miércoles, 28 de noviembre de 2012

SOLO EN LA NOCHE (1946), de Joseph L. Mankiewicz

Estás solo en la oscuridad. Tan solo que no hay luz. Tan oscuro que no hay compañía. Abre los ojos y verás que no eres nadie. Tu pasado es un misterio. Tu futuro es una incógnita. Tu presente ni siquiera existe. El recuerdo es un sueño. El sueño es un velo que se interpone en la identidad. No sabes quién eres. Y lo peor de todo es que tienes miedo de saberlo. Así empieza todo. Cuando ya ha terminado.
Una nota en una cartera, una cartera en una consigna. Frío acero con gatillo. Hay que buscar a un culpable. Y el culpable, amigo, eres tú. Búscate a ti mismo si tienes valor. Descubre lo que fuiste. Tal vez ahí, en donde no llega ni una brizna de memoria, hallarás a un tipo sin alma. Qué más da. Ahora casi eres un alma sin tipo. Quizá la guerra te hizo algo mejor. Porque no sientes atisbo de maldad en el interior. Un poco de ira, puede ser. Pero es lógico teniendo en cuenta que ni siquiera te acuerdas de tu nombre. No dejan de pasar cosas cuando no sabes de dónde vienes. Y, en realidad, tampoco sabes a dónde vas. Te dejas zarandear en los muelles, en los callejones e, incluso, un poco en el corazón. Sí, una chica. En qué momento. Así por las buenas. Cuando no sabes lo que eres, una chica se fija en ti. Los amigos no lo son tanto. Los nuevos amigos lo son aún menos. Los amores no merecen ni ser nombrados. Las irritantes galletitas de la suerte de un chino pueden ser tan premonitorias como embusteras. El equívoco te sobrevuela, amigo. Una palabra de más y delatarás que no te acuerdas de nada. Una de menos y ya no tendrás que recordar porque los muertos no tienen memoria.
La ciudad mira a través de esas farolas blancas de fría humedad. Ellas no dejan ver otras luces que se encienden. Una maleta olvidada puede ser la respuesta que no quieres conocer. Solo los buenos detectives pueden encontrar a las personas desaparecidas. Y los policías llevan siempre el sombrero puesto para poder desenfundar el arma cómodamente. Es un mundo muy sucio, amigo. El sombrero en la cabeza es un mal síntoma. Y puede que no te deje ver mucho más allá de la línea de sombra que se yergue en tu mente como algo insalvable. El misterio atenaza. La negrura sobrevive. El agua empapa demasiado. Y la chica te sigue mirando.
Es lo que tiene cuando se es personaje de una película de Joe Mankiewicz. Que muchos te miran y que construir una historia bajo distintos puntos de vista puede llevar a saber lo que fue tu vida anterior y lo que va a ser tu existencia futura. Al fin y al cabo, dos millones de dólares devuelven el recuerdo a cualquiera. Incluso a los maleantes. Vaya tipo el tal Mankiewicz. Sabía de cine desde el principio. Sabía atarte a la butaca desde el comienzo. Con él sí que estabas solo en la noche ¿eh? No dejes que el ruido de los disparos te distraiga. El blanco y negro es tan fascinante que a veces uno se mira la mano y no recuerda quién es.

2 comentarios:

Carpet dijo...

Ves tu. Aquí, amigo de la pluma en la sobaquera, se nota que eres un experto en la busqueda de la dama esquiva. En las letras que escribes se distingue su perfume, no puedes disimular que has estado en su compañia, tu galanteria de caballero te llevar a desmentirlo buscando preservar la honorabilidad de una mujer que toca a todo aquel que se atreva a mirarla. A algunos solo nos lanza besos de lejos, pero otros como tu, envidiado amigo, habeís gozado de su piel y sus caricias, y os ha dejado impronta en el ADN y las huellas digitales en lo que hacéis.
Ella es así, se reproduce por esporas y cuando yace con alguno le impregna para que surjan nuevos brotes en todo lo que toquen.
Maestro, este post es un nuevo regalo que rezuma emoción.

Abrazos que admiran.

César Bardés dijo...

Pues gracias por estos maravillosos regalos que me hacéis. No solo hoy, Carpet, sino cada vez que tenéis ganas de echar un vistazo a lo que he escrito y cada vez que tenéis ganas de escribir algo sobre la película. Te doy las gracias con la dama esquiva a mi lado. Sonríe detrás de su velo de redecilla y de su sombrero ancho y me susurra al oído que hay mucho de ella en lo que acabas de escribir. Así que a ti un abrazo, un abrazo de ella.