viernes, 9 de mayo de 2014

EL INVISIBLE HARVEY (1950), de Henry Koster

¿Qué tal si nos juntamos unos cuantos amigos y vamos al bar de Charlie a tomar una cuantas copas? Estoy seguro de que será una velada muy agradable. Y así también aprovecharé la ocasión para presentar a todo el mundo a Harvey. Es un buen amigo que me acompaña en las mejores y en las peores ocasiones. Si estoy triste, Harvey me consuela. Si me siento solo, Harvey me coge del brazo y comienza a bromear con ese sentido del humor suyo, tan particular, tan irlandés. Estoy encantado con Harvey. Solo él es capaz de hacer que el tiempo se detenga y que, mientras tanto, yo pueda viajar o visitar cosas o hacer amistades. Es solo una cuestión de saber mirar.
Claro que vencer a la realidad no es una cosa tan fácil. Después de muchísimas prisas y de demasiados dimes y diretes, la verdad, es un alivio poder fugarse a un rincón donde todo el territorio dominado sea exclusivamente tuyo. Sin obligaciones, sin estúpidos compromisos. Solo disfrutando de una buena copa de whisky en medio del bullicio. Harvey lo sabe bien. Me imagino que, como buen pukka, Harvey habrá estado al lado de muchos que lo han necesitado y habrá visto lo que ningún conejo ha visto. Claro que con esa altura no me extraña. Es un buen compañero. Es servicial y educado. Es un duendecillo muy particular exclusivo para chiflados. Pero hay una diferencia. Hay chiflados que lo son por enfermedad. Yo lo soy por elección.
Y es que la chifladura, o si se quiere la relajación, es muy placentera. Nadie te habla si no quieres que te hablen y además te da la oportunidad de ser un aventajado espectador de la vida. Así, uno asiste a romances, a peleas, a besos, a caricias, a reconciliaciones e, incluso, a algún que otro celador con el carácter un tanto particular. Y además, tengo a Harvey. Sí, ya sé. Puede parece algo de locos pero estoy seguro de que, si lo conocieran, también se convertiría en un buen amigo suyo. Saber mirar es saber vivir. Y Harvey sabe mirar, sabe hacer que lo miren y, sobre todo, sabe vivir y hacer vivir. Es un conejo muy completo. Bebe, charla, bromea, acompaña, apoya, asiente y sigue. ¿Alguien podría pedir más?
Ah, bueno, sí. Estoy seguro de que conocen esta película que narra la historia de mi buen amigo Harvey porque en ella está James Stewart y es un placer observarle en su regocijo de tranquilidad. También están, claro está, Josephine Hull, la ancianita de Arsénico por compasión, que estoy seguro de que les encantará con sus caras, y Cecil Kellaway, un psiquiatra que sabe comprender muy bien a sus pacientes. Ah, y no se olviden de Wallace Ford, que hace un papel de taxista muy breve al final pero que es una auténtica delicia.

Bueno, pues yo creo que es el momento de dejar de hablar sobre Harvey. Le noto que se está sintiendo algo incómodo de tanto nombrarle. Así que ¿por qué no nos vamos al bar de Charlie a tomar unas cuantas copas, Harvey? Estoy seguro de que allí podremos criticar cuantas películas queramos, incluso ésta en la que te interpretas a ti mismo. De paso, podemos saludar a unas cuantas personas que quiero que conozcas…

No hay comentarios: