jueves, 9 de enero de 2014

A PROPÓSITO DE LLEWYN DAVIS (2013), de Joel y Ethan Coen

Las cuerdas de la guitarra ya están demasiado rasgadas como para seguir sonando. El frío aprieta y el fracaso permanece. El humo ciega los ojos y la oscuridad es solo un refugio pasajero, una invitación para sentir la música que nunca llegará a ser escuchada. Todo es un golpe que se repite, todo es una derrota que vuelve, todo es un simple deseo de descansar haciendo una pasión que se esconde. El retrato del perdedor. La instantánea de una noche que nunca acaba.

La oportunidad no existe porque no hay salidas rápidas hacia el éxito. Alguien se despide y, justo a continuación, otro se despide de otra manera y gusta más. Y no hay causas ni explicaciones. Solo es el triunfo que se va, como un gato callejero, con quien le da la gana. No tiene por qué ser el que más lo merezca. Basta con que sea el más escuchado. Y de ahí nacen los mitos. De la suerte y del aire que transporta los acordes al más indicado, en el momento justo, en el ambiente más favorable. Lo demás son solo viajes de ida y vuelta, darse contra un muro que se empeña en permanecer incólume, asumir la perplejidad de un entorno que es absurdo por sí mismo y que, cuando no lo es, uno mismo lo convierte en esperpento. Es como estar perdido en medio de una tormenta y empecinarse en nadar. Todo es inútil. La corriente se llevará todo y, al que menos puede, lo hunde hacia abajo.
La vida es un reflejo de esa música que merece tener un sitio, que nace con la vocación de decir algo bueno. Porque, como bien marca una partitura, habrá un principio que tendrá que ser tocado otra vez para finalizar, existirán notas sostenidas que quieran ser disonantes para que todo tenga un cierto sentido, habrá errores en la ejecución y claves de sol que busquen el fa. Subsistir con un pentagrama condenado ya es un éxito pero nunca es suficiente, no...nunca lo es. Porque cuando uno hace lo que le gusta desea un lugar allí arriba, bajo los focos, con el aplauso como compañía, con el reconocimiento como recompensa y durmiendo en una cama que hace mucho que ya huyó hacia mañanas más calientes.
Una vez más, los hermanos Coen han hecho una película excepcional a través de una radiografía de un fracaso que nunca llegó a ser ni el germen del éxito. Han conseguido que haya una cejilla en la cara del espectador que le obligue a una sonrisa esporádica incluso cuando la amargura es la tónica dominante. Han sacado lo mejor de Oscar Isaac para ofrecer a un actor que sabe en qué registro moverse y en qué momentos lucirse. Y, sobre todo, han dejado una mirada de cariño hacia todo ese talento que está ahí, en esas calles mojadas y frías y que nunca podrá ver la luz porque no hay nadie que quiera verlo, ni escucharlo, ni sentirlo, ni presentirlo. Dentro de ese Llewyn Davis al que da vida Oscar Isaac podemos atisbar la ilusión, el descuido, la tristeza, la rabia, la bondad, la ingenuidad, el aburrimiento, el cansancio, la verdad, la mentira, la humillación, el orgullo maltrecho, la nada repetida. Él es esa guitarra que se lamenta con una canción diciendo que ha caminado por todos los senderos y que más vale que le cuelguen porque ya no tiene a dónde ir, pobre muchacho, ya no tiene a dónde ir.

Y es entonces cuando nos damos cuenta de la belleza que posee el fracaso porque en él reside el instinto del que sabe que no importa que la cara se restriegue contra una acera mojada. La partitura está ahí y es lo que queda, aunque nadie se agache a recogerla, aunque nadie le dé más importancia que dos o tres minutos de sentirse bien gracias a unos acordes que han sonado para ganar por mucho que la vida se haya obsesionado con no conceder ni un respiro. El éxito, al fin y al cabo, viene y se va. El fracaso siempre vuelve en una interminable rueda del destino. Y aún así no hay que dejar de tocar esa melodía que a alguien, una vez, le hizo sentir diferente.  

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Me levanto unos minutines del lecho del dolor para compartir con vosotros unas líneas de una como tu bien dices excepcional y muy especial película. A mí me ha llegado mucho la historia de este Llewyn Davis. Un biopic al uso nos hubiera mostrado los sinsabores y las dificultades de un artista hasta llegar a la cima del éxito. Que la fama como decía aquella cuesta. Pero los Coen no son unos cineastas al uso, de ahí que una vida de sacrificios no sea compensada con las mieles del triunfo. Y en el colmo de la crueldad casi en el último plano de la peli al protagonista le hacen toparse literalmente de bruces con quien SÍ está llamado al éxito haciendo la música que el mismo hacía (creo que no he spoileado demasiado que no sé si la fiebre me hace delirar).

Y mira que la mirada de Oscar Isaac/Llewyn Davis encierra toda la ternura que puede caber en el mundo. Y uno piensa que al final lo puede conseguir, que sus amigos, si es que los tiene y la empatía no se confunde con la compasión, le harán salir adelante. Pero no, aquí solo está la poética del fracaso.

No sé si es la mejor película de los Coen, que es decir mucho, pero sí me ha parecido una de las más honestas. Y técnicamente es perfecta. En un tiempo en el que ya no se compran Cds, me compré la banda sonora al día siguiente de ver la peli. Y la fotografía, qué barbaridad. Vaporosa, delicada, sublime. Cada encuadre es una postalita. Para los que piensan que las grandes fotografías son solo cosa de las pelis de época y de paisajes exóticos. Una obra maestra, el trabajo del Debonnel este.

Por cierto el cartel también me encanta. Me recuerda un poco a "Taxi driver"

Y ahora con vuestro permiso me vuelvo para la camita a sudarla.

Abrazos febriles

César Bardés dijo...

Vaya, Dex. Espero que te repongas rápido. La gripe este año está siendo matadora. Lo sé por experiencia propia y porque en casa hemos ido cayendo uno a uno. Y gente a mi alrededor, conocidos y amigos, también. En todo caso, te deseo una pronta recuperación no sin agradecerte que, entre décima y décima, te hayas acercado para decir lo que opinas sobre esta película tan estupenda.
Efectivamente, creo que es pura poesía del fracaso. Lo mejor, la gran virtud de la película, es que no sales con un sabor amargo del cine porque los Coen saben darle ese aire de poesía y ese aire de desenfado que hace que las andanzas del protagonista parezcan ya increíbles en busca de un fracaso que no merece porque, como bien dices, él es pura ternura. Es una película honesta, de hechuras honestas y de mirada muy honesta, muy destructora de esa impresión que tenemos actualmente y que los jóvenes rápidamente asimilan de que el éxito es fácil. El guiño del final me parece una genialidad más porque él hace una despedida maravillosa pero...quizá detrás de ti venga siempre alguien que puede que se convierta en leyenda. Por cierto, un guiño que no estoy seguro de que el resto de los que compartían la proyección conmigo llegaron a pillar, tengo mis dudas.
La fotografía, como bien dices, es vaporosa, creo que ése es el adjetivo que mejor le va. Es humo, como lo es el éxito. Los Coen igualan forma y fondo y quieres, desean que Llewyn tenga, al menos, un pequeño triunfo, algo que le valga para seguir confiando en que lo que hace es bueno. El resultado es una sonrisa descreída y un movimiento de cabeza, como negando que la suerte (un factor que los Coen revelan como importantísimo a la hora de tener éxito) vaya a estar con nunca con ese desdichado que lo único que desea es tocar la guitarra y cantar.
Lo dicho, mejórate. Te enviamos unas cuantas aspirinas por correo certificado.
Abrazos acompañantes.