martes, 29 de enero de 2013

EL EXPRESO DE CHICAGO (1976), de Arthur Hiller

El tren se desliza por las vías como una bala imparable. Su destino es su meta. Tiene que llegar a Chicago cueste lo que cueste. Por mucho que en su interior pululen maleantes, traficantes, agentes del F.B.I, chicas por las que uno se dejaría tirar del convoy en marcha, editores entrometidos o tías a las que les guste ponerse un perfume vomitivo. Luego habrá caídas del tren, rateros ingeniosos, revisores despistados, situaciones incómodas y un matón con mandíbula de acero que más parece una locomotora que un sicario. Es lo que tienen los viajes largos. Que puede pasar por cualquier cosa.
Maldito Rembrandt. Por culpa de unas cartas suyas dejando bien claro cuáles son sus obras se arma todo este embrollo. Se me olvidaba. También hay caídas del tren. O sea, que echan a gente. Sí. ¡Qué hijos de perra! Pero la ventaja del tren es que, como hace paradas, siempre se puede volver a subir aunque sea con un pie en el estribo y un freno desconectado. El caso es que los tiros vuelan, la aventura se sucede cual vagón tras otro, se produce el romance (ya lo he dicho, la chica está como para dejarse tirar porque, más que guapa, es atractiva, tiene encanto, y, además, le encanta la jardinería) y el malo…madre mía, qué tío más malo. Es malo con ganas. Es tan malo que a uno le gustaría estamparle esos cigarrillos tan finos en mitad de la cara. Pero no. Es un malo muy fino. Así que su crueldad, claro, es refinada. Las vías son interminables y la maldad también. Rembrandt…hijo de perra…
Arthur Hiller dirigió esta película con un buen pulso, sujetando los habituales excesos de Gene Wilder y haciendo de Richard Pryor un tipo aguantable. Más que nada porque sale poco y eso propicia que, quizá, sea la mejor película que hiciera esa pareja casual. Jill Clayburgh le pone categoría a la seducción y Patrick McGoohan siempre es ese tipo cuya cara esconde más secretos de los que se pueden intuir. La acción, a veces absurda, es trepidante, entretenida, fiable. Hay situaciones resueltas con un humor aparentemente lógico pero que esconden un surrealismo más que aceptable. Y es lo que tiene ser tirado del tren, que los hijos de perra proliferan a cada milla recorrida. Y este tren no parece que vaya a parar. Ni siquiera con la música de fondo del siempre suave y siempre oportuno Henry Mancini.
Así que agárrense al compartimiento. El champagne correrá y las insinuaciones son evidentes, con lo cual no son tan insinuantes. Ya lo dice un agente de seguros que viaja en el tren: “Esto es un prostíbulo sobre ruedas”. Por eso mismo hay tantos hijos de perra dentro. Tanto es así que, al final, cuando todo ha pasado, hasta la misma locomotora parece que esboza un gesto de burla, una risa sarcástica por un viaje que ha sido aventura, seducción, humoradas y buen rato. ¿Se puede conjugar todo eso y salir airoso?

6 comentarios:

Carpet dijo...

Ya comenté en su día aquello de que es una de las pelis que tengo en mi recuerdo como de las pocas que fui a ver con mis padres (otra de ellas es "El coloso en llamas") y que tiene un punto de nostalgia que vence los defectos y la convierte en bastante emblematica.

En todo caso es una más de trenes, género al lado de las de las de aviones y road movies que pertenece a uno superior de "ine de viajes" en los que uno se puede encontrar casi cualquier cosa. Sin embargo, los trenes, por aquelllo de los limites cerrados de los vagones que le dan un cierto aire claustrofóbico combinado con un pasar del tiempo pausado (a diferencia de los aviones), tienen un tempo caracteristico que les da un caracter especial. Yo recuerdo de esta cierta idea, en clave comedia no demasiado gruesa (nada que ver con otras uniones Pryor-Wilder, de infaustos recuerdos), tipo hitchcockiana, un ensamble divertido sin pretenciones entre "Alarma en el expreso" y "Con la muerte en los talones", el guión bastante trabajado y huyendo de la tonteria facil convertía a la película en un divertimento con bastantes más dosis de acción de la que uno podía pertender a simple vista.


En fin, una comedia de los 70 que no tiene que ver nada con las actuales....¿hablamos de "El lado bueno de las cosas" para comparar?

Abrazos a toda maquina.

César Bardés dijo...

El recuerdo que tengo yo de ella es de haber ido al Cine Gran Vía con mi hermano mientras mis padres se metían a ver una "de mayores" para celebrar algo, probablemente su aniversario.
Es cierto que es una comedia con defectos, ligeramente trasnochada en su estética, pero que funciona muy bien en su mezcla de comedia, de acción y de suspense. Casi no es gruesa (aunque tiene algún momentillo) y, además, esos pequeñísimos instantes en los que se puede calificar así se ven compensados por otros que podríamos llamar de "alta comedia". Es muy afinada esa definición que das con una mezcolanza entre "Alarma en el expreso" y "Con la muerte en los talones" con una sonrisa que no se cae de la boca en todo el camino.
No, no tiene nada que ver con las actuales. Qué ganas tienes de comentar "El lado bueno de las cosas" ¿eh? La vemos el jueves, no te preocupes, pero si quieres adelantar algo, el blog es tuyo.
Abrazos con silbato.

Dexter dijo...

Ah pero, ¿era una comedia?

Abrazos despistados

César Bardés dijo...

¿Qué creías que era? ¿Un documental sobre la red ferroviaria interestatal? O te refieres a "El lado bueno de las cosas", pillín?
Abrazos expectantes.

Carpet dijo...

No, no, el blog es tuyo...yo como los espectadores del mus me callo y doy tabaco. Hasta que me dejan repartir cartas, claro.

Hablemos el jueves, que quizá haya visiones encontradas...o no.

Abrazos sin freno

César Bardés dijo...

El blog es nuestro, querido Carpet. Yo solo propongo el tema diario. Ya os he dicho varias veces que es muy visitado y que, en buena parte, es debido también a los comentarios que hacéis.
Voy para escalera.
Tal vez, tal vez haya visiones encontradas. Y a lo mejor sea el principio de un gran debate.
Abrazos ansiosos.