miércoles, 19 de marzo de 2014

LA CENA DE LOS ACUSADOS (1934), de W.S. Van Dyke

Nick Charles es ese hombre apuesto, educado y un poco socarrón que decide vivir la vida a través de copas de cóctel. Al fin y al cabo, un tipo que es capaz de prepararlos a ritmo de fox-trot merece un respeto. Era detective pero, mira, se encontró con Nora y el padre le dejó un ferrocarril, un par de aserraderos y otros cuantos juguetes y ahora se ocupa de ellos. Le gusta resolver misterios pero aún le gusta más estar con su encantadora esposa. De ahí también su encantador cinismo. Son tal para cual. Ella quiere verle en acción, resolviendo intrigas y poniendo fin a los enigmas. Él se hace de rogar pero es que…un cóctel es un cóctel.
Así que como quien no quiere la cosa, se ve involucrado en un crimen. Es una desaparición y luego hay un par de fiambres. Él sabe que todo necesita un enfoque diferente. El tipo encargado de la investigación no es un mal hombre pero, dicho sea de paso, las buenas personas también suelen ser buenos botarates. Manos a la obra, Nick. Tú tienes todas las llaves, abres todas las puertas, despejas todas las circunferencias de las copas de champán. Eres el hombre ideal para Nora, de eso no cabe duda.
Ni corto ni perezoso, Nick monta una cena donde están todos los sospechosos. Los camareros son policías pero ya se sabe cómo está el servicio. Va jugando poco a poco con unos y con otros. Les hace creer, les engaña, les pone anzuelos. Todos, incluso el que menos, tiene algo que esconder. Con esta gente se las tenía que ver en Nueva York no hace mucho. Pistolas debajo de la mesa y comida fina por encima. No hay nada mejor para un sándwich de madera. El hombre delgado vigila. Hammett sobrevuela la historia aunque, dicho sea de paso, el asunto se aleja bastante de ese permanente sospechoso que era Dash.

Hay que reconocer que esta historia, y las otras seis secuelas que vinieron después, no hubieran sido las mismas sin la pareja William Powell-Myrna Loy. Ellos son el centro de una película que, por sí sola, sabe a cóctel. Y además en su punto. La dirección de W.S. Van Dyke es ágil y un maravilloso ejercicio de dinamismo pero eso no era mérito para el amigo. En el mundillo se le conocía como el jefe que rodaba más rápido en los estudios y aquí se nota. Eso no quiere decir que cayera en el descuido pero sí que hacía que los actores se supieran al pie de la letra el guión, no fueran tentados por la improvisación y se perdiera toda la espontaneidad. Y es que cuando Nick sigue coqueteando con Nora a pesar de estar casados, crees que es de verdad. Cuando los acusados comienzan a sentir los nervios en esa rarísima cena de sospechosos, parece que los estás viendo saltar sobre los apretados platos. Es lo que tiene la verdad. Que a nadie gusta demasiado. Salvo a Nick Charles. Y por eso, tal vez, bebe cócteles, porque sabe que la verdad, muy a menudo, está en el fondo de un vaso de alcohol bien mezclado y bien servido. 

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