miércoles, 17 de abril de 2013

DOMINGO NEGRO (1976), de John Frankenheimer

Un instante de vacilación que trae consecuencias impensables cuando un comando israelí entra en una pequeña fortaleza en Beirut para desarticular a una célula terrorista de la organización Septiembre Negro es la piedra de base para desarrollar toda la preparación de un atentado terrorista. Sin ese error, muchas vidas habrían sido salvadas, mucho dolor habría sido evitado. Y es que es la eterna guerra que no tiene fin. Judíos y árabes enfrascados en sus luchas crueles, que no se detienen ni en la dignidad, ni en la libertad del hombre. El mayor Kabakov del Mossad ha dejado todo el pasado enterrado en algún lugar de tanta guerra. La activista Daliah Ivad ha desarrollado un futuro cargado de odio, de venganza, de rencor que no parece tener precio. No importa lo que ella haga con su cuerpo, con sus sentimientos o con su vida. Matar es la única respuesta para conseguir la libertad de su pueblo oprimido. El piloto Michael Lander sufrió un lavado de cerebro en Vietnam, luchó por su país, fue condecorado y después, simplemente, fue a parar a las corrientes del olvido. Su mujer le abandonó y su país también. Él no es que tenga odio. Lo que tiene realmente es dolor. Y quiere apagarlo haciendo algo que su país no olvide. Aunque eso signifique la muerte de unos cuantos miles. En realidad, todo da igual. El aire se lo lleva todo. Incluso la intención.
La gente se vuelve loca en un estadio de fútbol. El espectáculo, la adrenalina, la excitación, el unir la voz a un solo grito…Todo eso forma parte de la cultura occidental que siempre se ha destacado por su despilfarro, por su conciencia lavada a base de lujos acusadores. No importa que unos pocos sufran y que no haya paz en algún rincón árido del mundo. Lo que importa es que en el rectángulo verde, los jugadores se empleen a fondo, luchen por una pelota, marquen más que el contrario. Así, más tarde, habrá unos cuantos días de buen humor si la victoria ha sido el resultado. El triunfo efímero de una nada disfrazada de competición vale más que unas cuantas vidas humanas. El público inocente merece morir.
John Frankenheimer dirigió con un gran pulso esta película basada en el best-seller de Thomas Harris, más tarde uno de los más famosos autores del mundo con sus libros sobre el asesino Hannibal Lecter. Las motivaciones psicológicas de los personajes parecen poblar toda la preparación y persecución del atentado terrorista que va a tener lugar en la final de Super Bowl y la cronometrada aventura de la última media hora es una muestra de la firmeza de un cineasta que sabía hacer secuencias de acción con los ojos cerrados siempre que tuviera un buen material de partida. Discutible la elección de un reparto que incluía a Robert Shaw como el militar de la inteligencia israelí, a Marthe Keller como la terrorista árabe y a Bruce Dern como el piloto trastornado pero, aún así, el brío se impone por encima de los nombres y, por un instante, parece que un dardo se va a clavar en medio de la multitud para acallar los voces de un mundo que, mientras le va bien, siempre se empeña en mirar hacia otro lado.

No hay comentarios: