lunes, 25 de junio de 2012

ENCUENTRO EN PARÍS (1964), de Richard Quine

La FNAC ha tenido la amabilidad de incluir "El ojo privado" en su catálogo de venta por internet. Lo podéis consultar aquí.

Dedicado a Juan Luis Galiardo, hombre de voz impresionante que, en cierta ocasión, allá por 1990 coincidí con él en una cafetería de Madrid. Yo iba con una chica y allí le esperaba el también añorado Juanjo Menéndez. De pronto, con su chorro vocal, Galiardo entró en la cafetería y bramó: "Acabo de ver a Al Pacino en El padrino III y después de eso acabo de decidir que me voy a retirar de la actuación. Frente a él no hay nada que hacer". La cafetería no estaba muy llena y arrancó carcajadas con su forma de decirlo. En todo caso, gracias por tantos personajes inolvidables y por arrastrar todas y cada una de las palabras que envolvían nuestra fascinación. Un saludo, Juan Luis. Sigue actuando donde estés. Así la eternidad también tendrá voz.

Las ganas de volver a reunir a la pareja protagonista de la maravillosa Sabrina fueron las razones más importantes para hacer esta película. Además era una ocasión única para que William Holden y Audrey Hepburn se vieran de nuevo después de haber sostenido un romance que para Audrey fue decepcionante y para William fue insuficiente. El caso es que la idea no estaba mal y se escogió a un director altamente cualificado como Richard Quine para poner orden en el empeño. Pero el invento, sin salir del todo mal, no estuvo a la altura de las expectativas. Y es que el punto de partida es sumamente atractivo pues todo está construido en función del arte de escribir guiones para películas y de cómo la falta de inspiración es precisamente la mejor historia. Luego, el desarrollo se pierde en lo que es un desfile de estrellas de aparición breve que, sin embargo, no esconde el maravilloso encanto que desprende la pareja protagonista, encanto de hombre y mujer que se convierten en protagonistas de una ciudad de torre y arco.
Y es que, en el fondo, esta película es un dulce que se prueba por primera vez. Oscila entre el aliento fresco y la sonrisa intrascendente de un chiste divertido. Si uno se sumerge entre sus fotogramas, caerá irremediablemente enamorado nadando entre dulzuras, diversiones y encantos decadentes sin dejar de tener la sensación de que es una comedia sin demasiadas pretensiones, muy ligera y suavemente agradable, con química pero sin física y de obligada visión para todos aquellos a los que un día les gustaría poner sus ideas en letra y sus pensamientos en papel.
Lo cierto es que la película se basa en fórmulas sobradamente reconocidas, de resultado contrastado y que otorga al conjunto una orografía irregular con mucho estilo. Pero ello, lejos de ser un defecto, también puede ser tomado como una rara virtud. Al fin y al cabo, el protagonista trata de escribir también el guión de una película que se basa en fórmulas sobradamente reconocidas y que es demasiado pequeña para ser ideada en una ciudad tan inspiradora lo cual une, de manera misteriosa, el fondo con la forma de la historia. Otra cosa es que el equilibrio llegue a ser perfecto aunque le falte poco para ello a pesar de los nombres que encabezan el reparto.
Así que entre el sinsentido, la sonrisa, el riesgo, la autoindulgencia y el didactismo que desprende todo el entramado, ustedes elijan con qué se quedan. Yo, sin lugar a dudas, me quedo con la chica y con el chico porque ellos son mucho más que París. Son la luz y la mirada de una historia romántica que quiere ser simpática y que resulta ser más simpática que romántica con algún que otro toque cínico sobre la conquista y el ser conquistado. Diferencias irreconciliables entre un hombre y una mujer que encajan igual que la palabra en un guión. Una metáfora absurda si quieren pero si uno encuentra a una belleza de cristal en París, es muy difícil no caer en el absurdo de beber el vino sin tocar la copa.

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