martes, 2 de octubre de 2012

SIMBAD Y EL OJO DEL TIGRE (1977), de Sam Wanamaker

Si hay algún protagonista de verdad en esta película, no se cansen en buscarlo. No aparece. Se trata de Ray Harryhausen y es el hombre que está detrás de todas las criaturas y de todos los efectos especiales que salen en ella. La realización de Sam Wanamaker no es nada del otro jueves porque lo verdaderamente espectacular es el trabajo de Harryhausen (¿recuerdan? Es el nombre del restaurante que visitan Sully y Mike en la genial Monstruos S.A.), sin ayuda de ordenadores ni nada parecido. Las criaturas que él imaginaba eran reales, tenían que ser movidas fotograma a fotograma y luego ser encajadas en la acción real de la película. Un trabajo de chinos que combinaba la creación con la artesanía. El resultado es espectacular porque en un solo movimiento de esas criaturas había más imaginación que en cientos de píxeles de muchísimas películas de hoy en día.
Lo cierto es que, con ese técnico histórico detrás de la magia que exhala toda la cinta, hay una historia cautivadora para los niños que merecen verla. Hay que explicarles cómo se hizo, el tremendo trabajo que supuso y meterles en un mundo de fantasía en el que tienen que aportar algo de su parte. Su imaginación hará el resto porque se establecerá una corriente de complicidad con el arte de Harryhausen. Más que nada porque el argumento es más brillante que cualquiera de las cosas que han visto hasta ahora. Y si en algún lugar de su filmoteca doméstica se hallan Jasón y los argonautas y Furia de titanes, no lo duden. Con paciencia y buena guía, los niños seguirán siendo esos espectadores exigentes y fascinantes que lo que piden a gritos es entretenimiento del bueno, aunque consuman del malo. Eso no tiene nada que ver.
Los efectos especiales, no nos confundamos, no son espectaculares, ni perfectos. Son los muñecos con los que todo niño desearía jugar, más que nada porque son reales, son de verdad, son monstruos y no infografías. Y eso es nuevo para ellos. Porque hay que tener corazón para ver esta película de aventuras. Y de eso los niños tienen más que de sobra. Véanla con ellos. Para los mayores anda por ahí un Patrick Wayne de lo más atractivo, una Jane Seymour de lo más insinuante y una Taryn Power (hija de Tyrone) que es pura belleza. Aparte de todo eso, sentirán una cierta nostalgia viéndola porque es la película que usted vio cuando tenía la edad de sus hijos. Es una de esas cosas que no tiene precio.
Hay que abrir la mente y, deteniéndose por un instante, disfrutar. No tomarse demasiado en serio una historia que nació para mentes jóvenes que queremos madurar con insana rapidez. Hay que verla. Hay que divertirse. Con los niños. Como si fueran una familia. Ya saben a qué me refiero. Sin darse cuenta, luego sentirán un placer culpable porque se han regocijado con una película hecha para sus hijos. Luego se juntarán con otra pareja de amigos y se reirán de lo mala que era para demostrar que son adultos. Pero dentro de ustedes, en algún rincón de su alma de niños, no podrán mentir. Ray Harryhausen andará por allí con sus criaturas.

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