jueves, 22 de noviembre de 2012

EN LA MENTE DEL ASESINO (2012), de Rob Cohen

El dolor dice mucho sobre las personas. Es la llave que abre todos los secretos. Es la respuesta al acertijo de la sabiduría. Es el límite al que se puede llegar cuando todo parece oscurecerse. Es el paso anterior a la nada. Es la seguridad absoluta de estar vivo aunque la muerte golpee con toda su violencia. Es el final de las ilusiones, de los planes, de la luz del día siguiente, de la resistencia. Es la exteriorización de la pena, sea cual sea su origen. Es el todo a punto de convertirse en trizas. Es lo más fascinante de ser observado. Es la intimidad puesta a prueba.
Un asesino anda suelto. Es duro como el pedernal. Su mirada está ausente de vida porque hay demasiado dolor instalado. Por eso matar es tan fácil para él como para otros ponerse un abrigo. La piedad es una palabra desconocida. La verdad es un instrumento más para que su trazo de crimen y angustia sea terrible. Destrozar es su lema. Hundir es el objetivo.
Al otro lado de la acera, un grupo de policías intenta detenerlo. Uno de ellos es el mítico Alex Cross, aquel policía-forense-psicólogo que interpretó de forma magistral Morgan Freeman en sus casos de El coleccionista de amantes y La hora de la araña, películas mediocres con actor excelso. Sabe mirar donde nadie mira. Incluso en el interior de las mentes. Pero la felicidad es el lado más débil de los héroes. Cuando todo va bien, la visión parece que se torna más leve, más intrascendente. Se desea que lo grave sea disminuido. Se quiere respirar un poco sin adentrarse en el cerebro retorcido y maligno de un hombre que todo lo arrasa, que todo desprecia, que todo esconde.
Así se forma un combate de inteligencias en el escenario de una ciudad que parece en pleno proceso de desmontaje, con las esquinas mordidas por el uso, con las piedras que siempre dicen algo silenciadas por el yeso aniquilador del frío y de la locura. Una iglesia es un cuadrilátero. Un teatro es un aparcamiento. Un metro de superficie es una atalaya. Un médico es un policía. Un asesino es un recadero.
Aciertos y errores se reparten por igual en esta investigación que no llega a desvelar nada de lo que promete su título. La dirección de Rob Cohen es tan torpe en algunas secuencias que dan ganas de quitarle la cámara de las manos y estrellársela contra la calva. Hay personajes burdos. Hay situaciones mal resueltas. Pero también hay un personaje apasionante como el del policía-galeno (interpretado aceptablemente por Tyler Perry) y por el trazo musculoso, durísimo y, a ratos, absorbente, del psicópata encarnado con eficacia por Matthew Fox. La trama no nos lleva por los caminos del gozo porque, al fin y al cabo, el malo es universal, ese malo que a todos nos coge por la cartera y que sin gritar ni salir del despacho te quita lo que más quieres y no hay ni una visita a la negrura que merece el asunto salvo en la piel de muchos personajes.
En el curso de esta caza sin cuartel que se emprende contra una bestia en libertad, hay referencias nada veladas a Seven, de David Fincher; a un puñado de tópicos vistos en mil películas que se quedan depositadas con urgencia en el olvido; a algún que otro error de reparto como el de Jean Reno, visiblemente incómodo cada vez que aparece. La historia empieza mal, como la peor de las aventuras de Van Damme y, poco a poco, va adquiriendo un cierto interés, con elementos que siempre funcionan, pudiendo ser el descifrado apasionante de una mente enferma de sangre que se queda en un mero apunte al carboncillo, hecho con oficio en algunos tramos, que provoca, de vez en cuando, alguna ceja arqueada, como una señal de sorpresa y de incredulidad que acaba aceptando todo lo que ocurre. Más que nada porque es un caso virado hacia una venganza y entramos en el resbaladizo entorno de la justicia sin ley. Como queriendo imitar a Picasso teniendo solo un folio y un lápiz. 

2 comentarios:

Carpet dijo...

¿Sabes lo que pasa con este tipo de películas de psicopata listo y peligroso y detective listisimo?

Que es muy dificil dar algo nuevo. El otro día al hilo del post de Mr. Tibbs relacionamos algunos detectives de los 70, 80 y 90. Es cierto que la sombra de "Seven" es alargada y que son guiones que a poco que estén construido con algo de esmero pueden funcionar como un entretenimiento más que pasable. Pero ocurre un poco como pasó tras "La mano que mece la cuna" de Curtis Hanson, empezaron a abundar las películas basadas en el supuesto amigo o persona que se gana tu confianza y se convierte en todo un peligro para ti y los tuyos. Pocos films basados en esa premisa merecen ser recordados y han acabado acaparando telefilmes de sobremesa.

Los detectives post-Seven son un caso similar, Alex Cross-Freeman era uno de los mejores, basado sobre todo en la personalidad del actor, una prolongación del Somerset de la peli de Fincher. Pero esté argumento reutilizado con bastante poco acierto en cine, ha pasado también a Televisión, pero no en forma de telefilme sino en serie y así : "Mentes criminales" ( en la época de Mandy Patinkin o en la de Joe Mantegna ), "C.S.I." (sobre todo Las Vegas), "Sin rastro", etc. han robado toda la capacidad de sorpresa ante la posibilidad de una nueva adapatción con las mismas premisas.

Pedir pues a Rob Cohen, que ya hizó la peor de las tres películas de "La momia", la tercera, tan carente de gracia, de ritmo y de sentido narrativo, que hacían parecer a las dos primeras como películas de alto nivel. Además es el autor de "XXX" a mayor gloria del imposible Vin Diesel y que era menos que nada....En fin, lo más destacable de este señor sería "Dragonheart" que tenía una muy bonita historia y que no llegaba a más porque estba contada de manera muy mecánica. Lo dicho, sin sorpresas.

Abrazos con mensaje cifrado.

César Bardés dijo...

No puedo por menos que darte la razón en todo lo que apuntas, Carpet. Todo está vista y además, está realizado sin demasiado talento. La pena de todo esto es que sí, hay algo ahí que merecería la pena si hubiese habido otro llevando los mandos. El malo malísimo tiene su aquél aunque le falta algo de profundidad para poder comprender mejor todo lo que le mueve y cómo le mueve. Ese diseño de malo malísimo que sí que tuvo a bien Fincher y (sigo diciendo que el guión es el gran acierto de "Seven") Andrew Kevin Walker y, por supuesto, con la magistral encarnación de Kevin Spacey, sutil hasta que era capaz de remover las entrañas con solo un movimiento de ojos. Si a Alex Cross le quitas la gran personalidad de Freeman y pones a un actor más joven (la película juega a ser una precuela de las de Freeman), aún siendo un tío aceptable, la cosa se queda en nada. Hasta ese punto llegaba la atracción por el personaje. Ya te digo que hay algún acierto, sobre todo en la localización de escenarios porque Detroit, que es donde ocurre el temita, aparece como desmontada, como cayéndose a pedazos y eso entronca, de hecho, con la trama y proporciona un escenario muy curioso y muy a propósito para todo lo que ocurre. Pero nada está hecho con profundidad, no se cree demasiado el asunto y tiene un fallo que es fundamental. Al principio, en el arranque, la película parece una cosita de Van Damme que tira para atrás. Será un arranque muy original y todo lo que tú quieras, pero no es creíble, no es bueno y hace que al espectador le cueste el doble entrar en lo que se cuenta.
Abrazos con corderos al fondo.