martes, 27 de mayo de 2014

LA ISLA DEL TESORO (1934), de Victor Fleming



Veinte van fuera del ataúd
¡ja,ja,ja1
Y una botella de ron
El diablo y la bebida se encargaron del resto
¡ja,ja,ja!
Y una botella de ron

Y así comienzan a destilarse las pistas de una de las mayores aventuras jamás escritas. Jim Hawkins es decidido, valiente y desea sacar a su madre de las dificultades. Solo que para ello, él tendrá que vérselas con una pandilla de individuos que han dedicado su vida a saquear el mar. El océano solo les ha devuelto rugidos como olas y tempestades en la cara, vano castigo para unos tipos sedientos de sangre, sin escrúpulos ni anclajes. Ellos pertenecen al mar y ese muchacho…solo es un peón más que hay que sacrificar si de verdad se quiere recuperar el tesoro de Flint. ¡¡¡¡Por mil millones de diablos!!!! Ese maldito capitán lo hizo muy bien y esa fortuna tiene que repartirse entre sus hombres. Es lo justo. Es lo cabal.
El punto negro como amenaza, una canción que se repite hablando de botellas de ron y de unos cuantos desgraciados que marchan por fuera de un ataúd. Maldita sea, es un jeroglífico porque nadie es quien dice ser. El motín se prepara y los cuchillos, metidos en la boca, se afilan como si fueran vientos cortantes. No quedará nadie vivo. Y al infierno con los escrúpulos. John Silver El Largo lo sabe muy bien. Se lo dice la pierna que perdió. Más que nada porque ese viejo lobo de mar tiene respuesta a todas las tretas y quiere hundir sus manos en los doblones de oro del Capitán Flint. Ja, ja, ja…con una buena botella de ron en la mano, por supuesto.

Quizá esta versión de 1934 sea la mejor que se ha hecho hasta ahora de la inmortal historia de Robert Louis Stevenson. A ello contribuyó en gran medida la creación de un par de actores veteranos, que sabían estar en su sitio y que conseguían hacer creer que esa barba descuidada por los días de sal y sol fuera de verdad. Uno es Lionel Barrymore en el memorable y breve papel de Billy Bones. El miedoso marinero que posee el secreto del mapa que marca la equis en el lugar adecuado, se emborracha para esconderse del pánico porque sabe que, en el mismo momento en que ese pergamino cayó en sus manos, estaba condenado. Solo quiere beber porque vive obsesionado con que le vengan a buscar. Solo quiere beber porque sabe, por otra parte, que jamás podrá ir a buscar ese tesoro que promete un paraíso de ron. El otro es Wallace Beery en el memorable rol de John Silver El Largo, privado de una pierna, mentiroso compulsivo y convincente, arrastrado por la vileza que solo desea dar salida para encontrar los cofres llenos de riquezas y gastárselo en tabernas de islas perdidas, intentando apurar hasta el último trago de una vida de la que no se preocupa. Y, sin embargo, detrás de una mentira y de otra y, luego, de otra, también posee una sensación que había olvidado, que la tenía arrinconada en un baúl bajo llave y es el cariño y la ternura que ya no siente, que se evaporó, posiblemente, detrás de demasiados vasos de ron, de demasiadas noches de estúpidas canciones de piratas y de borracheras ruidosas oyendo a las olas golpear contra el muelle. Más allá de eso, es hora de embarcarnos hacia esa isla sin nombre, donde un hombre enterró lo más preciado y otro se quedó para que la locura le sostuviera en la enorme soledad. Ja, ja, ja….sin una mísera botella de ron.

2 comentarios:

CARPET_WALLY dijo...

Que gran personaje es este Juan Plata. Los grandes escritores no sólo escriben grandes historias sino que construyen personajes memorables y John Silver se a quedado para siempre en el Olimpo de nuestros recuerdos.
La historia nos atrapa desde el principio, un cuento gótico casi terrorifico en esa posada visitada por fantasmas de marineros que aun no han muerto, para dejar paso a la gran aventura, a la salida del cascarón de la niñez, al desegaño, al gesto de valentía, a la locura ambiciosa y miserable...
De todos los grandes libros (Verne, Salgari, etc) de mi infancia, "La isla del tesoro" es mi preferido.

Abrazos con sable

César Bardés dijo...

¡Qué maravilla de libro! Y no deja de ser curioso que la versión del 34 sea todavía la que mejor ha sabido captar el espíritu de Stevenson. Tal vez la versión del 72, de Andrea Bianchi y John Hough, si le hubiesen dejado al gran Welles dirigirla como estaba previsto, hubiera estado por encima y solo se quedó en una intención.
Desde luego, esa habilidad de cuentista que tenía Stevenson (dicho en el mejor sentido) hace que la obra se dispare y sea indicada para que la lean los niños y los jóvenes. Tengo que confesar que mi hijo ha tenido la costumbre de leer un rato siempre antes de apagar la luz en su habitación. Y nosotros le hemos leído en muchas ocasiones. El primer libro que le leí fue "La isla del tesoro", más tarde pasamos a "Los tres mosqueteros" y luego a otro relato de Stevenson como es "La flecha negra" para pasar a Verne (incluido ese libro un poco desconocido de él que es "Aventura de tres rusos y tres ingleses en el África austral" hasta que ya estamos llegando a las "Crónicas marcianas" de Bradbury. Este verano se le pidió a mi hijo como trabajo estival que hiciera unas cuantas páginas (al estilo que nosotros hacíamos: resumen, análisis de los personajes, opinión, etc...) sobre un libro cualquiera. Mi hijo eligió, de entre todos, "La isla del tesoro" (además como el muy cerdo dibuja tan bien le hizo una portada de auténtico ensueño). El caso es que me temo que también es su preferido y a mí me encanta que sienta que es Jim Hawkins, saliendo de ese cascarón y encontrándose con unos cuantos malvados que quieren el tesoro del Capitán Flint.
Abrazos con equis.