miércoles, 27 de febrero de 2013

EL ATLAS DE LAS NUBES (2012), de Tom Twyker, Andy Wachowski y Lana Wachowski

Quisiera dedicar este artículo a María Asquerino, mujer, pero ante todo, actriz. Tuve la fortuna de verla, ya hace unos cuantos años, interpretando a Leonor de Aquitania en "El león en invierno" junto a Agustín González en el Teatro Infanta Isabel. Y con ella sentí la fuerza que tenía dentro, su furia femenina, su capacidad para hacer frente a todo y a todos. Gracias por aquellos momentos, María. Ojalá fuésemos inmortales, seguro que tú no podrías cambiar.

Un viejo mira las estrellas antes de contar una leyenda porque sabe que las personas también somos constelaciones de cuya luz dependen muchas otras. En una vida podremos haber sido un planeta pequeñito, sin mucha importancia. En otra quizá fuimos pura maldad flotando en el universo. Aún en otra pudimos ser polvo cósmico que llevó vientos de libertad. En otra más, tal vez, destacamos por la bondad de nuestra luz haciendo que el sistema de asteroides que nos rodeaba fuera un poco más feliz, o tuviera acceso a algo tan simple como la vida, o fuera un intento despreciable de esa necedad que se llama libertad.
Porque a través de los tiempos, del pasado, del presente y del futuro, siempre habrá alguien que luche por alcanzar esa libertad y también siempre habrá alguien que se empeñe en quitárnosla, en ejercer desde su pedestal de poder toda la crueldad implícita que conlleva arrebatarle la libertad a los demás, a los que están en el ámbito de su mando. Y lo normal es que ellos, los malvados, los que sienten que solo ejerciendo el poder pueden vivir en su propia libertad, sean los que ganen. Invariablemente. El resto de los mortales solo podemos infligir pequeñas derrotas con el único consuelo de que esas derrotas, por muy insignificantes que sean, les duelen mucho más a ellos que a nosotros la aniquilación de nuestros derechos. Así es como nacen los mitos, las leyendas, las verdaderas intenciones, los fracasos triunfales, las victorias de un espíritu que ha perdurado a través de las eras, de los mares, de la edades modernas, de los holocaustos, de la música escrita en las partituras, del mapa del cielo que, ignorantes, no sabemos descifrar.
A veces, nuestro papel no pasará de ser el de un simple extra que otorga multitud. En ocasiones, será el de una deformidad no demasiado clara de nosotros mismos porque, en la reencarnación, no todo puede ser exactamente igual. La rebelión es algo inherente al ser humano. No importa en qué época se practique. El instinto de hacer que lo injusto cambie con el esfuerzo de todos es solo patrimonio de la fantasía pero vale la pena intentarlo una y otra vez. Sin descanso. Sin más premio que unas cuantas cicatrices en la piel y en el alma. Sin otro objetivo que encontrar la paz alrededor de un fuego, alimentando imaginaciones de niños que aún se preguntan qué es lo que puede pasar mañana.
Y así, poco a poco, se va trazando el mapa de esas constelaciones que dependen unas de otras y que se graban en la piel de unos pocos elegidos que tratan de cambiar, de ver una estrella más, de conseguir un pedazo de libertad que, por derecho propio, nos pertenece. Puede ser en un barco en alta mar, con el veneno como capitán y con la piedad como antídoto. O en una mansión donde la música no es la que se compone, sino la que se ha vivido. O en una lucha en el último tercio del siglo XX donde la amenaza nuclear estaba ahí y aún no se ha podido erradicar. O en un impensable juego de espejos y reflejos de la tercera edad para narrar la increíble historia de una segunda oportunidad en brazos de una piel que es la auténtica constelación que te ha guiado a través de los años. O en un futuro superpoblado y en trance de desaparición donde la pieza más insignificante de la sociedad decide ser la clave de una rebelión condenada al infierno. O en un futuro más impensable pero más intuido, donde el Apocalipsis ha hecho su aparición y la ley del más fuerte es el único orden de la supervivencia. Quizá hay un orden natural de las cosas, puesto ahí por un Ser Supremo y nosotros no debemos tocar determinadas piezas. También puede que el orden natural se trastoque en el deseo natural de dominación, tan primario como el de cualquier fiera, y entonces todo sea un invento del demonio que no es más que el hombre jugando a ser conciencia de susurro maldito. El atlas de las nubes guarda interrogantes para quien quiera escudriñar las raíces de su lucha particular y las ramas de lo que el futuro hará de nosotros. Solo hay que saber mirar.

TIRAD SOBRE EL PIANISTA (1960), de François Truffaut

Por encima de las teclas hay demasiada vida desparramada. La ilusión se quedó en las negras y el amor, quizá, en las blancas. La partitura está muy enrevesada como para poder descifrarla así que el último refugio tiene que ser una tasca, un bar de mala muerte donde el tiempo parece que se detiene y muere. La melodía barata, el baile frenético y apretujado para excitar aún más los sentidos. Cada canción es una huida hacia delante. Cada chica que entra no es más que un rostro más que quiere combatir la próxima hora con un poco de música intrascendente. Y así debe ser la vida, intrascendente, inútil, efímera y nada.
Un hermano que está en negocios sucios y entonces todo se distorsiona. El pasado vuelve para recordar quién se es. El blanco y negro se vuelve cada vez más blanco y la coda final ya es en medio de la nieve. Una segunda oportunidad perdida. Otra nota desafinada en una vida que ya no tiene valor. Atrás queda el movimiento oportuno que hace soñar, la seguridad de estar haciendo algo que realmente merecía la pena. La calle parecía terminar mientras el campo era un terreno de promesas. Nada importa salvo la derrota. Si hay algún compás que tenga sentido, se perdió hace mucho, mucho tiempo. En algún lugar entre la fama y la vida.
La visita al cine negro de François Truffaut fue tan mágica que puso un cartel encima del piano diciendo Tirad sobre el pianista y nos dejó a solas con él, en un periplo por las oscuridades del alma mientras se resolvía un feo asunto. Así era él. Un tipo que nos decía que la vida podía ser una vida en negro con todas las pasiones de fondo. Bastaba con unir los elementos con la naturalidad de una tonta tonadilla, algo animada, algo dispersa pero con la seguridad de que la creación del momento era algo irrepetible y nada mundano. Para ello contó con la inestimable ayuda de Charles Aznavour, amargo y decidido, con el fondo de una novela de David Goodis y ya está. Así de fácil. Así de repentino. La vida en negro. La pasión al fondo. Y música. Y dolor. Y una sonrisa. Y una chica. Y un hermano. Y un viaje de ida para recuperar la vuelta para acabar en el mismo sitio y con más amargura. Ésa es el verdadero destino de los vencidos.
No basta con amar, hay que morir. El sacrificio está sobre las teclas del piano. La sangre mancilla la nieve. El tiempo sigue en su lento discurrir. Todo alrededor muere. Igual que la música cuando se llega al final. Igual que una caricia al final de la mejilla. Lo mismo que una herida que desemboca en la muerte. Es hora de subirse el cuello de la gabardina y dejar que el pasado y el presente se alíen y engullan al destino porque ya no habrá mañana. Tiren sobre el pianista, señores, porque ya no tiene nada que perder. Y tampoco posee notas para tocar. Y menos aún motivos para seguir tocando. Es un inútil que ya ha muerto un par de veces.

martes, 26 de febrero de 2013

TUMBA ABIERTA (1994), de Danny Boyle

El aburrimiento fabrica muchos imbéciles. Gente que no es que quiera alquilar una de las habitaciones de su casa, no, sino que quiere reírse de los incautos que se acercan por allí con la pretensión de encontrar un sitio donde vivir. Así, bajo la óptica de un trío de estúpidos afortunados con profesiones liberales, se suceden los mentecatos, los ingenuos, los arrogantes, los modernos y los que, increíblemente, aún pueden ser más aburridos. Hasta que llega uno que tiene una cierta aura de fascinación. Y ya no son tres, son cuatro. Pero es que el tipo en cuestión es peor aún. Más que nada porque tiene la mala costumbre de quedarse muerto por una sobredosis. Lo malo es su equipaje. Sí, porque en su maleta no es que haya ropa, útiles de aseo y alguna que otra extravagancia. Lo que hay en ese cuadrado con asa es un montón de dinero. Más del que se puede llegar a imaginar.
Y es entonces cuando el aburrimiento deja paso al verdadero rostro de la naturaleza humana. Hay que deshacerse del cadáver de la forma más brutal para no dejar huellas. Las suspicacias comienzan a aparecer en esa convivencia aparentemente perfecta. Y los amigos se van pasando lentamente al lado oscuro de la avaricia y de la muerte. Quizá es que, de tanta brutalidad, aparece la personalidad escondida, reprimida y ahogada. O, tal vez, el egoísmo en la peor forma posible. Incluso la crueldad mental se manifiesta como una inquilina más en ese piso aseado con altillo. Luego ya vienen los problemas, los espionajes indiscretos y algo morbosos, los diálogos interrumpidos porque se tiene miedo a decir más de lo que se debe. Los amigos ya no son tan amigos. Sobre todo porque, al ir descubriendo sus facetas más turbias, la desconfianza es la primera invitada para dar paso, más tarde, a la inquina, a la soberbia, a la violencia y a la victoria pasada por sangre. El piso, de personas independientes y triunfadoras, se convierte en la guarida de fracasos y vigilancias. La tumba se abre, pero no para ir sembrando el campo de cadáveres, sino para dejar atrás a los competidores de una felicidad que se antoja muy cercana con un buen fajo de billetes al alcance de la mano y de la ambición.
Fieras enjauladas en su propia selva, seres observados con el microscopio que traspasa los interiores para mostrar la parte más despreciable del ser humano son los personajes que maneja Danny Boyle en la que, probablemente, sea la mejor película que haya hecho nunca. Porque hurga en suciedades que acompañan a todos. Porque nos da la certeza de que, al otro lado del quicio de la puerta, siempre puede haber alguien que te abra la cabeza con una sonrisa puesta. Porque la obsesión por ejercer el poder dentro de cuatro paredes es uno de los verdaderos problemas de las personas que, externamente, son prisioneras del éxito y aún así arrastran la misma derrota que el resto del mundo. Por muy modernos, muy graciositos y muy inconscientemente aburridos que sean.

viernes, 22 de febrero de 2013

LA TRAMA (2012), de Allen Hughes

Un detective privado tiene un punto de ruptura en la vida. Trabajaba en la policía y le falló el corazón. Pudo más su piedad que la justicia y ajustó cuentas cuando tenía que haberlas saldado con arreglo a la ley. Tal vez tuviera razón, o puede que no. El caso es que cogió su arma, su placa y decidió que solo podía dedicarse a lo único que sabía hacer. Siete años después, unos cobradores bien trajeados y con disfraces de políticos vienen a recordarle que aquello estuvo mal y que toda vista gorda tiene un precio detrás de un aparente caso de infidelidades. Ya se sabe. Política traicionera. Política de mentiras.
Aparente inicio de prometedoras sensaciones, que se decanta con claridad por el cine negro pero que también tiene un punto de ruptura cuando el guión se decide a entrar por laberintos que a nadie importan. No es lógico que una historia que está muy bien armada se autodestruya cuando las cámaras indagan en la vida privada del protagonista (hierático y falto de recursos Mark Wahlberg) yendo hacia un callejón sin salida que se presenta como una desviación inútil de la calle principal. En ella está, con una sonrisa cínica y un tono notable, Russell Crowe, y detrás de los dos, una prescindible Catherine Zeta-Jones que aparece algo desmejorada aunque aún brilla por su belleza. Los mejores momentos de la película son los que se reserva el detective privado con su fiel secretaria y ayudante (muy parecida a aquella Effie que hacía lo que fuera por su jefe, Sam Spade, en la legendaria El halcón maltés, de John Huston), interpretada por Alona Tal e insoportable se aparece ese candidato a alcalde que encarna Barry Pepper, mitad niño bonito, mitad histrión incapaz de poner una cara normal para que el público se identifique con sus tribulaciones. Lo cierto es que Allen Hughes, uno de los hermanos Hughes que dirigieron con singular acierto El libro de Eli, no acierta ni con la cámara porque la sitúa un palmo más cerca de lo debido y renuncia a la sobriedad con una de las persecuciones de coches peor filmadas de la historia y que tampoco tiene ninguna trascendencia en todo lo que se cuenta. La película está al borde de la tomadura de pelo y eso no es su peor pecado. Sí lo es que tenga el esqueleto necesario para hacer una más que aceptable película negra y se quede en una candidata perfecta a película blanca sin destino ni beneficio.
Todo se debe a que no es fácil adentrarse en los rincones del pesimismo y manejar los tópicos con una cierta habilidad. Al igual que un investigador privado puede hacer gala de los sentimientos que le asaltan en su interior pero nunca realizar una exhibición con ellos. La mujer fatal no se hace atractiva más que por su fachada exterior, el político es odioso porque es lo que toca y porque es imposible encontrar a uno honesto, el bueno es un palo de madera con una máscara de carne y la película solo brilla en determinados momentos que se van diluyendo según avanza la trama. Tal vez por eso se titula así. Porque no la hay. Porque esconder todas las motivaciones en las trampas de la clase dirigente es demasiado fácil por mucho que haya que enredar el entuerto. Ni siquiera hay diálogos agudos (salvo en los momentos comentados con la secretaria, dichos muy de pasada y con una rapidez que apenas da tiempo a asimilarlos) y entonces ya llega un momento en que al espectador le da igual lo que pase, cómo pase y empieza a pasar. Nadie se cree que la corrupción moral lleve a un sacrificio para limpiar errores. Y mucho menos cuando se da a entender que el fallo criminal que se imputa al investigador privado fue, cuando menos, justo. Seguro que un político se justifica mucho mejor ¿verdad? Solo hace falta situarle unos cuantos puntos por debajo de sus rivales en las encuestas y entonces tendremos la mejor cara, la sonrisa, la canallesca propia de su oficio (no olvidemos que la mayoría son abogados) y presentar lo que es simple delito en un beneficio óptimo para toda la sociedad a la que representa. Muy fácil.

jueves, 21 de febrero de 2013

UN PLAN PERFECTO (2012), de Michael Hoffman

A menudo el arte es ese objeto de ventajas añadidas que representan parcelas de poder, verdaderos escaparates de la vanidad que acompaña la posesión de la obra maestra. Hay poco sitio para la minúscula obra admirada que se adquiere con sacrificios. Lo que vale es la presunción acompañada de una buena dosis de arrogancia enmarcada en un desprecio tan hiriente como inútil. Y las venganzas tienen que ser planeadas hasta el último detalle. Más que nada porque el incauto millonario no se tiene que dar cuenta de la buena porción de billetes y belleza que ha perdido de la forma más humillante.
Pero en la mayoría de las ocasiones los planes nunca salen como están previstos. Quizá la chica que tiene que servir de gancho no tenga tanta clase, o tal vez haya competidores innobles que pretenden usurpar puestos a base de tonta palabrería, o incluso se pueden perder unos pantalones de la forma más ridícula y mantener la dignidad cual Cary Grant con gafas. Hay múltiples desviaciones del plan original. Tantas que es posible que el tipo que lo ha urdido todo no tenga tanta clase como se imagina y más bien sea un torpe redomado que huele desde lejos a carne de fracaso.
Las apariencias suelen ser una traición anunciada. La realidad se erige como una coartada que esconde las verdaderas intenciones y entonces el juego de vanidades comienza a girar con vertiginosa facilidad. Por otro lado, contraponer la consabida elegancia inglesa a la alocada informalidad americana siempre ha sido un juego atractivo pero, a su vez, también puede llegar a ser el disfraz de los perdedores. Todo se confabula en una farsa que tiene mucho de verdad y también alguna que otra mentira. Pero...¿qué más da? Siempre habrá la posibilidad de salvar el problema con el arma infalible del ingenio.
No bastarán las trampas con leones dentro o la inminente ruina que se deriva del asunto para echar atrás al héroe que decide cuáles son las pinturas adecuadas para los poderosos. Tampoco una mujer le hará cambiar de opinión. Llevará adelante su plan a pesar de los obstáculos y de las desviaciones. Bastará con poner un anzuelo en forma de obra de arte ansiada y el pez picará llevado a medias por la lujuria y a cuartos por agarrar lo que cree que le pertenece.
Todo se lleva con un extremo estilo en esta película. La dirección de Michael Hoffman es sobria y precisa, la interpretación de Colin Firth es una delicia y una demostración de la capacidad de reírse de sí mismo pareciendo el hombre más atractivo, y el conjunto revela una inteligencia que ni siquiera se intuía en el original de Ronald Neame interpretado por Michael Caine y Shirley McLaine con el título de Ladrona por amor. El rato es bueno, el guión de los hermanos Coen es brillante, el lujo abunda y los ladrones merodean por doquier. La película, al fin y al cabo, acaba robando un buen trato al tiempo mientras se dan pinceladas de comedia de enredo, de comedia loca, de comedia romántica, de comedia de intriga y de comedia aguda. Adivinen cuál es la auténtica.
El resto es un rato de disfrute, de saber que los poderosos también pueden ser vulnerables, de reconocer la genuina verdad entre un buen montón de engaños, de pensar que la inteligencia también es un objeto de arte, de creer que la intimidad, en el fondo, es un chiste de dudoso gusto. Eso es mucho en una historia que no pretende ir más allá y, en su territorio, coquetea peligrosamente con la excelencia. Reserven una habitación y tiren la casa por la ventana. Asegúrense de que sus conversaciones no tengan un doble sentido. Y sobre todo, hagan bien su trabajo. Sobre todo porque siempre puede venir un advenedizo que les confunda y les dé gato por pintura. Con firma incluida.

miércoles, 20 de febrero de 2013

MAGIC (1978), de Richard Attenborough

El éxito difícil. El éxito huidizo. El éxito caprichoso. El éxito humillante. El éxito amante. El éxito traidor. Siempre el éxito. Maldito. No puede conformarse con un simple mago que hace juegos de cartas de una simpleza extraordinaria y que son fruto del trabajo de muchos años. No. Necesita ir acompañado de la diversión. Un mago sin carisma es como un manjar sin sal. Y él no lo tiene. Así que lo mejor es cogerse un compañero. Un muñeco que haga los chistes mientras él hace los juegos de manos. La gente se ríe con las ocurrencias del muñeco sin darse demasiada cuenta de que el mago también es el muñeco. ¿O es el muñeco el que es el mago? No se puede saber. Tantas luces y tanto éxito pueden llegar a confundir.
Más vale huir. Como hace el éxito cuando quiere. Refugiarse en algún sitio familiar, lejano, escondido en algún lugar de la memoria. La casa de la infancia. Pero no, allí ya no queda nada. Ni siquiera el germen de la genialidad que hace del mago una pura ilusión. Pero aquellas casitas junto al lago…sí, son de aquella chica del instituto, sí, aquella que no le hizo caso cuando él talló un pequeño corazón de madera para decirle que la quería. El muñeco sabe lo que se hace…perdón, el mago sabe lo que se hace.
Allí, entre cenas animadas, recuerdos de viejos tiempos y bromas con el mago…digo, con el muñeco, nacen sentimientos olvidados. Algo parecido al amor. Un amor entre turbiedades inconfesables. El muñeco se enamora de la princesa. El mago, quiero decir. Y el muñeco también. Entonces cuando la realidad vuelve a llamar de nuevo a la puerta, el muñeco no quiere volver porque el estado de la locura es demasiado cómodo. Ahí, en ese trozo de carne que es el mago, el muñeco puede verter todas sus ansiedades, todos los pánicos que siente frente al éxito furtivo y que ahora parece que está ahí, al mismo alcance de la mano. El lago se convierte en el testigo de las frustraciones que se agazapan tras el éxito. El muñeco comienza a sentir que el pasado se le viene encima. Y el mago se convierte en el instrumento de sus chistes. El muñeco decide lo que hay que hacer. Eliminar al pasado. No dejar que la locura huya como el éxito lo ha hecho durante tantos años. El muñeco domina al mago. Y ése es el verdadero truco. Es morir cada vez que abre la boca porque, poco a poco, la marioneta va cortando los hilos. Más vale matar lo que un día hizo acabar con la juventud. Por delante, ya solo quedó el éxito. Nada más. Y el éxito también mata a la vez que muere. Hay muchos que lo intentan y todos tienen que pagar un precio. Vivir la vida de otro, por ejemplo y eso es lo que el muñeco ha hecho. Más allá de sus palancas, de sus trucos, de sus trampas y de sus chantajes, solo se abre un abismo de inseguridades, de terror a perder el éxito perseguido, de no tener nada más allá de un mago que, sin carisma, no podía hacer sus maravillosos juegos de manos. La distracción es el asesinato.

martes, 19 de febrero de 2013

LA CARTA DEL KREMLIN (1970), de John Huston

El Salteador es un hombre frío, sin escrúpulos. Solo hay que ver cómo mira. En sus ojos parece que hay tanta maldad como odio. Algo esconde. Quizás un diablo dentro de sí. O, tal vez, un corazón helado, cansado de tanto ir para allá con secretos y basuras del espionaje. Es exigente, no intenta ganarse la simpatía. Para él solo existe la misión. Tiene el rostro de Dean Jagger. Y no es muy normal que un hombre como él sea la representación perfecta del desprecio. La maldad supura por sus ojos, por sus labios apretados, por sus manos nerviosas. Es el jefe. Es el peor.
El Virgen es un marino con muchas cualidades. Tiene memoria fotográfica, es inteligente, pilla las cosas al vuelo, yendo un poco más allá. Su frialdad es exquisita pero…es solo aparente. Sufre porque tiene que hacer cosas que no quiere hacer. Tiene reparos en utilizar a las personas sin más motivos que lograr un objetivo. Le gusta una chica y ése es su punto débil. Y no dudarán en explotarlo los mismos que le manipulan. Demasiadas obligaciones. Hay que usar la cabeza y usarla bien. Estos tipos no se andan con tonterías. Incluso la prostitución parece una buena idea según ellos. Galones fuera, Patrick O´Neal porque la herida irá por dentro. La corrupción, también.
El Libertino es un tipo con mil caras pero se exhibe bajo los rasgos de Nigel Green. Es brillante en sus respuestas pero algo obsesionado con el dinero. Los burdeles son su territorio porque ya se sabe que ahí es donde se sueltan las confidencias más indiscretas. Un prostíbulo es el lugar donde la lengua se escapa igual que la lujuria. Y, además, resulta incontenible. Unas buenas dosis de cinismo tal vez ayuden a sobrellevar todas las jugadas sucias. Y siempre habrá algo de placer en la violación de los secretos.
El Brujo es un homosexual que sabe tocar el piano y tiene un profundo conocimiento del mundo prohibido. Sabe qué teclas tocar para hacerse atractivo y, además, disfruta con ello. Tiene manías de mujer. Se viste como una mujer de vez en cuando, es capaz de tricotar unos calcetines como un detalle de delicadeza para quien es su confidente y tiene dos cualidades nada ocultas: tiene un sentido del humor muy peculiar y, además, es valiente porque no tiene nada que perder. Peligroso en su mordedura. Curioso en sus maneras. Es George Sanders y nos quedamos con su cara.
El Radiotécnico es una chica bajo los rasgos de Barbara Parkins, pero eso no importa. Lo que importa es que puede abrir una caja fuerte con los pies en menos de tres minutos y medio. Con los pies. Es dulce y aún no acaba de entender esa impenetrabilidad que tienen todos los demás pero se aplica e intenta hacerlo aún mejor. Es el peón sacrificable. Es la moneda de intercambio.
Ward es el hombre sin rostro. Su pelo no es natural. Su cara parece hecha con retales. Sus modales también. Es Richard Boone que pone en juego toda la maldad necesaria para el trabajo detrás de unas maneras amigables. Es el eterno contendiente, el que nunca se rinde, el que hace todo y lo hace bien. De él depende el éxito. Y el fracaso. Y es el encargado de destruir todos los resquicios morales. No hay prisioneros. Solo morir estando vivo.
Kosnov es el enemigo brutal, aquel que no se va a parar en consideraciones, el más temible. Si hay que sacrificar a alguien, pues se hace sin reparo alguno. Es un perdedor y aún no lo sabe. Más que nada porque, a pesar de su brillante historial repleto de crímenes y barbarie, tiene un jefe que sabe darle donde más le duele. Para algo es Max Von Sydow. Para exhibir la congelación total de lo que piensa salvo en una ocasión.
Bresnavitch es el jefe del contraespionaje. Es sutil y diabólicamente inteligente. No deja que nadie destaque si él no da el visto bueno. Ni siquiera en sociedad. Negocia con pocas palabras y es partidario del método más expeditivo. Pero el buen humor es inherente entre los hombres que manejan el poder. Ya lo sabía Orson Welles y por eso lo interpretó. Solo bastan dos miradas para saber lo que ese hombre de dimensiones inmensas está pensando.
John Huston juntó todas estas piezas para buscar una comprometedora carta en la que se sugería una posible colaboración entre Rusia y Estados Unidos. Y es mejor que esas cosas no se sepan antes de que caigan en manos equivocadas. Lo hizo bien el maldito Huston. Lo suficiente como para dejarnos una sensación de que todo se había conseguido porque nadie supo mirar al verdadero objetivo. Huston equívoco. Huston malhechor. Maldito John…

viernes, 15 de febrero de 2013

MAMÁ (2013), de Andy Muschietti

Un espectro vaga por la tierra cuando las heridas del amor están aún abiertas. Quizá la rama de un destino le haya arrebatado un abrazo cuando todavía era alguien o puede que el rencor se fuera alimentando del tiempo cuando se convirtió en algo. Apartarse del mundo es lo más seguro mientras el aislamiento persista. Luego llega el hombre y todo se vuelve marchito, ajado, revestido de los raídos sentimientos de maternidad que nunca llegaron a ser completamente reales ni totalmente ficticios. El amor de una madre es lo más grande pero, tarde o temprano, ese amor deviene en las polillas deseosas de convertir lo confortable en simples agujeros de venganza.
Alrededor de dos niñas se construye un mundo aparte, compuesto de madera, de noches frías de invierno desolador, de recuerdos que se confunden con el crecimiento, de huesos de cerezas que se amontonan con tanta rapidez como se pierde el cariño. De repente, una mujer sin experiencia, ebria de libertad y cuerdas de guitarra, es quien tiene que cuidar de esas niñas. Y así, con simples signos de ternura, con rutinas de tímidas reglas y libertades vigiladas aparece, de improviso, el cariño. Más tarde, la complicidad. Luego ya vienen los lazos irrompibles que aún no han conseguido reemplazar a los apolillados restos de los anteriores.
El espectro juega con un aire anárquico que hechiza a la infancia para alejar la idea de su propia irrealidad. Las niñas bailan por los aires, se hacen novias de la noche y ríen con el infierno lleno de bufonadas y, sin embargo, el miedo está ahí, inamovible, aparente, certero, único, engañoso, servil. La historia está grabada en papeles pintados que parecen romperse en un agujero reservado a roedores de paredes que tratan de destruir hogares solo porque son reales, verdaderos, sentidos y bonitos. No hay lugar para nada hermoso cuando la fealdad se atrinchera en la razón olvidada. El destino es el culpable y no admite quejas ni venganzas.
Manejando con habilidad mecanismos rutinarios de pánico, Andy Muschietti sabe llenar de tensión las miradas sin llegar al terror porque es difícil extraer algo temible del amor de una madre, o quizá de dos. Lo cierto es que, para lograrlo, cuenta con excelentes trabajos de Jessica Chastain y de las niñas Megan Charpentier (mucho ojo con esta niña, dará que hablar) e Isabelle Nelisse, elementos cruciales que saben conjugar la inocencia con la inquietud, la alianza con el otro lado con el deseo de probar algo similar a la normalidad. La cámara tiene más mérito en sus encuadres que en sus efectismos y aunque todo parece desinflarse en un desenlace bienintencionado y lírico, el desarrollo de la película es intrigante a pesar de sus tópicos y de sus consabidos juegos de pánico. Y es que los amores siempre tienen ese lado turbio, casi asesino, que está latente en medio de las invitaciones de las traiciones de la vida. Sustituir un cariño por otro es algo tan ofensivo que ni siquiera las madres están a salvo del afán de la exclusividad. Con razón. Con la ingenuidad como telón de fondo. Con el temor a rehacer una vida cuando la libertad ha hecho, de la voluntad, un juguete para mayores. Las respuestas están en un salto al vacío en alas de la desesperación, en el borde mismo de un cariño que no se puede reemplazar, en la risa divertida de una niña que siente que su amor no se tornará polilla sino mariposa, en la amarra de un batín que es el último asidero para hacer que una vida merezca la pena de ser vivida. El resto son solo golpes propios de la batalla que cualquier mujer emprendería para proteger lo que más quiere. Con tensión pero sin miedo. Con el interminable aullido de la muerte llamando a las almas que ya deberían descansar de su desgracia. Con un beso de buenas noches mientras se arropan las mantas alrededor de quien debe poseer su propia porción de ternura.

jueves, 14 de febrero de 2013

GANGSTER SQUAD (2013), de Ruben Fleischer

Es tiempo de cargar bien las ametralladoras, de dejarse de anclajes personales e ir a por el Diablo. La mirada del mal parece estar medio cerrada por los golpes que la misma ambición propina y, muy a menudo, no se sabe cuándo va a sonar la hora de detenerse. El distintivo se olvida, se convierte en un símbolo sin mucho valor porque, en ocasiones, solo se puede vencer al mal con la misma maldad. Matar es mucho más seguro que acogerse a la ley. La sangre inundará las calles. Es el momento de vaciar el cargador y asegurarse de que ninguna bala dará la victoria al enemigo.
Es muy difícil vencer cuando todo está corrompido, cuando todas y cada una de las cadenas de mando en la lucha contra el crimen organizado están corroídas por los roedores de la ley. Evitar que alguien se haga el dueño de medio país es tarea de unos pocos hombres que no tengan demasiado que perder. Y habrá que perder para poder apostar. El resto es unirse a la comodidad del conformismo, del sobre ganado sin más esfuerzo que apartar la vista, del dinero fácil que cambia ceros por almas. Para esto, señores, se necesitan hombres que no tengan alma.
Convertir a toda una ciudad en un antro de vicio, juego y prostitución es el objetivo y llamar al dinero a espuertas es el premio. Así es cómo se hacen los grandes hombres aunque se tenga menos educación que un perro. No se sabe con qué tenedor comer pero sí se sabe con qué dedo apretar el gatillo y eso, quieras que no, te da algo de poder. El suficiente con el que atemorizar a la gente de la costa Este y dejar bien claro que en la ciudad de Los Ángeles hay un tipo con agallas que quiere acabar con el brillo de las insignias de los guardianes de la ley, con la dignidad de las togas, con las débiles intenciones políticas y, por supuesto, con la honestidad del ciudadano medio que acabará dando parte de su sueldo a un don nadie que no sabe cómo gastarlo.
Atractiva en sus formas, algo plana en algunos de sus desarrollos y personajes y convincente en la interpretación de Josh Brolin, de Ryan Gosling y de Sean Penn, Gangster Squad bebe de Mulholland Falls, de Lee Tamahori, de Los intocables, de Brian de Palma, de El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder e, incluso, de aquella olvidada maravilla que se llamó Contra el imperio del crimen, de William Keighley con James Cagney tomando el liderazgo de un grupo que también luchaba contra la Mafia. El resultado es una película de acabado espectacular, muy cuidada en ambientaciones y vestuarios, que presta una atención aceptable a los personajes principales pero deja sin desarrollar muchos puntos y, de forma conveniente, da un salto narrativo en lo que puede ser más espinoso. Es lo que tiene basarse en personajes que existieron pero creando una historia que no tiene nada de verdad. A veces, la misma narración lleva a un callejón sin salida que más vale volar por los aires.
Y es que acabar con la basura puede llegar a ser realmente árido y difícil si se tienen demasiados escrúpulos a la hora de vaciar el cargador. Tanto es así que, en las mentes políticamente muy correctas, habría que protegerse contra una historia que, realmente, tiene muy poco de democrático. Pero eso tendrá que ser en otra ocasión porque aquí interesa mostrar hasta qué punto puede llegar el compromiso con acabar con la suciedad que sitia a los ciudadanos en las calles, ofreciéndole tentaciones despreciables, buscando exterminar la dignidad. Tal vez haya que dejar la placa en algún lugar bien seguro y llevar la suficiente munición como para que, al menos, haya una resistencia y una voluntad. Si no, otros vendrán que se lo llevarán todo y solo quedará la nada de unas luces en la noche, de una sombra en el ala ancha de un sombrero que apenas se conmueve salvo por la seguridad de que un disparo puede destrozar una vida que aún no ha comenzado a vivir.

miércoles, 13 de febrero de 2013

BOEING BOEING (1965), de John Rich

British Airways. Aquí encontrará un servicio cómodo, con detalles de alta clase aunque algo discutible en el menú. La elegancia es una de las enseñas de la compañía. Bien es verdad que no hay mucho sentido del humor y se exhibe una falta de personalidad un tanto preocupante pero hallará comprensión, facilidades, un poco de té con hielo, y una indudable belleza no muy rotunda pero con cierto estilo, debajo del uniforme. Hay una ternura que solo se da en las islas británicas, distante pero efectiva y, eso sí, un sentido de la obligación que hará las delicias de todos cuantos se acerquen. No se soportan mentiras. Se agradecen los riñones para desayunar. Se desprecia un tanto al servicio. Más que nada porque, como buena corporación inglesa, no se llega a comprender del todo los esfuerzos de los que sirven. Libertad sí, pero controlada. Frialdad un tanto cuestionable pero eso son pequeños defectos que se perdonan con facilidad. Esperamos que disfruten de un vuelo agradable. Gracias por elegir British Airways.
Lufthansa: Servicio de curvas que desafían a la gravedad con decisión y empuje germánico. El Nachtwurst es lo que necesita todo buen cliente para afrontar las estresantes tareas del día con energía y sin vacilación posible. Se ofrecen tranquilizantes que pueden llegar a ser somníferos de efecto inmediato. Se requieren masajistas de manos mágicas para relajar tanta carne. Las toallas son mínimas pero muy sugerentes. El aseo es importantísimo para esta compañía. Duchas, baños, todo lo que usted quiera. La ternura está añadida al servicio pero hay que encontrarla sacando a relucir el instinto maternal. El viaje será trepidante, único, vertiginoso y limpio. No olviden traer su bolsa con el distintivo de la compañía bien visible. Esperamos que disfruten de un vuelo agradable. Gracias por elegir Lufthansa.
Air France: Delicadeza suma pero solo aparente. Por dentro bulle una compañía que quiere las cosas bien hechas, resueltas y poco estúpidas. Quizá no las halle muy a menudo pero lo intenta. Regalamos un beso por cliente. En el menú, un delicioso soufflé, ideal para reponer fuerzas y dar gusto al paladar. Poca carne y un poco de antipatía sabihonda también. No es fácil vivir en París pero lo peor de todo, la ofensa increíble, es que te echen de tu propia habitación porque un forastero tiene los calzoncillos sobre la cama. Estos americanos necesitarían una buena ración de clase teñida de melindres. Esperamos que disfruten de un vuelo agradable. Gracias por elegir Air France.
Berta, organíceme el menú y no me hable más del aumento de sueldo. Usted es la única imprescindible en esta casa. Tanto vuelo no arma más que revuelo. Y usted…cocina tan bien…tiene tanto sentido del humor…es la doncella perfecta para el apartamento perfecto. Y si no ¿cuántos apartamentos conoce usted con tanta sucursal de compañía aérea? Elija destino, elija. Yo mientras tanto anotaré en la agenda todos los horarios no sea que coincidan estas tres grandes compañías. Love, liebe, amour…ah…eso es lo que necesita todo hombre. Viajar y amar a partes iguales sin moverse de su casita. ¿No crees, Robert?
Desde luego, Bernard. Si lo sabré yo que me acabo de mudar a París y quiero llevar la vida que llevan otros…

martes, 12 de febrero de 2013

FORT APACHE (1948), de John Ford

Pocas cosas he visto más tristes y más desoladoras en un cine que el baile de suboficiales de esta película. Esos hombres curtidos, perdedores por naturaleza que agarran respetuosamente del brazo a sus damas y ensayan un desfile bailado cuando al día siguiente van a encontrar la muerte, me desgarran, me dejan a la altura del polvo de sus botas, con un nudo en la garganta, con ganas de tener un alto sentido del deber y de encaminarme hacia el fin con unas banderas ondeando al viento. Por el camino, John Ford me ha mostrado el valor del primer enamoramiento, la solidaridad, la entrañable amistad, la entrega de unos amigos de toda la vida hacia su niño mimado convertido en oficial, la honestidad y el desprecio militar, el error y la victoria en la derrota. Los guerreros siempre vuelven sobre sus huellas para llenar los senderos de una obligación que solo podía morir, sepultada por el paso del tiempo y de las insignias y de los homenajes y de las grandes palabras. Lo que hicieron estuvo mal pero eso no quiere decir que no fueran hombres de una pieza, grandes y únicos, heroicos y también cumplidores, galanes y caballerosos. Quizá hubo que estar allí para apreciar lo que verdaderamente hicieron y el tributo no se hace a los militares sino a los maravillosos seres humanos que habitaron un fuerte allí, en la frontera, al borde mismo de la nada.
Cuando las lágrimas caen sobre la piel del desierto, dejan un surco que es imposible de borrar. Es lo que pasa cuando se ve esta película y se siente la pérdida de unos personajes que nos han estado acompañando con tanto cariño durante dos horas. Las balas zumban, los gritos de los indios clamando venganza por ser engañados resuenan. Termina la proyección y siguen ahí, rondando la cabeza como una interminable rotonda de nativos acosando a los hombres de azul con pañuelo amarillo. Ya no se ven las banderas, solo el rastro que deja la sangre. No todo se puede sacrificar por el afán de la gloria.
En el cielo, parece que se recortan las sombras de jinetes eternos, cantando viejas canciones irlandesas mientras se dirigen hacia alguna misión situada en el horizonte. Las mujeres aguardan, regalándose cobijo unas a otras, consuelo de hombres tornado en belleza. Los sables suenan en los costados de los oficiales, apilando en los rincones viejos rencores de batallas pasadas, desobediencias insolentes o ingenuidades reprochables. Los hombres y mujeres de aquel fuerte no murieron nunca…porque no estaban solos. Estaban en la mejor compañía. Ellas murieron porque su corazón y gran parte de su vida fueron enviados a la masacre. Ellos lo hicieron porque un loco con ansias de salir de allí no supo apreciar que tenía a los mejores a su servicio. La leyenda hizo justicia con ellos, pero también tapó sus errores. Como todos los galopares. Como todas las leyendas.

viernes, 8 de febrero de 2013

EL CUARTETO (2012), de Dustin Hoffman

Vidas que se apagan como los aplausos que disminuyen tras la ovación y que quieren volver a sentir la droga del reconocimiento del público a pesar de la vejez, del olvido y de la vanidad gastada. Chistes verdes para darle un poco de sal a unos años que no tienen futuro con la compañía del amigo como único cobijo. Intentos desesperados para agarrar al pensamiento y no soltarlo, como un aria sostenida en re mayor. Es la última nota, la coda final, el vibrato de una emoción que huye, despavorida ante la aparición de los huesos doblados, de las miradas de vuelta y las arrugas delatoras.
El talento se fue en busca de otros porque, cuando la casa se cae, más vale buscarse una nueva. El miedo a no repetir el éxito se presenta (y es por ello que se nombra repetidamente El barbero de Sevilla, de Rossini, compositor que se retiró de la música porque creyó que nunca podría repetir, y mucho menos superar, el reconocimiento que obtuvo con esa obra) y la desazón de la edad es un acento más en el mal carácter. Pero sin embargo, a pesar de los engreimientos, de las manías y de la resistencia a la ancianidad, aún persiste la luz en todos ellos porque fueron la claridad del espíritu sobre muchos que tuvieron el privilegio de escucharles, fueron las corcheas indicadas para ordenar millones de morales derrotadas que, en sus vibrantes acordes, tuvieron una razón más para seguir. Y eso es amor. Amor por la vida. Amor por el arte. Vivir por el arte. Hacer que el arte sea amor.
No se puede más que arrellanarse bien en la butaca y entornar levemente los ojos para disfrutar de la interpretación de muchos veteranos que llenan con la música la humedad de nuestras miradas con esta película. El tiempo se pasa volando y aunque hay algunos hilos que se mecen al viento, no importa si se mantiene la sabia experiencia y la certeza de que las bellezas de los años jóvenes siguen existiendo en el interior de los que están llegando a la recta final. Es divertido ver a Billy Connolly diciendo procacidades a diestro y siniestro y no tomándose nada demasiado en serio salvo la amistad. Es delicioso admirar a Pauline Collins con su ingenuidad latente y sus idas de olla que inspiran más ternura que compasión. Y sobre todo y ante todo, resulta la nota justa asistir al trabajo de Tom Courtenay con sus miradas sostenidas, sus expresiones armónicas, sus tranquilidades medidas que acompañan a la perfección el arte, la sabiduría y la maravilla de comprobar que Maggie Smith sigue siendo esa actriz que es capaz de pasar del drama a la comedia con la facilidad de quien canta con el tono más certero en el lirismo de la ópera más hermosa. Detrás de las cámaras, el primer trabajo como director de Dustin Hoffman que, sin hacer alardes, se centra en el trabajo interpretativo, dando suelo a sus actores para que ellos construyan la melodía, entrelazando complicidades para que se pueda sentir que el cuarteto fue y sigue siendo la pura fascinación de cuatro intérpretes que aún arrancan una última ovación. Y aún otra más. Y luego otra...
Y es que la edad es el peor enemigo, por muchos arpegios convertidos en gruñidos, por muchas notas desafinadas no solo en la partitura, sino también en la vida. El aplauso, el entusiasmo de la gente, no se puede pagar con nada porque solo así es como se puede vencer al tiempo. Y no importa cuánto transcurra porque siempre quedará ese momento sublime en que, sin saber muy bien cómo, se llegó a disfrazar la realidad como una obra de arte. E, incluso, se pasó por encima de la obra de arte sin saber muy bien que aquello era la realidad. Tanto es así que el amor, incómodo invitado, vuelve para ser un futuro breve pero fulgurante. Para dejar bien claro que todo lo que se hace por amor, no importa quién sea el destinatario, siempre llega a ser inmortal. 

jueves, 7 de febrero de 2013

HITCHCOCK (2012), de Sacha Gervasi

Un gran director, uno de los mejores, quizá solo sea un hombre sentado en un rincón con una cámara...observando. Pero en su mirada tiene que haber grandes cantidades de talento para que el miedo, el suspense y la intriga bajen del escenario y se sienten en la butaca de al lado. Y cuando ese talento parece que se aleja porque la edad se convierte en actor y el éxito no es más que esa ensoñación que tan pronto viene como se va, entonces hay que suplir el vacío con el trabajo, hay que buscar la manera de que una historia no nazca muerta. Y que ni mucho menos sea acuchillada brutalmente, de improviso, dejándonos huérfanos de genialidad.
Por supuesto, y qué duda cabe, detrás de cada gran hombre también hay una gran mujer porque es el peso que equilibra una balanza que ha reventado el marcador. Es la mirada certera que ajusta al genio en su exacta medida. Una secuencia es el centro de la película y, alrededor de ella, se construye todo lo demás. Es tan fácil que muy pocos han conseguido elevar al cine a la categoría de arte. Y tal vez haya que poseer una mente fascinada por las fantasías de violencia y sexo, por el lado más turbio de la naturaleza humana y como perfecta proyección de una buena acumulación de complejos. El director crea, el hombre imagina, el genio hace y el público grita.
La música es un protagonista más cuando un actor enorme nos vuelve a pasear la oronda figura del maestro del cine por delante de los ojos. La inspiración viene porque una actriz de inteligencia comprobada se preocupa de dotar de vida lo que no es más que una serie de enfermedades mentales unidas de forma tan coherente que dan lugar a una historia. Todo genio tiene, también, un punto de locura. Y una carga evidente de complicidad. Con los que le rodean y con los que le ven. Y, sobre todo, con los que admiran su trabajo.
Está muy claro que hay que incluir un cierto enamoramiento por todo lo que este director ha hecho porque quizá el juego de guiños y camaraderías se queda en un puñado de bromas colgadas. Tampoco hay que tomarse demasiado en serio algunos errores, posiblemente conscientes, de detalles que rodean la creación. Todo eso es excusable, queridos espectadores, porque estamos hablando de uno de los mejores realizadores de todos los tiempos, un innovador, un valiente que, si nos atrevemos a asomarnos dentro de su enorme interior, era un completo cobarde.
Hay que disculpar, si ustedes me lo permiten, la actuación de las féminas que se hallan por debajo de la mujer de su vida porque ni son convincentes, ni recuerdan demasiado a las originales y auténticas señoras que interpretaron sus papeles con el terror en sus rostros. Hay que añadir que el episodio furtivo de la colaboración en un guión externo es tan débil como la gula del glotón. Lo importante y lo que se quiere decir no es eso. Es mostrar cómo un hombre era capaz de sugerir miedo y erotismo sin mostrar nada que pudiese ser captado por el ojo humano porque contaba con la colaboración de unas mentes que se hallaban en plena sintonía con él y la que más cerca se encontraba era la de su esposa. Una leve sombra que no hacía ruido, que estaba siempre en segundo plano, que tenía que arrinconarse para dejar paso a la enorme figura del genio y que, sin ella, probablemente, no habría nada que hubiese merecido la pena en las obras del creador.
Ya saben, quizá sea la hora de echar un poco la vista atrás y ponerse a ver cine de verdad, del bueno, del irrepetible e inimitable. O buscar en alguna librería el volumen de un francés que se atrevió a entrevistar al mismo talento. O disfrutar con la certeza de que siempre se puede ir un poco más allá y alcanzar nuevas metas, dejando tras de sí un rastro de coherencia pero dando vida a algo que no se haya hecho antes...y debo añadir que tampoco después. Ahora ustedes, queridos amigos, me dirán que no entienden nada de este artículo y yo les contestaré que, para hacerlo, tienen que buscar las pistas en esta película y en la carrera de un cineasta que quiso romper nuevos gritos y encontró las notas melódicas del crimen, de la brutalidad, del sexo y de la obsesión.

martes, 5 de febrero de 2013

PSICOSIS (1960), de Alfred Hitchcock

La voz que rasga la moral es la obertura del metal que se clava. Hondo, profundo, brutal. Los pájaros disecados miran desde las alturas del techo, como no queriéndose creer el horror que ocurre, con la estridencia y la mentira, en la blancura de los azulejos. El agua hace los coros, incesantes y ligeramente atónitos. Tanto es así que aún corre durante un rato mezclándose con el rojo de una vida que se va por el desagüe, que enlaza con un ojo sin vida, que se ve a través de una cámara que gira, que se oye en el silencio. La belleza de lo siniestro. Sublime. Infame. Muerte en estado líquido.
Un dinero que no importa; un solitario que cuida de un hotel donde se da cita, en un encontronazo de crueldad, lo horizontal y lo vertical; un pusilánime que se deja llevar por los empujes femeninos; un detective curioso que sabe hilar la incoherencia y la verdad; una mujer que parece desear la felicidad a una hermana que nunca la ha tenido; un sheriff calmado que junta las piezas para que el misterio tenga un horror; un psiquiatra que arranca la confesión a una anciana; una anciana que quiso tener bajo control todo el pequeño mundo que la rodeaba; un director que, con su oronda figura y su seriedad estática, nos mostraba el lado oscuro del crimen y la enorme turbiedad que puede inundar el alma humana. Un músico que se empeñaba en herir la carne con unas notas suspendidas en el aire. Por el camino, un vendedor de coches extrañado por las prisas de una compradora y un policía que se esconde tras unas gafas ahumadas, como no queriendo dar pistas sobre su sospecha y su más que probable curiosidad. Y luego está ella. Ella, la chica. Esa con la que el público se queda enseguida y luego, sin saber muy cómo ni por qué, la pierde. Una chica que busca una pequeña porción de felicidad y de realización personal y decide tomar un atajo sin saber que, con esa decisión, se encontrará con un abismo en medio del camino. Un abismo de oscuridad, de opresión, de maldad enjaulada, de ideas que revolotean y que se pierden en lo más tenebroso de las ciénagas. El cuchillo cae. La cortina se rasga. Los pájaros miran, con su vientre de paja y su actitud acechadora. Solo es una película pero el hombre que estaba mirando desde un rincón con su cámara supo secuestrar los ojos de todo aquel que quisiera observar.
Al final, dieciocho fotogramas superpuestos para unir la vida con la muerte, la razón con la locura, la dominación con la sumisión. Menos de un segundo de película para desollar la piel con un escalofrío que se hace muy real. La voz sobre la mirada. El hombre que narra. El público que está desnudo, en una ducha, y que acaba de recibir una última puñalada porque sabe que ese trastorno es posible, que un día envuelto en noche y lluvia puede llegar para convertirse en una muerte empaquetada de rojo y agua. Ya no hay más días, ni más inquietudes, ni más modestas ambiciones. Tan solo la sonrisa, irónica e infernal, de un coche saliendo del barro de la inconsciencia.

BESTIAS DEL SUR SALVAJE (2012), de Benh Zeitlin

Aprender los caminos del coraje y del amor no es tarea fácil para una niña de seis años. Más si hay que hacerlo allí mismo, en el mismo filo del mundo. Aunque, quizá, las revelaciones del universo sean un poco más nítidas donde todo es más salvaje, más primitivo y más auténtico. El tiempo, allí, parece confluir como varios ríos desbocados y lo que parece extinguido, se hace presente; y el presente es solo un sueño que se desea con todas las fuerzas.
Tal vez lo agreste se transforma para seguir viviendo y la niña procede de un padre que, como una bestia salvaje, tiene muchas faltas y muchas virtudes de la épica inmortal. Al fin y al cabo, ser padre tiene algo de eso. La ira, el orgullo, el amor más sincero y el cuidado son rutinas de todos los días cuando uno tiene hijos. Y, a través de esos ingredientes, la poseedora de la magia sea la niña. Una magia real, íntimamente conectada con el mundo e imaginativamente unida a todo. El mundo, más allá de la pureza de la tierra, está lleno de monstruos y máquinas que se atan sin remedio a una serie de reglas que van en contra de la propia naturaleza del hombre. Así, con esa visión, se hallan las claves para descifrar el mensaje que oculta el verdadero significado de la vida. Así, sin adjetivos ni adornos. La vida en su concepción más desnuda, más desprovista de otras consideraciones.
Detrás del tupido follaje no hay lugar para los cobardes. Allí donde no hay civilización y no hay más educación que la que proporciona el entorno, no hay excusas. Todos los días son motivo de fiesta. La pobreza extrema, el alcoholismo, el comportamiento infantil están ahí y hay que aceptar ese realismo mágico que pueblan las imágenes porque es mucho más preferible que la crueldad.
Y la Naturaleza se rebela, explota en forma de huracán para descubrir de qué están hechas las almas nobles aunque en su apariencia externa no sean más que despojos que evidencian el fracaso del injusto mundo. Ver esta película es como adentrarse en los ojos de una niña y participar en su elección.
Con muchos defectos y un fondo interesante, con muchos huecos para rellenar con la volátil imaginación, hay sitio también para algunas partes tediosas, para la consabida cámara en mano que no tiene ningún sentido. La película quiere transmitir la idea de que, cuando todo está dominado por la tranquilidad, también hay un buen puñado de factores que hacen girar a la niña alrededor de todo su entorno, como si fuera unas cuantas moléculas suspendidas en el aire. Incluso ahí, donde la tierra se apropia de lo que es suyo, hay heridas, desórdenes, fallos, estridencias…pero que todo ello está compensado por la fantasía porque, a los ojos de una niña, el mundo entero es un rompecabezas en el que el hombre, la Naturaleza y los elementos pueden coexistir y encajar. Puede que solo un niño, en su pureza, sea capaz de pensar eso.

viernes, 1 de febrero de 2013

EL VUELO (2012), de Robert Zemeckis

Un hombre consigue lo que parece imposible al alcanzar el punto crítico de un vuelo y salvar a la mayoría del pasaje. Es un héroe. Pero, como todos los héroes, tiene imperfecciones. Bebe, se droga, miente y lo que es aún peor: ha perdido la personalidad en algún momento del camino. Tal vez porque no puede soportar sus fracasos como marido, como padre y como hombre. O quizás porque quiere esconder todo lo que es detrás de una cortina de alcohol. En algún punto de su hoja de ruta se halla su punto débil, su verdadero punto crítico.
Escapa a reacción del enfrentamiento con la verdad, no acepta que cada paso importante que haya dado fuera un salto al vacío en el que se ha estrellado irremisiblemente. Huye de la realidad porque puede que en el cielo encuentre un lugar donde no se repita a cada instante que no vale para nada. Y lo más contradictorio de todo es que es un piloto frío y calculador, capaz de pensar soluciones imposibles para el accidente inevitable. Es entonces cuando se plantea el dilema ético de si hay que enaltecerlo como un gran profesional o merece una condena por exponer, antes de que ocurra nada, a todo su pasaje en un inútil peligro.
Robert Zemeckis dirige esta película intentando exhibir convicciones e infiernos para que sea difícil identificarse con un héroe que representa también el papel de traidor. Para ello, cuenta con un actor de primera categoría como Denzel Washington pero el resultado es falso porque no es muy creíble nada de lo que intenta decir al público. Está bien rodada, hay un drama humano de por medio y, por debajo de Washington, también hay un elenco de actores que están espléndidos, empezando por John Goodman, Bruce Greenwood o Don Cheadle y terminando por Kelly Reilly que da vida a la imposible y agotada historia de amor que, de poco encajada, termina por ser pasto del olvido. No es fácil de digerir que un avión sea capaz de estabilizarse volando boca abajo por muy meritoria que sea la maniobra y por muy imposible que sea una simulación similar. Tampoco lo es el desenlace, peliculero y facilón y con una moraleja que no deja de ser más que discutible. Y quizás tampoco cuelan otra multitud de detalles que parecen ir dirigidos a hacer, de esta historia, una fábula en la que la ficción supera mucho a la realidad y se adentra por los territorios de la pesadilla. Así que miren bien su tarjeta de embarque no vaya a ser que el avión no lleve cinturones.
Y es que las lágrimas de la verdad son siempre difíciles de extraer, porque, aunque no lo parezca, todo el mundo tiene su dignidad. Más o menos tocada, más o menos vencida, pero la tiene. El problema está en mantenerla, en afrontar la humillación con la cabeza alta porque se ha hecho lo correcto cuando el cielo se derrumbaba. Y es preferible derrumbarse a sí mismo, comenzar a construir los retales desde las ruinas, con todo nuevo, con una nueva mirada de los que aún guardan algo de cariño. Un trauma puede cambiar todo eso. Y más si es un trauma elegido en el que, por primera vez, el espejo devuelve un reflejo e identifica realmente quién es quién. Todo es cuestión de demostrar, también en la tierra, que se posee el mismo valor que allá arriba. Es salvar ese pasaje que está compuesto de una sola persona porque es uno mismo. Es pensar en la seguridad de la propia personalidad y de la fascinación que se puede ejercer cuando la intención es honesta. Basta ya de mentiras. Basta ya de coger siempre la misma mala opción. Hay que despegar, señoras y caballeros. Hay que alcanzar el vacío en la tormenta y dar un respiro a los motores. Hay que evitar caer en picado. Hay que llegar al punto crítico de la existencia que es aquel que invierte toda la tendencia y nos permite planear para ser capaces de amar, de sentir, de regalar, de percibir y de llegar a ser libres.