miércoles, 27 de febrero de 2013

TIRAD SOBRE EL PIANISTA (1960), de François Truffaut

Por encima de las teclas hay demasiada vida desparramada. La ilusión se quedó en las negras y el amor, quizá, en las blancas. La partitura está muy enrevesada como para poder descifrarla así que el último refugio tiene que ser una tasca, un bar de mala muerte donde el tiempo parece que se detiene y muere. La melodía barata, el baile frenético y apretujado para excitar aún más los sentidos. Cada canción es una huida hacia delante. Cada chica que entra no es más que un rostro más que quiere combatir la próxima hora con un poco de música intrascendente. Y así debe ser la vida, intrascendente, inútil, efímera y nada.
Un hermano que está en negocios sucios y entonces todo se distorsiona. El pasado vuelve para recordar quién se es. El blanco y negro se vuelve cada vez más blanco y la coda final ya es en medio de la nieve. Una segunda oportunidad perdida. Otra nota desafinada en una vida que ya no tiene valor. Atrás queda el movimiento oportuno que hace soñar, la seguridad de estar haciendo algo que realmente merecía la pena. La calle parecía terminar mientras el campo era un terreno de promesas. Nada importa salvo la derrota. Si hay algún compás que tenga sentido, se perdió hace mucho, mucho tiempo. En algún lugar entre la fama y la vida.
La visita al cine negro de François Truffaut fue tan mágica que puso un cartel encima del piano diciendo Tirad sobre el pianista y nos dejó a solas con él, en un periplo por las oscuridades del alma mientras se resolvía un feo asunto. Así era él. Un tipo que nos decía que la vida podía ser una vida en negro con todas las pasiones de fondo. Bastaba con unir los elementos con la naturalidad de una tonta tonadilla, algo animada, algo dispersa pero con la seguridad de que la creación del momento era algo irrepetible y nada mundano. Para ello contó con la inestimable ayuda de Charles Aznavour, amargo y decidido, con el fondo de una novela de David Goodis y ya está. Así de fácil. Así de repentino. La vida en negro. La pasión al fondo. Y música. Y dolor. Y una sonrisa. Y una chica. Y un hermano. Y un viaje de ida para recuperar la vuelta para acabar en el mismo sitio y con más amargura. Ésa es el verdadero destino de los vencidos.
No basta con amar, hay que morir. El sacrificio está sobre las teclas del piano. La sangre mancilla la nieve. El tiempo sigue en su lento discurrir. Todo alrededor muere. Igual que la música cuando se llega al final. Igual que una caricia al final de la mejilla. Lo mismo que una herida que desemboca en la muerte. Es hora de subirse el cuello de la gabardina y dejar que el pasado y el presente se alíen y engullan al destino porque ya no habrá mañana. Tiren sobre el pianista, señores, porque ya no tiene nada que perder. Y tampoco posee notas para tocar. Y menos aún motivos para seguir tocando. Es un inútil que ya ha muerto un par de veces.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífica entrada, magnífico homenaje a un tipo cuyo principal instrumento de trabajo era la pasión. Pasión por el cine, pasión por la vida. Resulta casi imposible no caer rendido ante una figura tan impresionante. Yo hace poco lo volví a hacer releyendo de nuevo por encima el libro entrevista con Hitch a propósito del estreno de la peli de Hopkins y de tu artículo al respecto. Un libro modelo en el a pesar de que el entrevistador no es la estrella cuando acabas de leerlo terminas sabiéndo casi tanto de él como de su entrevistado.

Me encanta cómo la nouvelle vague se acerca al cine de género y en especial al policíaco. Qué me dices de "Ascensor para el cadalos", otra obra maestra de Monsieur Malle. La excepción como siempre la pone el inefable Godard que lo intenta y le sale "Alpahville" con todos mis respetos un ladrillo de mil pares. Me gusta el concepto, "policiaco" antes que negro, es quizá lo que diferencia al thriller europeo clásico del americano. Aunque quizá en el fondo tampoco se diferencian tanto, ¿no?

Abrazos desde el fondo del local

César Bardés dijo...

Pues sí, es que Truffaut sabía mucho. Godard pretendía saber y, claro, no era igual. De todas formas, Godard sí tiene una aproximación al negro que no me disgusta demasiado (lo cual ya es mucho decir en un cineasta como él, que me disgusta bastante) como es "Bande á part".
Malle también era un fiera y Melville era el precursor de todas estas películas, lo que se ha dado en llamar "polar", lo cual no acabo de comprender demasiado. Más que nada porque sugiere un cine frío, muy cínico y no lo era tanto. Precisamente, las figuras centrales del cine negro europeo eran más próximas, más cercanas al ciudadano corriente y moliente. Sabías, de alguna manera, que ese tipo al que le pasaban tantas cosas y con tanto enredo podía existir. El cine negro americano se centraba más en la iconografía generada a partir de los referentes literarios que no tenían por qué ser realistas. De hecho, el cine negro americano es más expresionista que otra cosa, y el cine negro europeo bebe sobre todo del neorrealismo con todas las enormes diferencias que se abren entre esas dos corrientes artísticas.
De todas formas, el cine negro europeo (también tiene películas que no convencen nada, nada), sí que ha tenido esa derrota inherente a los personajes centrales de sus tramas negras (entre otras cosas, como en el caso de "Tirad sobre el pianista", porque han bebido de fuentes literarias negras americanas). Son, en muchos casos, personajes que están de vuelta de todo, que desean un escondite y que las circunstancias les hace salir de nuevo a la luz poniendo su vida patas arriba. Se alejan un poco más del detective en sí mismo y se centran en el ciudadano normal, de pasado tormentoso, honesto pero perdido por la vida y, también, en la introspectiva mirada hacia los bajos fondos.
En el caso europeo, sí, tienes razón. Quizá les va mejor el concepto "policiaco" que "negro" aunque tengan muchos puntos de contacto.
Abrazos entre la humareda.