lunes, 29 de septiembre de 2014

ALGUIEN VOLÓ SOBRE EL NIDO DEL CUCO (1975), de Milos Forman

Si queréis escuchar el último programa, sosegado, íntimo y verdadero, que hicimos en "La gran evasión" sobre "La buena estrella", de Ricardo Franco, podéis hacerlo aquí 

El pájaro que sobrevuela el nido del cuco se vuelve loco. Eso es así porque verá, casi siempre, un nido vacío. El cuco es un ave que prefiere que sus huevos los cuide otro y su nido es aire, nada, una violencia moral sin más objetivo que ahorrarse unas cuantas molestias. Alguien lo sobrevuela por fingimiento, y eso aún es peor. Porque tirar por el atajo más corto solo puede llevar a la llegada prematura de la insania. Así, la ventana quedará abierta pero todo lo que hay ahí fuera quedará reservado para otros con más suerte y menos ganas. MacMurphy lo sabe bien y, por eso, porque tiene rasgos de humanidad que otros han olvidado, se queda en el nido y se vuelve loco.
No es de extrañar porque allí ha conocido a otros pájaros, a otras aves depredadoras e implacables que no van a dejar, bajo ningún concepto, que su autoridad se vea socavada hasta el ridículo. Todo tiene que obedecer a una rutina que no tiene ningún objetivo. Solo jugar con las mentes ajenas que se ven abocadas, indefectiblemente, a un callejón sin salida. Hay cosas que son de sentido común. Claro que hablar de sentido común en una institución mental es algo bastante paradójico. Allí, al menos, se sienten escuchados aunque las palabras no sirven de nada. Solo las sensaciones. Y ésas están ahogadaa por el viejo, viejísimo principio de la autoridad.
Milos Forman dirigió esta película para poner en evidencia a uno de esos personajes que tanto le han gustado siempre y que bordean la genialidad reprochable. Randall P. MacMurphy no tiene la razón absolutamente, pero tiene algo de lógica en sus comportamientos y también está dispuesto a compartir las cosas buenas que sabe y conoce con aquellos que se han olvidado de disfrutar de todo. Quizá no sea lo más indicado, quizá MacMurphy esté equivocado porque lo ha estado siempre, pero tiene algo de verdad en sus actos desafiantes, en su rebelión incansable, en su visión deformada de una realidad que no le gusta y de la que, en el fondo, solo quiere huir.

Para ello, Forman cuenta con un Jack Nicholson lleno de fuerza, vitalista, incapaz de rendirse, que dota a MacMurphy de carne y de motivaciones humanas que caen fuera del ámbito manipulador de la perversa enfermera jefe a la que da vida una genialmente adusta Louise Fletcher, incapaz incluso de sonreír hasta que MacMurphy, en un último arrebato de ira, de rabia y de sinceridad, intenta crujirle el cuello. Todo está encerrado en esas cuatro paredes de dejación y de obligación, de chantaje moral y de demostraciones abusivas disfrazadas de irritante amabilidad. Allí, en el sanatorio mental en el que MacMurphy se recluye, es donde acaban las ilusiones de todo pájaro que se atreve a volar con los sueños, de todo hombre que decidió dejar de tomar decisiones para esconderse en un agujero blanco de gritos y desquiciamiento. Y tal vez lo único que les hace falta a esos enfermos es que alguien les trate como a personas, que alguien les haga vivir como personas, que alguien les haga apreciar el encanto de las cosas pequeñas que todos los días nos rodean para dar sentido a cada uno de nuestros pasos.

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