martes, 3 de diciembre de 2013

CUENTOS DE TOKIO (1953), de Yasujiro Ozu

La vida cansada es un lento peregrinar cuando la vejez ya está llamando con fuerza. Aquellos niños que iban al colegio con alegría e ilusión se han convertido en adultos y ya no hay más que seriedad en sus rostros. Una seriedad enferma de tiempo porque no lo tienen para nada. Y aún menos para dos viejos que han dado toda su existencia por un momento de gesto ingenuo de sus hijos. El mayor se hizo médico a costa de muchos esfuerzos pero no ha progresado. Cura a la gente de un barrio humilde y apenas puede mirar hacia otro lado. Precisamente porque los humildes siempre son los que más dolor suelen acaparar. Otro hijo muerto en la guerra, sin hijos, pero con una mujer cuya sonrisa es capaz de dar ánimos a los huesos más quebradizos. Una hija que se ha ido envileciendo con la rutina de la gran ciudad. Ya solo desea satisfacer sus necesidades y no quiere saber nada de las de los demás. Otro hijo que se fue a otra ciudad y está allí solo y, por tanto, es el más aislado, el último en enterarse de las cosas, el que siempre está al margen. Por último, una hija más, maestra, que ha vivido toda la vida con sus padres pero que ya es hora de que empiece a pensar en formar su propia familia. Es guapa, es joven y aún no está maleada por el empuje de los acontecimientos.
El amor es algo que, muchas veces, se empeña en buscar un escondite imposible. Los dos ancianos que quieren ver una vez más a sus hijos se encuentran con las excusas propias de quien no desea responsabilidades. Deshacerse de los padres es lo mejor, porque además es lo que más les conviene a los viejos. Y así, con una tristeza presentida pero nunca evidenciada, los padres van de un sitio a otro, queriendo acostar su amor cansado, su cariño de asilo, sus últimas miradas de amor con quien ha sido su pareja toda la vida. El amor, fugitivo de carne, se refugia en la nuera que, desinteresadamente, les da ternura y, no solo eso, se la da de tal manera que ellos la notan. Y eso, no es amor, ni es cariño. Es sinceridad.
Yasujiro Ozu traspasó por primera vez las puertas de las casas japonesas para enseñarnos cosas que ocurrían dentro, como si el espectador fuera un convidado al que se le invita a presenciar el espectáculo de una intimidad elegante, propia de los sentimientos y ajena a las intromisiones. Supo ver en el rostro de unos ancianos la sonrisa que marca las arrugas, el brillo aún intacto de una inteligencia que es capaz de escarbar en las intenciones ajenas, la seguridad de que, al fin y al cabo, lo que queda en el espíritu de todos nosotros cuando estamos a las puertas del final es el amor que hemos sido capaces de dar y el que nos han dado. Por eso, tal vez, mirar una puesta de sol en un día de calor asfixiante cuando la soledad se empeña en hacerse dueña del día no sea algo tan irremediablemente infeliz. El amor, al fin y al cabo, ha estado siempre revoloteando por las habitaciones. En forma de niños, en forma de mujer. Y, sobre todo, con la satisfacción de que algo del hijo muerto queda en la sonrisa sincera y llena de afecto de la que fue su mujer. También hija. También amor.

4 comentarios:

dexterzgz dijo...

El sábado pasado realicé un curioso experimento. Estuve repasando esta obra maestra por tenerla fresca para el conversacines. Y a continuación me fui para el cine a ver "Una familia de Tokio", el remake que ha hecho este año Yamada. Los ojos rasgados se me quedaron después de cinco horas seguidas viendo cine y japos. Mereció la pena.

Y te diré una cosa. El remake no está mal. Y además tiene la ventaja de que lo ves sin la presión con la que puedes ver otros remakes. Porque sabes que nunca podrá superar al original. Es como cuando ves un partido de fútbol de la Champions y ya han eliminado a tu equipo favorito, que puedes disfrutar igual aunque no tengas ya pasión.

Y aún con todo, descubres la maravilla que hizo Ozu (me gusta mucho Kurosawa pero mis mejores momentos con el cine japonés se los debo a Ozu y a Mizoguchi). De "Cuentos de Tokio destaco la perfecta simetría con la que está construida, la lánguida pero reconfortable melancolía que desprenden sus planos, esa forma de radiografiar un país en ruinas sin apenas exteriores.

Abrazos con kimono

César Bardés dijo...

No he visto la película de Yamada (bien que lo siento porque me temo que seré un tertuliano incompleto para lo que se requiere esta noche) pero, desde luego, la quiero ver para saber, más que nada, qué se puede hacer para intentar mejorar un original que, sin duda, no puede ser mejorado.
A mí me gusta más Kurosawa, tal vez porque estoy más cerca de esa crispación y me interesan más los dilemas morales que plantea. Eso no quiere decir que desprecie a Ozu o a Mizoguchi, ni mucho menos. De Ozu pues hay que destacar esa ternura que siempre destila. Ese cariño por una serie de personajes que, no solo en esta película, no deja de verter sobre ellos. Es verdad que hay una lánguida y reconfortable melancolía en los planos de "Cuentos de Tokio" (en contraste con otras obras suyas, mucho más optimistas) y, sobre todo, en esa forma de radiografiar un país en ruinas sin apenas mostrar exteriores (y no olvidemos que también hay algunos planos de construcciones, situando a Japón en plena reconstrucción moral). En cualquier caso, Ozu me parece genial, como me lo parecen Mizoguchi y Kurosawa. Esos tres cineastas valen por toda una cinematografía nacional.
Abrazos descalzo.

dexterzgz dijo...

Yo creo que Yamada no intenta en ningún momento mejorar el original. Él es el primero que es consciente de que eso es imposible. Su película tampoco hay que verla con el cuchillo entre los dientes. Repite situaciones, incluso diálogos (es lo que tiene haber visto las 2 seguidas) y en concreto hay uno que si eso ya comentaré cuando pase el conversacines porque me pareció algo desvirtuado con respecto al que aparece en el original.

Hay que ver la película con respeto. A fin de cuentas siempre se dijo que "Cuentos de Tokio" era un remake de "Dejad paso al mañana" de McCarey. Y posteriormente hemos visto el mismo esquema con Mastroiani en "Todos están bien" de Tornatore (y al amigo Bobby en su remake USA).

Me gusta mucho eso que dices, la mirada cálida de Ozu hacia sus personajes. La sonrisa de Noriko te acaricia directamente el corazón. Pero lo que siempre me deja alucinado por encima del tratamiento de la vejez es cómo retrata la dignidad con la que los vivos entierran a los muertos. Y la vida sigue. Porque cada mañana hay un nuevo y bonito amanecer por el que vale la pena levantarse.

Abrazos amarillos

César Bardés dijo...

Una dignidad por otra parte, que apenas es respetada por esos hijos que tanta prisa tienen y que tan rápido quieren repartirse las cosas de su madre. En el fondo de esa amargura, Ozu consigue cariño y eso es muy, muy difícil y tal vez por eso Yamada sepa que no es posible igualar al original.
En cualquier caso, tendré que verla para juzgar con propiedad.
Abrazos con té.