson, Peter Lawford, Sal Mineo, Lee J. Cobb, John Derek, Gregory Ratoff (más conocido como director que por sus ocasionales apariciones como actor), Hugh Griffith y un ilustre secundario como David Opatoshu que, ciertamente, sobresale en su rol de uno de los partidarios de la facción más violenta que luchaba por la independencia de Israel.
Es posible que lo que les interesaba sobremanera tanto a Preminger como a Trumbo de esta película sea cómo un pueblo se gana su derecho a ser independiente atendiendo a unos privilegios históricos, a una lucha eterna, a una maldición bíblica que les condena a estar en un permanente estado de conflicto y cómo, aún así, consiguen todo aquello que se proponen, a menudo con medios muy reprochables. Debería hacernos reflexionar sobre algunos valores y, sobre todo, sobre cómo se puede vencer cuando el mundo entero se ha puesto en contra intentando regar la tierra de sangre judía.

jueves, 14 de junio de 2012

EL ÁLAMO (1960), de John Wayne

Por azares de la vida, da la casualidad de que esta es la película que más veces me ha tocado comentar. Tengo ocho artículos dedicados a ella y éste no tiene por qué ser necesariamente el mejor. En todo caso, va dedicado a todos aquellos que se fortificarán conmigo esta tarde a las 19,30 en la Librería Ocho y Medio (c/Martín de los Heros, 11) junto a Miguel Rellán y Laura Cristóbal. Luego, por las molestias y por el detalle de venir, se servirá un pequeño aperitivo para agradecérselo a todos. Colgaré fotos del evento junto con la crónica en cuanto disponga de las mismas. Abrazos y besos.
Una apostilla de última hora. Mi antiguo jefe, Miguel Ángel Bolaños, ha tenido el maravilloso detalle de dedicarme una entrada en su blog. Lo aprecio muchísimo porque no es muy normal que alguien que ha sido tu jefe tenga una opinión así de ti. Gracias, Miguel Ángel. Con muchísimo afecto y con la seguridad de que fue un privilegio colaborar contigo.

John Wayne, al dirigir esta película, tomó el aliento que aprendió de John Ford para cantar la gesta de un puñado de hombres que eligieron ir al matadero por una simple cuestión de tiempo. Tanto es así que John Ford fue a visitarle al plató y, asustado por la presencia del director, decidió ponerle a trabajar con una segunda unidad para que rodara alguna secuencia como favor personal y que no se entrometiera en su rodaje. La secuencia que dirige Ford, lírica en la penumbra, es el encuentro entre John Wayne y Lynda Cristal que termina con un beso en la mejilla de ella respondido con una leve sonrisa…Y se convierte en una escena de una profunda belleza, ejemplo perfecto del que era un gran director y la diferencia que le hacía auparse entre los más grandes de la historia.
Por otro lado, comparada con la recientemente comentada La última orden, la película tiene una producción más acabada y se distingue cómo Wayne opta por narrar la historia desde el punto de vista del personaje que él mismo interpreta, Davy Crockett, mientras que en aquella todo estaba enlazado con la mirada de Sterling Hayden que daba vida al hombre del cuchillo, Jim Bowie, aquí notablemente encarnado por Richard Widmark.
Aunque un tanto diletante, se nota en algunas secuencias el aprendizaje del alumno Wayne en los rodajes del maestro Ford. Maneja con considerable soltura los movimientos de masas y las escenas de acción aunque pierde terreno peligrosamente en el plano corto y en el tratamiento enlazado de las relaciones entre personajes (parcela que Ford dominaba con una capacidad de síntesis inigualable así como con detalles que, por sí solos, hablaban y describían sus caracteres y sus pensamientos). En cualquier caso, las hojas verdes del verano se convierten en una melodía inolvidable para acompañar a unas leyendas que, antes de morir, conocieron la amistad y vieron de frente el rostro de la muerte.
De todas formas, no, El Álamo, no es una obra maestra. Es, simplemente, una buena película que exalta los valores heroicos de unos hombres que escribieron la historia de su país con letras de sangre. Y, por supuesto, es notablemente superior a aquella torpeza sobre la guerra del Vietnam que Wayne rodó como director posteriormente con el título de Los boinas verdes.
Que den un paso al frente todos aquellos que quieran quedarse con estos hombres que decidieron cambiar la vida por el coraje y morir como hermanos. El tiempo…El tiempo es la victoria en la derrota….

miércoles, 13 de junio de 2012

LAS CHICAS DE LA SEXTA PLANTA (2011), de Philippe Le Guay

Quisiera agradecer, antes que nada, a las páginas de El Confidencial, de La Gaceta, y de noticias de Terra, la difusión de una entrevista que, a propósito de mí y de mi libro, me realizó la Agencia EFE en el día de ayer. Si queréis verlas, pinchad en los enlaces. Gracias a todos.

Gabachos y Manolos. Ah, esa gran vecindad. Ellos no comprenden la mentalidad española. Esa incomprensible manía por estar en permanente celebración después de veintiocho horas de trabajo seguidas. Españolitos ruidosos, inoportunos, de moral dudosa y limpieza en entredicho. Se van a Francia a trabajar. Claro, son tan incultos que incluso tuvieron la indecencia de marcarse una guerra civil. Son gente sin reglas, sin orden, sin decencia. Pero, en fin, si no hay más remedio que emplear a una española como sirvienta, no quedará más remedio que ser burgueses ¿no?
Y así, un francés aburguesado hasta la médula comienza a ver la humanidad que se desprende de una copla, de una sonrisa, de una dedicación completa a un trabajo que suele estar bien hecho a pesar de la cantidad de horas. Y encima estas españolas no se quejan. Claro que si las vieran… Cuando los señores no están, pasan la aspiradora bailando la canción de moda, cantan mientras planchan, se desmelenan mientras doblan la ropa de cama. Anárquicas por naturaleza. Cotillas por devoción. Así se fueron ellos en mayo de 1808. Perplejos por ser derrocados por un país que se rebeló sin mediar conspiración previa. Increíble. Único. Absolutamente reprochable. No saben organizarse pero, diantre, tienen orgullo estos Manolos.
Fíjense bien, señores. En una modesta portería, de papel pintado hortera y exiguo espacio, se organizan una paella (“paela”) y se lo pasan pipa. Eso denota su falta de clase, de estilo, de elegancia. Su dejadez intrínseca. Eso no lo haría nunca un galo de bien. Ellos van a la ópera, organizan recepciones, nunca pegan gritos en patios de eco comprobado, son verdaderos caballeros que dejan la pasión para los años de juventud, y, por supuesto, son una maravillosa fábrica de liberales de salón que, un día, se echaron a la calle, organizaron la trifulca a De Gaulle y quedaron como la generación más inconformista de jóvenes revolucionarios bajo el mítico nombre del mayo del 68. Eso sí, sujetaban las pancartas con ropa de marca.
No deja de ser curioso que esta película la dirija un francés y se dedique a poner a caldo los usos y costumbres de sus propios compatriotas frente a la alegría de vivir hispana como algo natural y ejemplar, a pesar de que no duda en tachar al pueblo español de pobre, inculto y bastante paleto. Mirada de burgués al que los vecinos le hacen gracia. Y que pretende denunciar el rastro de superioridad basado en suspicacias ancestrales que se han colgado como etiquetas en la definición española. En algo, hay que confesarlo, tienen razón. Pero ellos no son perfectos al sostener su vida en apariencias más vacías que la cáscara de un huevo duro.
A destacar el trabajo de Fabrice Luchini, estupendo en su perplejidad, férreamente humano e insólito en su impavidez, acompañado de Sandrine Kiberlain, aburguesada, aburrida, estúpida, superficial, sin diferencias con el puñado de doncellas españolas a las que dan vida de forma creíble un estupendo elenco de actrices que, por una vez, no hablan susurrando y que llenan de color unas vidas grises, vacías e indiferentes.
Quizá el gran error de la película sea no insistir más en esas pintorescas y divertidas diferencias y decantarse hacia la típica y tópica historia de amor como metáfora dirigida a los franceses con la lección un tanto simple de que basta acercarse un poco a España como para enamorarse perdidamente de ella. Tal vez, aún en tiempos en los que todo va mal, puede que tengan razón. España es un país para enamorarse, de bellezas escondidas bajo el delantal, de encantos dichos a gritos, de miradas indiscretas y orgullos exhibidos. Nuestros adorables vecinos nos quieren. ¿No es para llorar de emoción? Ni los Pirineos son capaces de separarnos. A nuestros brazos y olé, cher amis.

martes, 12 de junio de 2012

INVITACIÓN PARA LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO "EL OJO PRIVADO", de César Bardés


Ahí está la invitación para asistir a la presentación de mi segundo libro, para quien quiera, pueda y le apetezca. Tened por seguro que seréis bienvenidos y que mis invitados estarán encantados de departir, charlar y pasar un buen rato con todos vosotros.
De momento, la Librería Ocho y Medio se ha hecho eco en su página web (pinchad aquí) como también lo hace la página esliteratura.com (pinchad aquí), los extraordinarios compañeros de Paris siempre será nuestro (aquí) y la estupenda Eme Soy que también habla de ello en su blog (aquí). Agradezco sus anuncios y el cariño que ponen para difundir la existencia de la obra.
Si alguien me preguntara cuáles son las virtudes de este libro, tendría que decir que, aparte de su estructura sorprendente, es un libro que se me antoja mejor escrito y más pensado que La imagen en el alma. A petición de una lectora del blog paso a detallaros algunos extractos para que podáis haceros una pequeña idea a pesar de que no soy partidario de desvelar ni una víscera de las tripas de mi obra.

"Hay que asumir los riesgos del oficio. De cualquier esquina oscura puede salir el balazo. Pero él sigue hurgando, preguntando, atando cabos. Está empeñado en encontrar lo que se ha propuesto. Aunque a veces no resulte nada fácil seguir adelante dejando en el suelo a un tipo que decía ser tu amigo y al que acaban de hacer la autopsia con siete ráfagas de metralleta.
- Muchacho, es fácil saber cuándo se va por el buen camino...siempre es cuesta arriba..."

 del "No-prólogo", de Miguel Rellán


"Un crítico de cine no puede ser sólo un mero observador que se dedique a resaltar virtudes y despreciar defectos. Eso lo reduciría a la categoría de un analista de la imagen, un tipo sin muchas agallas que lo único que hace es juzgar el trabajo de los demás sin que nadie le haya dado ese derecho. Incluso hay algunos que creen que, por esa cualidad intrínseca que tácitamente se les ha otorgado, son jefes de opinión y, por tanto, se consideran capacitados para dar palizas en los callejones oscuros de sus columnas, intimidar con sus credenciales e influir, con la verdad como arma de coacción, en la opinión de todo el resto de los mortales".


"Busqué a De Niro. El sabía mucho de olisquear en la basura porque durante mucho tiempo estuvo conduciendo un taxi por las calles de Nueva York, viendo la mugre que surgía de la oscuridad llena de luces y de la degeneración llena de asfalto. Era un tipo raro pero con mucho talento. Sabía decir las cosas aunque era lacónico. Parecía que había que arrancarle las palabras con un taxímetro que cobraba por sílabas. Era admirable. Era silencio."


"Un charlatán que sólo decía palabras bonitas me sacó de mi ensimismamiento. Que si Dios, que si el amor, que si lo divino... Yo no estaba para tonterías y, sinceramente, me hubiese gustado prender fuego a sus palabras, para que aprendiera a no desviar destinos ni a entretener a ojos privados que no dejan de buscar. El amor es la estrella de la mañana y de la tarde...qué bien lo decía, pero no, no me iba a dejar embaucar."


Esto es parte de lo que "El ojo privado" contiene. Con cariño y con muchas dosis de amor por el cine y por descubrir qué es lo que se halla detrás de las películas. Con letras como balas, con palabras como pistolas.
Os espero.

viernes, 8 de junio de 2012

JUMBO, LA SENSACIÓN DEL CIRCO (1962), de Charles Walters

Dedicada a mi hijo Javier, porque cada día es una sonrisa, una aventura, una enseñanza, un chiste y una complicidad. Sé feliz, chaval. Yo procuraré ser el elefante que te haga reír y te dé seguridad.

El principal atractivo de esta película es que detrás de las cámaras, como responsable de toda la coreografía circense, está Busby Berkeley en su última colaboración con el cine. El geómetra del musical volvió a dar una lección de cómo diseñar un espectáculo que quiso revitalizar un género que en 1962, año de su realización, estaba cambiando radicalmente de la mano de unos cuantos gamberros callejeros que nos contaban West side story. Tal vez por eso la película no tuvo demasiado éxito. Procedente de un acontecimiento teatral en Broadway, tenía todos los ingredientes del musical más clásico pero los gustos del público habían cambiado. Ya no querían ver la típica trama de circo hundiéndose con un elefante que tiene talento y a un infiltrado por la competencia para terminar de una vez por todas con los saltimbanquis incómodos. A pesar de todo, la película quiso ser un homenaje a la risa y a la alegría del circo, al espectáculo por excelencia, al colorido de las risas de unos niños que no pueden dejar de gritar cuando los animales saltan a la pista. Entre medias, Berkeley diseñó unos números coreográficos matemáticos, perfectos, impolutos y maravillosos. Y, por supuesto, un cómico llamado Jimmy Durante pone la sonrisa con su enorme narizota cada vez que aparece en escena.
Lo malo de todo ello es que, queriendo hacer un musical a la vieja usanza, lo que salió fue una comedia algo extravagante, con ese sempiterno toque de tristeza que parece que se mueve entre las bambalinas circenses. Eso sí, hay canciones que se quedan en la memoria como Why can´t I? cantada a dúo entre Doris Day y Martha Raye y que queda como un ejemplo de armonización de voces de estilos diferentes y ternuras parecidas.
El corazón se mantiene cálido durante toda la historia. El elefante conquista. La chica encanta. El tipo es algo envarado. El cómico es divertido. El coreógrafo es genial. El anacronismo es evidente. El cansancio del género es inevitable. Y, al final, ese género que nos hizo soñar, bailar, ser optimistas y crear un mundo de fantasía de eterno final feliz echaba el cierre para hacernos bajar a la tierra y seguir cantando, sí, pero con mucha amargura de trasfondo.
No deja de ser una historia algo ingenua aunque hay mucho entretenimiento en sus fotogramas y es fácil, muy fácil de disfrutar. Las orquestaciones son espectaculares y la magia de la despedida está muy presente. No es aquella de El mayor espectáculo del mundo que Cecil B. de Mille dirigió con ansias de grandeza. Es un último homenaje al mundo del circo con actores sólidos, con vigor en la dirección de Charles Walters y con una música ciertamente apreciable. Fue un considerable esfuerzo que quedó antiguo. Y todo lo antiguo tiene su aquél. No sería nada extraño que, al apagar el televisor, silbaran una melodía algo pasada de moda como si fuera un acto reflejo, algo que se hace sin pensar. Y es que las luces y los colores del circo tienen algo hipnótico.

jueves, 7 de junio de 2012

LA SOMBRA DE LOS OTROS (2010), de Mans Marlind y Bjorn Stein

Dedicado a Ray Bradbury, que me transportó a realidades paralelas, siempre de la mano de la fantasía a través de "Crónicas marcianas", "El hombre ilustrado" y "Fahrenheit 451" y también realizó al lado de John Huston el guión de "Moby Dick". Ya emprendiste el viaje, maestro. Ya habrás llegado al paraíso artificial que un día soñaste.

La vida, a veces, golpea demasiado fuerte como para que todo vuelva a estar en orden. El tiempo solo consigue que el dolor, la pena y la rabia se atenúen y queden en estado de duermevela, como si fueran una presencia constante, latente y torturante. Las personas ya no vuelven a ser las mismas porque, en ellas, hay sombras de la felicidad que un día poseyeron. La cruz de creer se vuelve más, mucho más pesada. La desgracia es la mejor vacuna contra la fe. Y, sin embargo, esa fe tal vez sea un último refugio, un último consuelo sin imágenes, sin corporeidad, sin más respuesta que el silencio que siempre devuelve la nada.
Y una psiquiatra que lo ha perdido todo y que intenta, con paciencia y lágrimas, volver a reconstruir su vida, ladrillo a ladrillo, tiene que enfrentarse al sórdido mundo de los asesinos en serie que exhiben trastornos de personalidad múltiple que, históricamente, han sido muy mal expresados. De pronto, alguien especial aparece. Alguien que no tiene los síntomas normales. Alguien que se deforma para volver a ser otro. Alguien que ya murió.
En ese mundo de crueldad mental infinita, la manipulación de un padre que intenta ayudar y mantener el interés de su hija, se transforma también en una traición, en una desconfianza insalvable. Las oraciones caen al vacío y la desesperación parece apoderarse de los que ya no tienen razones para creer y han elegido ignorar a Dios. Las historias ancestrales aparecen, los poderes sobrenaturales despuntan, el crimen místico es la misma expresión del ateísmo. Retorcimiento de ánimo. Cuentas sin ajustar con la odiosa humanidad...
Lástima que, de una premisa que se antoja endiabladamente interesante, esta película se pierda por culpa de un intérprete que no deja de ser rematadamente mediocre como Jonathan Rhys-Meyers, falto de recursos para interpretar tantos papeles aunque, en algún momento, llega a exhibir una apreciable pátina de ambigüedad. Pero hay más culpables. Detalles de guión que se antojan absurdos como el encuentro de una llave en la calle que abre una puerta cerrada a cal y canto, o que las razones de toda la maldición sean más confusas que una tos rellena de barro. En sí, la cinta está bien dirigida, con sobriedad, con una virtud que la hace más inquietante que el resto de las películas de su género y es la falta de precipitación. Los tiempos están muy bien medidos y la cámara parece seguir con pasos silenciosos los avatares de esta doctora que resulta, como siempre, eficazmente encarnada bajo el difícil rostro de Julianne Moore. Por lo demás, también hay pequeños giros argumentalmente interesantes que se vuelven ligeramente repetitivos hacia el final y llevan a la inevitable conclusión de que, si hubiera habido más trabajo pensando en los porqués, ahora estaríamos menos pendientes de los cómos.
Así pues, como resultado de un exhaustivo análisis científico, podemos afirmar con toda seguridad de que estamos ante una de esas películas que se centran en la grandeza y en la venganza que se toma el amor de Dios. La sangre se acelera en determinados momentos en los que los espíritus del misterio y de la intriga parecen cobrar un cierto protagonismo pero todo es débil en su concepción y famélico en su desarrollo. Hay convicción detrás de las cámaras pero eso no basta para realizar una parábola sobre un mundo que, además de muchas otras crisis, también padece la de la fe. Y así, tenemos el caldo de cultivo ideal para un montón de ideas atrasadas que no convencen a los que dejan de elegir. El asesinato sin razones, la barbarie sin motivos, la falta de confianza en nada que merezca la pena...esas son también las razones del agnosticismo. De esta forma, como sin quererlo, en un susurro, vamos perdiendo la cruz y el camino. Y somos peregrinos del olvido, del desprecio y del fanatismo. 

miércoles, 6 de junio de 2012

CUATRO GÁNGSTERS DE CHICAGO (1964), de Gordon Douglas

No hay que dejarse engañar. (¿No he empezado recientemente otro artículo con estas mismas palabras? Bah, imaginaciones mías). No cabe duda de que el título de esta película invita a pensar en trajes a rayas, coches negros con guardabarros gigantescos, tableteos de ametralladoras Thompson cual traca de feria y sombreros de ala ancha escondiendo aviesas intenciones en miradas de codicia. Bajo este título lo que se esconde realmente es la historia de Robin Hood sólo que trasladada a los años de la prohibición. No en vano su título original es Robin and the seven hoods, algo así como Robin y las siete capuchas y lo que se ve es a Frank Sinatra haciendo del inmortal bandido inglés, a Dean Martin agarrando a su estilo el papel del Pequeño Juan, a Sammy Davis Jr., cantando las alabanzas del hombre que robaba a los ricos para dárselo a los pobres como Will Scarlett y a Bing Crosby en el inefable y divertido papel de Fray Tuck.
Así que en lugar de estar ante una película, estamos ante una reunión de amigos que se lo pasaron en grande haciéndola, tal y como el clan Sinatra solía intentar de vez en cuando para tener una excusa para correrse unas buenas juergas, pillar unas monumentales borracheras y gastar bromas a mansalva. Detrás de las cámaras, cogieron a otro amiguete como Gordon Douglas que, aunque sabía lo que era rodar una película, se plegaba a los deseos de Sinatra, señor y dueño de todo lo que ocurre en pantalla, y se limitaba a rodar sin mucho más trabajo por añadidura. El resultado, sin discusión, es una película divertida, que se deja ver con agrado y hasta con media sonrisa y, por supuesto, su valor cinematográfico inexcusable es la canción My kind of town que Sinatra convirtió en un clásico habitual de su repertorio.
En la película hay canciones, buen rollo, apariciones especiales (no se pierdan la estupenda y muy breve visita de Edward G. Robinson, todo un clásico del cine de gángsters) y aunque cinematográficamente no tenga demasiado valor, siempre es una fiesta ver a este puñado de amigos improvisando algunos diálogos, intercambiando miradas de complicidad, pasándoselo bien y, a la vez, poniendo sus nombres para hacer una buena taquilla. Pero, al fin y al cabo, eso no es tan reprochable cuando hoy por hoy se está haciendo una y mil veces la misma jugada.
Dejemos las espadas envainadas y encendamos los puros habanos. El ambiente nos va a invadir en casa porque un puñado de tipos sabían dar el ídem en el viejo Oeste, o en los fonduchos de los bajos fondos de Chicago. No hay duelos a espada y es más un musical que una película de aventuras porque, más o menos, esta película está mas cercana en espíritu a la maravillosa Ellos y ellas, de Joseph L. Mankiewicz, que a la también extraordinaria Uno de los nuestros, de Martin Scorsese. Pongámonos los trajes con chaleco, el sombrero de ala ancha y disfrutemos, eso sí, de la inmensa clase que tenían estos caballeros. Qué importa que lo hicieran para divertirse. Lo que importa es que era puro gozo verles a ellos aunque fuera saltando a la pata coja.

martes, 5 de junio de 2012

EL OJO PRIVADO (2012), de César Bardés



Con fecha del lunes, día 4 de junio, se ha lanzado mi segundo libro con el título de El ojo privado. Editado bajo el sello de Quadrivium, en esta ocasión me decido a realizar un repaso a ciento treinta y dos películas de la historia del cine, de todo tipo, clase y condición mientras un investigador intenta encontrar respuestas en todas ellas.
Más allá que un simple libro donde se enumeran una serie de críticas, más o menos acertadas, sobre distintos títulos, hay que destacar la originalísima estructura del libro (y no es porque lo haya escrito yo), a caballo entre el ensayo y la ficción, que hace que se sitúe como una obra singular de muy difícil comparación. El libro, además, contiene un entusiasta No-prólogo firmado por el actor Miguel Rellán.
Quizá, entre sus páginas podamos encontrar y concluir que el cine es deudor de la literatura que, además, ha cedido algunos de sus medios expresivos para dar como resultado un noviazgo que siempre depara nuevos códigos, nuevas fronteras y cada espectador, más allá de la búsqueda de un mero entretenimiento, consigue articular un deseo inconsciente de leer un texto que se ofrece en imágenes.
En algún rincón de este libro, llego a decir que  “cada película que se ve es una lección de cine” y que el cine suplica, a su vez, la asistencia de un público que debe prestar su complicidad a la historia que se cuenta, yendo un poco más allá en su mirada, profundizando un poco más en su pensamiento.

“Encendí un cigarrillo con la esperanza de no encontrarme la vida a la vuelta de la esquina. Naturalmente, lo que me encontré fue un cine”

Así comienza la búsqueda de algo que cada espectador debe procurar. Así comienza este segundo libro, que ha nacido con más dificultades de las previstas y que se presentará el próximo día 14 de junio a las 19,30 horas en la Librería Ocho y Medio (calle Martín de los Heros, 11) con la asistencia de la periodista Laura Cristóbal (que ha acudido en mi ayuda después de varias deserciones) y del prologuista, actor y gran amigo Miguel Rellán.

viernes, 1 de junio de 2012

MANSIONES VERDES (1959), de Mel Ferrer

Seamos sinceros. Aunque es un placer ver en escena a alguien del encanto y la dulzura de la gran Audrey Hepburn, Mansiones verdes no fue más que un torpe intento de su, por entonces, marido, Mel Ferrer por controlar la carrera de su hechizante esposa. La historia de amor que surge entre un venezolano que se refugia en la selva del Amazonas para huir de su pasado político y que se encuentra con una “chica-pájaro” en estado salvaje, huérfana y criada por la Naturaleza para vivir una aventura de búsqueda, amor y violencia, resulta floja, inadecuada, anticuada y un poco delirante.
El amor verdadero en el bosque de la lluvia fue, realmente, un filón que intentó encontrar el ínclito Ferrer a raíz del inusitado éxito teatral que resultó ser Ondine y que es una historia que guarda un lejano parecido con ésta. No por casualidad la protagonista de esa obra fue también Audrey Hepburn y fue un título que la llevó por medio mundo de representación en representación. Y hay que alabar, más que el fracaso de Ferrer, la osadía de la actriz que trató de hacer algo en el cine totalmente diferente de lo que había hecho hasta el momento. Y alrededor de ella está Anthony Perkins, bastante acertado en su papel, o Sessue Hayakawa, el recordado Coronel Saito de El puente sobre el río Kwai, liderando a una tribu de cazadores de cabezas en medio de la jungla, mansiones verdes para una pasión que, por imposible, se quedó en algo tan fallido como fracasado; y sobre todo, ese pedazo de actor que era Lee J. Cobb, abuelo de la protagonista y que, incluso sobreactuando, se convierte en uno de los centros de principal atracción.
Tampoco cabe ninguna duda de que algo de encanto kitsch tiene todo el asunto. Su estilo bizarro, casi cercano al cómic, convierten el cuento de inocencia y civilización en algo aislado y remoto, en una isla del cine a la que muy pocos han llegado en calma. Y lo cierto es que todo parte de una novela que resulta casi inadaptable al cine. Aún así, concediéndole valores que sin duda tiene y que radican, sobre todo y ante todo, en la toma de riesgo por parte de todos los que intervinieron en ella, puede que podamos sumergirnos con cierta dificultad en ese espacio de color imaginativo y fantástico que nos brinda el panorama, acompañados por la más dulce de las mujeres que pisaron nunca una pantalla de cine.
Eso sí, el escenario es simplemente maravilloso, espléndidamente fotografiado, paraíso que crece bajo los mismos pies de los protagonistas y que es testigo de una historia de amor que hace vibrar la hoja que da frondosidad al paisaje imposible, el de una mujer que hace tiempo que no está entre el común de los mortales.
Ninfa que corre bajo las sombras del atardecer en la jungla, silencio de belleza apenas esbozado en el espacio de los sueños, etérea visión de cristal roto por la luz que penetra en las rendijas de la espesura, inocencia exhibida ante la ambición que siempre despierta una lujuria que nunca fue merecida…Audrey…Audrey… ¿es que ella no despierta por sí sola todas las ganas del mundo por ver esta película?