jueves, 27 de septiembre de 2012

A ROMA CON AMOR (2012), de Woody Allen

Por una vez, las calles parecen jardines que salvan las calzadas con puentes de un verde cálido. Los adoquines abrazan los pasos, acogiéndolos con el suave resonar de la comodidad. Las historias saltan de acera en acera, buscando pensamientos en los que cobijarse. Los desconchones de las esquinas son testigos de encuentros que parecen hijos de la suerte, casualidades de la verdad, nostalgias en grado agudo que hacen que deletreemos al revés el nombre de la ciudad que es antigüedad, que es caos y es pérdida, que es locura y es sonrisa, que es parodia y levedad, que es la intrascendencia de la anécdota llevada a la imaginación de unas cuantas verdades. Roma. Amor. Todo es según se mire.
En una esquina, alrededor de una partitura, tenemos a un hombre que se niega a permanecer inactivo y que siente nostalgia de sentirse en el remolino del arte. Es capaz de despreciar a las turbulencias aunque sus ideas sean pura inestabilidad. Roma le agarra con fuerza con sus calles atestadas de arias y recitativos. La música es la insistencia de la razón. Es la lógica de su devenir. Y más vale quedar como un imbécil que no quedar como nada.
En el centro, tenemos a una pareja de recién casados. Ingenua ella, amante de las apariencias, él. Y Roma, con sus callejas intrincadas y sus explicaciones imposibles consiguen extraviar sus planes. Por el camino, parece erguirse de fondo la sombra de Billy Wilder y su Bésame, tonto con aquella jugada de intercambiar papeles entre esposa y ramera. Eso sí, la complaciente farándula de una ciudad que parece posar a cada fotograma tendrá su protagonismo pasado por el tamiz de lo ridículo.
En el fondo, un estudiante de arquitectura se encapricha de una chica con menos atractivo que una salsa de tomate empapada en vino. La lluvia acaricia sus sentidos y los dos o tres tópicos sobre la cultura son moneda de intercambio que aparece machacada por la voz de la conciencia de un ídolo que solo quiere inundarse de nostalgia y recordar la ingenuidad de su juventud, los errores evidentes de la pasión juvenil y, de paso, la insoportable vanidad de la nada disfrazada de algo.
En primer plano, un individuo normal y corriente comienza a ser famoso. No ha hecho nada para serlo pero, mira, parece que las cámaras no tienen otro lugar hacia el que apuntar. La reflexión de la fama pasa por considerarla una prostituta que hoy se empeña en estar contigo pero que, mañana cruzará la acera, se fijará en otro y se marchará con él. Pero la fama es molesta, es la conversación interrumpida, es la pregunta estúpida, es el acoso continuo, es el espectáculo de la intimidad. Cuando se va, el alivio asoma la cabeza y, eso sí, no se puede perder la sensación de que ha dejado un rastro demasiado adictivo, demasiado verdadero, demasiado leve y, sin embargo, demasiado importante para algunos individuos que, en realidad, son el capullo de la esquina.
Y así Roma muestra algunos de sus encantos. La ciudad se desnuda, se exhibe, se tapa, se esconde, se vende y se guarda. Al fin y al cabo, las historias abundan, las motos petardean, las simpatías proliferan, los monumentos esperan. Hay mucho de Woody Allen en ella aunque, a la salida, quede una leve pisada de liviandad, de algo que no pasa de ser meramente anecdótico pero irremediablemente divertido. No importa. Es como disfrutar de un paseo por algunos de los lugares por los que deambulaste en una noche agradable cogido de la mano de alguien. Es como disfrutar de una suave bebida en una terraza en la que, por una vez, no se mira a la ciudad sino que la ciudad te mira a ti. Es como darse una ducha mientras uno canta a pleno pulmón con el aplauso del agua en los azulejos. Es vencer a la seriedad mientras te pierdes en el laberinto de calles y de vidas. Es abandonarse a un caso evidente de nostalgia gravis. 

3 comentarios:

dexter dijo...

La defines muy bien como una película liviana, ligera, episódica, nunca mejor dicho, casi intrascendente. Es un divertimento de esos que tanto le gustan a Woody de vez en cuando. No deja demasiado poso ni tiene demasiadas pretensiones lo cual en su caso es una virtud porque aparte de que no deja mucho margen a la crítica despiadada hará que al cabo de unos años la recordemos con agrado (para mí las pelis menores de Woody son como el vino - en este caso sería un lambrusco; sales con la sensación de haber visto un trabajo menor pero con el tiempo ganan en tu recuerdo).

Aquí quedará pues el concepto de la película como homenaje a los comediantes italianos y a la estructura de films de sketchs. Divertida, más de sonrisa que de carcajada pues hay gags que quizá se alarguen un poco hasta el infinito y más allá. No aporta nada nuevo, pero lo mejor es que ya lo sabíamos, así que me quedo con la sensación de paseo agradable.

Abrazos bajo la ducha

Carpet dijo...

Bueno, bueno...aun no la he visto y las expectativas eran bajas tras el aluvión de críticas (en el peor sentido de la palabra) recopilado.
Sin embargo, tu artículo de hoy, demasiado a menudo tu artículo supera el film que comenta, me ha dado un impulso. Pensé dejarla correr, disfrutarla o dormirla en la tele según me llegara, pero ahora me ha cargado de estímulos. Una historia de historietas, cargamentos de tópicos, postales entretenidas...quizá nos ea más que eso, pero tal vez no sea poco.

Cuando conocí Roma, hubo más de un moemto en que sentí que nosotros (mi chica y yo) no mirabamos la ciudad, sino que la ciudad nos miraba a nosotros (Qué gran metáfora, amigo). Varios momentos en que Roma se volvió del reves y cambió sus mayusculas. Si Woody consigue que rememore aquello merecerá la pena.

Abrazos sin vespa.

(Hoy, para mi, has estado muy grande)

César Bardés dijo...

Como bien dices, Dex, es una película sin demasiadas pretensiones pero, como tantas veces hemos comentado, es que su vocación es esa y no hay nada que reprochar. Es cierto que tengo la sensación de que esta película ganará con el tiempo, más que nada porque tiene una buena dosis de desenfado y de desenfado elegante, lo cual no es muy corriente. Por supuesto, Allen quiere rendir homenaje a aquellas películas de Germi, de Sica (me acuerdo de "Ayer, hoy y mañana") o Comencini en la que ponían varios ejemplos de la cotidianeidad italiana con un tema de fondo (sin olvidar el "Que viva Italia" de Ettore Scola) lo que pasa es que Allen, consciente de lo que quiere hacer, le quita el trasfondo social que imperaba en la mayoría de ellas. No aporta nada nuevo, cierto, pero qué agradable es un paseo cuando cae la tarde en Roma.
Bueno, Carpet. Tu elogio de hoy tiene más valor del que imaginas. Más que nada porque sospecho que te sale de las tripas, una de esas cosas que tienes que decir o revientas y eso llega a emocionar.
Yo creo que puedes ir a verla sin miedo. Sin pretensiones. Como se va a ver a un buen amigo que está en Roma. Yo pasé un buen rato con buena compañía al lado.
Abrazos afontanados.