martes, 6 de mayo de 2014

TÚ Y YO (1939), de Leo McCarey

Una historia para recordar. Un barco, el mar, la brisa, la noche. Dos miradas que se encuentran y dos complicidades que actúan con la suavidad con la que se abre la estela al paso de un trasatlántico. Una contestación y una réplica. Un juego de palabras. Una ironía destellada. Días que no quieren acabar. Hay momentos que deberían estar suspendidos en la eternidad. La vida aprieta y los sueños tienen que cumplirse con una base real. Una escala en Madeira. Una vieja que entiende. Un abrazo que habla. La verdad tapada por el amor. El amor que espera. El amor que no llega. El amor que se decepciona. Porque la vida sigue apretando y no está hecha para el amor. Una pintura que es un milagro. Un chal que parece una partitura en la que componer una melodía en clave de tú y yo. Las cosas ocurren. Y nada, salvo la insistencia, puede ir más allá de lo poco que los sentimientos consiguen. Amor…una palabra que parece cincelada en el cielo con la cúspide de un rascacielos que ya está en la memoria de todos. De alguna manera, usted y yo y aquél y los demás, también esperábamos allí arriba. Tal vez porque no queríamos que lloviera nunca más sobre nuestro corazón.
Y es que cuando el destino se confabula con la casualidad para que la confirmación de los sueños nunca llegue, nos sentimos pequeños, ínfimos, casi insignificantes. Siempre habrá consuelos pasajeros como unos cuantos niños deseosos de aprender música o la fama traidora que hoy te coloca arriba y mañana te desciende con ascensor. Pero el dolor queda ahí porque además, ese destino sin conciencia, se ha encargado de hacerte creer que nada ha merecido la pena, que todo ha sido un espejismo sin realidad, que fueron unos días donde se pudo escribir la verdad en la espuma del mar pero que las olas y el tiempo y la rutina y la suerte se han encargado de borrar con saña. Hubo una mirada y un momento. Pero la felicidad no está ahí y menos si tiene que llevar una carga de permanencia. ¿Quién sabe? Tal vez el mismo destino se encargará de hacer que la casualidad vuelva a surgir y haya una segunda oportunidad para una cita que nunca ocurrió y, en lugar de una terraza de un rascacielos, el sitio sea el balcón de los labios de ella que, por discreción y amor, también callaron y escribieron en el silencio muchas declaraciones de un amor que no podía quedar disfrazado en el gris de la urbe presurosa.

Leo McCarey dirigió la primera versión de Tú y yo con Charles Boyer e Irene Dunne en los principales papeles y, aunque el resultado fue inferior que la misma historia que dirigió veinte años después con Cary Grant y Deborah Kerr, supo reflejar en el blanco y negro de nuestras miradas la certeza de que el amor existe, de que el amor existe y triunfa, de que el amor existe y triunfa y espera, de que el amor existe y triunfa y espera y nunca termina. Siempre que sea amor de verdad. Siempre que sea el auténtico y único amor de tu vida.

No hay comentarios: