viernes, 25 de octubre de 2013

ODIO ENTRE HERMANOS (1949), de Joseph L. Mankiewicz

Demasiadas horas perdidas mirando fijamente a la pared de la celda para rumiar una venganza contra hermanos. Y no es que haya odio, lo que hay, sobre todo, es desprecio. Porque todos ellos pusieron, por encima del cariño, su propia ambición. Malditos italianos. No les gusta que les insulten y, sin embargo, tienen dentro de ellos ese ansia por ajustar cuentas en cuanto las cosas se tuercen. Es difícil rehacer una vida cuando hay tanto pasado que llevar a cuestas. No está bien convertir el hogar de los hermanos en una casa de extraños. No está bien llevar a cabo una venganza largamente deseada contra tu propia sangre. Todo por un afán revanchista. El mismo que a ellos les llevó a acabar con la vida de su padre.
Y no es que el tipo fuera del todo recomendable. No era más que un paleto con suerte, que pudo hacer dinero y luego administró un banco como si fuera una tienda. Su época pasó, eso es todo. Luego vinieron las auditorias y fue un hombre que jamás entendió que el gobierno se pudiera entrometer en la marcha de su negocio. América, ese sueño propio de quien busca mejores oportunidades, engulló al prestamista. Y jamás salió de las entrañas de sus propios hijos, los más interesados en hacer que el tiempo depositara una capa de polvo sobre su ataúd.
Quizá una chica que esté realmente enamorada sea la solución. Eso nunca se puede saber. Al principio no era más que un juego, una divertida chanza de frases y réplicas agudas y rápidas que evidenciaba las ganas de ir hacia algo más. Luego, más tarde, es una de esas chicas que, a poco que uno se descuide, devora el interior de los hombres. Es una de esas que te dan elegir. O te entregas o te destruye. Así de fácil. ¿Cómo va a ser ella la tabla de salvación? Es imposible. Ella no podrá evitar el odio entre hermanos.
Joe Mankiewicz dirigió esta película con un impecable guión de Philip Yordan basándose en El rey Lear, de Shakespeare pero trasladando todo a la negrura propia de un Nueva York que está cambiando su rostro, que está pasando de la tradición a la modernidad, que está reclamando la ascensión social del antiguo emigrante. Cine negro con aliento clásico que revela las razones del abandono de una venganza. Tal vez porque la venganza, además de un plato que se come frío, también es un elemento agitador del interior de los hombres y hace que la calma sea una quimera imposible de alcanzar. Tal vez porque morir sea una salida demasiado fácil cuando se ha luchado tanto. Tal vez porque, al fin y al cabo, la sangre tira más que el desprecio y la mirada caída tienen que ser reemplazados por el beso en la mejilla. Son los amaneceres los que marcan los cierres de las heridas. Y quizá, sí, sea una chica la que espera al final de la escalera. Solo para empezar de nuevo y darse cuenta de que la vida no es solo un cúmulo de ambiciones y la defensa de un mundo que muere irremediablemente.

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